Después de ese inusual encuentro con el hombre que viste de negro, Xel-há tardó varios minutos en recobrar la conciencia, había estado de pie frente a la entrada de la posada, recordando aquellos brillos que desaparecieron en el cielo. Se abrazó a si mismo sintiendo por primera vez el frío que hacía esa noche, miró preocupado por haber sido visto y, luego de verificar que estaba solo, regresó a la habitación donde Kunak dormía.
"Que suerte" Pensó. Quedarse dormido era lo menos que Xel-há podía hacer esa noche, meditó frente al espejo, caminó de un extremo de la habitación al otro, incluso refrescó su rostro con un poco de agua para provocarse el sueño, más sin embargo aún no ha logrado cerrar los ojos. Aquella gruesa voz no salía de su cabeza, era tan común que pareciera haberla escuchado antes, eso es lo que sucede cuando los acentos se asemejan demasiado en una misma comunidad. Giró la cabeza para observar al querubín que dormía plácidamente a su lado, tomó con mayor fuerza la sábana y apegó más sus rodillas a su pecho con la esperanza de lograr dormir aunque sea un par de minutos.
Y así los nuevos rayos de sol entraron por la ventana, golpeando los muy abiertos ojos de Xel-há; sobra decir que sus intentos por descansar fueron en vano. Ya era de día, no tenía sentido seguir acostado en la cama, además Xel-há sabía que la vida en la ciudad comenzaba con la salida del Sol; con la mente aún llena de preguntas se levantó y preparó una tina caliente para darse un baño.
Cerró los ojos estando dentro del agua, inhalando el vapor que emanaba de esta misma cuándo sintió de nuevo aquella intensa mirada fijada en él. Asustado, se negó a volver a cerrar sus párpados de nuevo, buscando con la mirada el par de ojos rojos pero sin obtener algún rastro de ellos.
— Estoy volviéndome loco — con la mano sobre su cabeza, murmuró.
El ardiente vapor comenzó a volverse abrumador, ya no podía continuar dentro del cuarto de baño. Se vistió de nuevo, acomodó su cabello y salió en búsqueda de su amigo, quién ya lo esperaba sosteniendo en sus manos los adornos dorados; Xel-há lo vio algo preocupado, la sonrisa en el rostro de Kunak decía todo lo que él pensaba y temía, el querubín sigue queriendo continuar con la rutina que normalmente llevaban en la ciudad Celestial.
— Usemos eso para comer algo — ordenó.
— Pero... — Kunak se sintió indignado con la respuesta — Pero eres un dios...
— Esa es exactamente la razón — con delicadeza sostuvo las manos del querubín, negándose a tomar las joyas — Hay muchas más de dónde vinieron estas, no está mal perderlas de vez en cuando.
Kunak, como un buen sirviente querubín, se limitó a guardar silencio y obedecer la petición de Xel-há, más sin embargo no compartía la misma idea que él. Guardó las joyas en uno de sus bolsillos y caminó detrás del dios que había salido de la habitación apresuradamente, sonriente y despreocupado.
— ¿Puedes decirme a dónde estamos yendo?
Kunak había estado siguiendo a Xel-há por todo el camino contrario al que tomaron la noche pasada sin detenerse, a excepción de una vez en la que Xel-há se detuvo frente a una pequeña mancha en el césped llena de flores, Kunak tomó una y la colocó en el cabello del dios creyendo que eso era lo que deseaba. Xel-há dejó la flor donde estaba para no despreciar el detalle de su amigo y, sin decir nada, continuó guiándolo por el prado.
— Cerca hay un pueblo, necesitamos reunir información sobre cómo llegar al inframundo. Debería haber por lo menos un médico brujo, además... — se dio media vuelta y sonriendo continuó — ... Tengo hambre.
Aproximadamente un kilómetro después lograron llegar a la ciudad, inundada en brillantes colores, sonidos y personas que crean un mar por las calles. Desde la anterior noche todo ha sido una primera vez para ambos, pero el más emocionado por ello claramente es Xel-há; vivió largos años explorando el mundo humano entre las sombras, siendo sumamente cuidadoso en su andar y evitando a toda costa algún contacto con los mortales. Continuaba experimentando cambios tan grandes en sus emociones, cuando lograba acostumbrarse a una cosa, surgía otra que movía sus adentros.
