Eran las 22:14 de la noche, e Isla Frontera ya se había sumergido en la oscuridad y el frio nuevamente. En el hogar de Teru, Tamara se encontraba sentada frente a la mesa del living, esperando a que más folletos se imprimieran en la computadora a su costado. La madre de Teru dormía profundamente en el piso de arriba, y el sueño parecía habérsele contagiado a la chica. Sus parpados comenzaban a pesar toneladas, y ya no podía mantener su cabeza firme. Apenas se percató de su constante cabeceo, se dio unas pequeñas palmadas en las mejillas para despertar. Al reaccionar, su primer movimiento fue mirar a los folletos de su amigo, que aún estaban siendo impresos.
-Ay Teru... ¿A dónde habrás ido? - Decía lamentándose en sus pensamientos.
Ella se levantó de la mesa para poder conciliar su sueño. Tomó asiento en el sofá del living, que estaba justo abajo de las escaleras al segundo piso. En el sofá, estaba el misterioso libro que robó del maestro sombra. Entre sus manos, dio un vistazo fijamente al enorme ojo que tenía en su portada, y le preguntó:
-Tú lo sabes todo, ¿no?... Dime ¿Qué hago ahora? - Ella olvidó por un momento que le estaba hablando a un objeto inanimado. Al notarlo, hizo un gesto de molestia con su boca.
-¿Qué tonterías haces ahora, Tamara?
La chica dejó el libro de lado y se preparaba para dormir. Estiró sus brazos en el aire con pereza, y sobó su hombro izquierdo para aliviar el pequeño dolor que le provocó. Sus dedos sentían la suave tela del abrigo, y entre esa suavidad, sintió algo frio, pequeño y semicircular. Ella notando el contraste, removió cuidadosamente lo que tenía pegado en su chaleco creyendo que quizá era una roca o un insecto.
Para su sorpresa, entre sus dedos se encuentra un brillante, pero pequeño botón rojo. Parecía una joya preciosa y la chica casi lo confundió con una. Lo miraba con extrañeza:
-¿Desde cuando tengo esto aquí?- Se preguntaba a si misma. Por inercia y mera curiosidad, la chica presionó el pequeño botón y este casi al instante desplegó dos largas y brillantes alas de plumas doradas, y su centro cristalino se oscureció, y comenzó a tintinear un anillo rojo. Tamara observaba el aparato en mayor detalle, casi hipnotizada por el leve tintineo y el sonido rítmico que emitía. Dio una revisada a su reverso en un intento de comprender como funcionaba el extraño aparato, pero acabó encontrando un texto grabado. Las letras del texto tenían curvas y formas muy delicadas, era una fuente elegante que formaban las palabras: "La orden del Anillo Escarlata"
-Anillo escarlata.- Tamara leyó -Escarlata... Escarlata...- La chica repetía fragmentos del nombre sin darse cuenta de ello. -Escarlata... Escarlata...- Algo la mantenía enganchada a ese misterio nombre que poco sentido tenía, pero que progresivamente comenzó a conectar cosas dentro de su cerebro -Escarlata... Escarlata...- Y de golpe, desde las profundidades de su mente, sus poderes psíquicos reaccionaron de manera violenta.
Una enorme onda psíquica rodeó a Tamara y arrasó con todo lo que había a su alrededor. La mesa y sus sillas se volcaron, los cuadros se ladearon, los aparatos electrónicos dejaron de funcionar, y todos los vidrios de la casa se comenzaron a trizar. El cuerpo de Tamara se volvía frio, su respiración se agitaba y todo su cuerpo temblaba, sus ojos giraban en todas direcciones, siguiendo las imágenes de cosas que no comprendía, pero hacían que su pecho y garganta se estremecieran:
Una guadaña que goteaba un líquido carmesí de su filo, un gran charco de sangre, y un símbolo extraño: un ala y el sol rodeados por un anillo. Tamara intentó evitar aquellas imágenes cerrando sus ojos pensando que se irían. Pero estos lograron perforar sus parpados e impregnarse como parásitos en su mente.
Entre el intermitente mar de imágenes y miedo, La chica veía como se asomaba el rostro de lo que parecía ser un esquelético monstruo. Una pesadilla con enormes ojos vacíos y profundos. Alargados cuernos rojos que crecían y se curvaban sobre su casco. Sus facciones y sus mandíbulas estaban marcadas por una fina capa piel que los unía, parecía un cadáver vuelto a la vida.
Su fuerte rugido reveló sus gigantescas mandíbulas inferiores que se partía en dos, derramando un liquido baboso hacia el vacío. El rugido atravesó los tímpanos de la chica, quien ya había perdido el completo control de su mente.
En un intento de salir de su trance, Tamara abrió sus ojos solo para percatarse de que todos los vidrios de la casa se habían trizado de una forma particular: los vasos, los cuadros, la pantalla del ordenador y las ventanas con sus grietas formaban la figura del anillo; el anillo del símbolo. Ante tales sucesos, Tamara sentía como algo más quería emerger de su mente. Agarró su cabeza con ambas manos, tirando de su pelo, y cerrando sus ojos esperando lo peor. En cambio, lo que recibió fue la advertencia de una dulce voz:
- ¡Detente! ¡Por favor, detente! Ya basta...
Al oír las palabras, Tamara comenzó a regresar a la realidad respirando de manera ahogada, y bañándose en su sudor. Sus manos aún temblaban del miedo, y su cabeza estaba vacía. No tuvo tiempo de pensar que era lo que había ocurrido, pues el mismo botón que la guio a estas imágenes, comenzó a tintinear y a sonar de manera más brusca y rápida. La chica se acercó a verlo "¿Cómo algo tan pequeño podía provocar tal reacción?" se preguntó a sí misma.
El botón dejó de tintinear y su halo de luz comenzó a morir. Tamara tomó el botón entre sus dedos y lo observo nuevamente, creyendo que ya había dejado de funcionar. Pero el artefacto rápidamente se abrió en dos, y liberó una enorme red que capturó a Tamara, dejándola inmóvil en el suelo. La chica desesperada, intentó usar sus poderes psíquicos para liberarse de la trampa, pero esta como reaccionando de manera casi automática, le lanzó una fuerte descarga eléctrica. La chica gritaba de dolor al sentir un brusco hormigueo que azotaba todo su cuerpo, y le robaba el oxígeno lentamente.
Ya estaba muy débil y comenzaba a perder el color de sus ojos. Todo era borroso y daba vueltas: estaba cayendo derrotada.
-¿Tamara?¡Cariño! ¿¡Que está pasando ahí abajo?!- La chica oía los difusos pasos de la señorita Miller que bajaban apresurada las escaleras. Y desde la puerta del hogar, una figura sombría atravesaba el material como si estuviera hecho de agua. Sus brillantes ojos rojos fueron lo último que Tamara pudo ver antes de caer a la merced de la trampa, y lo último que sus oídos pudieron oír fue el desgarrador grito de la Señorita Miller.
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