Tuvo que concentrarse con gran fuerza para que las lágrimas no corrieran por su rostro mientras daba los primeros pasos por una calle llena de transeúntes. Un extranjero no pasaba desapercibido, los ciudadanos no apartaron su mirada del extraño hombre que estúpidamente le sonreía a la nada, con la mirada perdida en la tierra bajo sus pies y una extraña sensación de que gritaría en cualquier momento.
Levantó la mirada buscando al querubín que lo seguía de cerca, Kunak ya no estaba a su lado. Una terrible desesperación se vio reflejada en sus ojos, Xel-há estaría bien, pero Kunak nunca había pisado el mundo humano, perderse no debía ser una opción. Corrió entre la multitud, lleno de preocupación y ansiedad, la gente lo miraba pasar y exclamar su nombre.
— ¡Kunak! — gritaba buscándolo — ¡Kunak!
Sus gritos llamaban la atención de aquellos que aún no habían notado su presencia. Disculpa tras disculpa, chocaba con las personas y puestos de comerciantes callejeros que, por tener una belleza incomparable, la disculpa era incluso devuelta por los ciudadanos. Tras un largo recorrido llegó a la conclusión de que su amigo no debía estar cerca, encontrarlo le tomaría más tiempo del que pensó y sus fuerzas ya no daban para más, debía tomar un descanso antes de continuar.
Intentaba contener las lágrimas mientras entraba en un callejón para respirar, alejado de cualquier persona que pudiera preguntarle qué le sucede, si lo hacían entonces no habría vuelta atrás y sus ojos comenzarían a enrojecerse. Suspiró guardando la calma, con la mirada baja, sosteniendo su cabeza con ambas manos; dispuesto a salir del callejón, caminó hacia el otro extremo del mismo.
— Pequeño bombón, tú y tu amigo son realmente estúpidos — se detuvo en seco con la aparición de esa gruesa voz. La buscó con la mirada hasta encontrar a la persona que le había hablado.
Desde un tejado, recostado tranquilamente tomando el sol, un joven hombre procrastinaba desde temprano; abrió los ojos, mirándolo, sonrió y saltó desde lo alto para caer frente a él.
— Vienen a la ciudad llevando esas exageradas ropas, además de que no estás usando zapatos — señaló los pies de Xel-há — Usualmente son los mendigos los que caminan de esa manera, pero, al ver tu rostro, está más que claro que no eres uno de ellos.
El hombre vestía con telas negras, la manera en que se para, se mueve y habla da a entender que no es una persona cualquiera, misterioso y extrañamente confiado. Tal vez era debido a su atractivo o por la inesperada tensión en el ambiente que su misma presencia generaba, Xel-há no pudo mover ni siquiera un dedo, solo miraba cómo la persona se acercaba más a él.
— La falda es bonita y acentúa tu cintura pero... ¿Llevar el pecho cubierto por oro puro?
Ese par de ojos que lo miraban tiernamente, cambiaron momentáneamente al ver la flor que decoraba el cabello de Xel-há, parecía querer reducirla a cenizas, la tomó y arrojó a un lado con desprecio.
Un hombre desconocido le estaba hablando con tanta comodidad, lo miraba y sonreía con dulzura, lo que menos quería esa asustarlo y hacerlo huir. Está claro que es un hombre imponente, pero Xel-há no le tenía miedo, sorprendido de sentir la necesidad de quedarse más tiempo con el joven aunque deteniéndose gracias a su sentido común que le advertía sobre la persona frente a él.
— Dime... — su hombro cayó sobre un muro, cruzando sus brazos y piernas, prosiguió — ¿Cuál es tu nombre niño lindo?
Abrió la boca con la intención de responderle algo pero, una voz conocida le llamó por detrás, Kunak lo había encontrado metido en el callejón, se le ve bien, sin rasguños o moretones; corrió hacia él con una sonrisa en los labios.
— Finalmente te encuentro, creí que te había pasado algo. De verdad me diste un gran susto — se quejó — ¡Encontré un lugar donde podemos conseguir algo para comer!
Sin previo aviso lo tomó de la mano y lo arrastró fuera del callejón, temía que Kunak ignorara a la otra persona que lo acompañaba, pero, al mirar hacia atrás, el hombre ya no se encontraba en el lugar donde lo vio por última vez, solo un pequeño destello rojizo en dónde estaba parado era la prueba de que Xel-há no lo había alucinado.
De regreso a la ajetreada vida de aquellos que a diario despiertan en esta ciudad, Xel-há fue testigo de lo que el misterioso hombre le había dicho. Inicialmente no lo notó o, mejor dicho, no le dio importancia y, ahora que se lo habían dicho a la cara, lo único que podía observar eran las reacciones de los mortales al verlos pasar. Sorprendidos, extasiados por tener dos excentricidades visitándolos. Durante todos los años que tiene visitando este mundo, no hubo una sola persona que lo incomodara de tal manera, incluso cuando observaba como era que dos personas se...
Poniéndose rígido logró detener el apresurado andar del querubín.
— ¡Espera un poco! — suplicó
— ¿Qué sucede? — Kunak estaba sorprendido y un poco irritado por la actitud tan cambiante de Xel-há — ¿Tienes hambre, no?
— Sí... — se rio apenado — Solo vamos a detenernos en un lugar antes.
El lugar al que Xel-há lo llevó era un pequeño bazar de ropa no muy lejos de la taberna. A pesar de no confiar plenamente en lo que había experimentado dentro del callejón, lo que aquella persona había dicho no era del todo incorrecto, aunque, aún negándose a aceptar que ese hombre tenía razón, se justificó con la idea de que serían encontrados fácilmente si continuaban usando la ropa del Reino Celestial.
Le ordenó al querubín escoger un conjunto para él mismo para luego dejarlo e ir a buscar su propia ropa. Sobre las mesas de madera se encuentran cientos de prendas, de miles de colores y formas; sin mucho pensar, tomó aquello que usaría para cubrirse del rastro divino en su traje.
— Toma este, es más lindo — aquel hombre que conoció volvió a aparecer frente a él, sonriente y tranquilo. Trayendo consigo un cambio de ropa diferente al que Xel-há había elegido, una vez satisfecho se retiró nuevamente.
Xel-há no se había dado cuenta de que en sus labios se había firmado una evidente sonrisa con la llegada de esa persona, dicha muestra de felicidad extrañó al querubín que había observado la escena desde cerca.
— ¿Lo conoces? — preguntó.
El Dios miró al querubín, borró su sonrisa y aclaró su garganta.
— No.
Mentalmente Xel-há se estaba golpeando a sí mismo por haberse dejado llevar tan fácilmente por la actitud de ese individuo, ¿Sonreírle, en qué estaba pensando? En verdad estaba quebrantando una regla tras otra sin piedad alguna, debía detenerse antes de, sin quererlo, revelar su verdadera identidad.
Se vio abrumado con tanto pensar y las constantes insistencias de Kunak para que Xel-há confesara todo lo que sabía sobre ese apuesto hombre tampoco le eran de gran utilidad, huyó del interrogatorio con la ropa en las manos, entró a un pequeño cuarto donde las personas podían cambiarse e intercambió los accesorios de oro por lo que él y su amigo habían escogido. Finalmente tenía un conjunto similar al de cualquiera, incluso llevaba un par de zapatos, así el joven no podría decirle nada la próxima vez que se encontraran.
Se quedó pensando un momento para después golpear su cabeza con ambas palmas de sus manos, estaba molesto por haber pensado de nuevo en esa persona.
— ¡Oye! — Kunak lo detuvo — ¿Qué es lo que sucede contigo? Desde que despertamos no has hecho nada más que divagar en tu mente ¿Y ahora te golpeas de la nada?
— Estoy bien... Creo que el hambre me ha hecho delirar un poco...
— Entonces ahora vayamos a la taberna, tu día de compras me abrió el apetito a mí también.
Estaba más cómodo andando por las calles ahora que su vestimenta era la misma que las de todos. Una vez puestos a salvo, era momento de sentarse a idear una manera para llegar al inframundo.
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