Necesidad n.

Después de tres días a tu lado, la dirección de mi vida era inexistente y desconocida.

Lo único que sabía era que tu sonrisa ya era tan vital y necesaria para mi existencia como el oxígeno y el agua.

Nota n.

Estábamos sentados el uno al lado del otro, en la culminación de meses de trabajo, esfuerzos, peleas, sueños y miles de cosas que habíamos hecho, logrado, y abandonado…

Ahí, observando como todos crecían, como daban los primeros pasos para hacer de este un mundo mejor, comenzaste a escribir.

“I do love you”

Me quedé en blanco. Y tú lo notaste. Jamás sabré si fue completamente premeditado, de tal manera que yo quedara desprotegida. Si sólo fue algo instintivo, una reacción a los días que habíamos pasado, uno al lado del otro.

O si simplemente era eso. Que me querías. En el sentido más frío y vacío de las palabras.

Nunca supe cuál fue tu motivación, ni supe qué era lo que querías decir. Pero tuve que quedarme con ese sentido, porque era el más sencillo, el que menos preguntas generaba en mi cabeza. El que todos decían que debía de finalmente aceptar, y que me permitiera avanzar a nuevas etapas.

Y lo hice. Decidí romperme a mí misma el corazón al elegir la tercera opción. No porque fuera lo mejor, o porque fuera lo más saludable. Ni siquiera porque era lo que en el fondo quisiera o no. Simplemente me quede con eso, porque tenía que elegir algo y ese significado era el que generaba menos dudas dentro de mí. Porque era el ciclo natural que las cosas debían seguir, y tú habías tenido tu oportunidad.

Y era curioso, porque unos días antes, mi mejor amigo me había dicho lo mismo. Que no podía esperar por ti toda la vida. Que si perdías la oportunidad, no quedaría en mí.

Aunque una parte de mi aún guarda la esperanza de que el significado de tus palabras fuera distinto, prefiero hacer las cosas así. Duele, y duele muchísimo.

Pero es mejor hacerlo ahora, que quebrarme en el peor momento, en el lugar incorrecto, y cuando ya no hubiese vuelta atrás.

Así que sí, esa nota está guardada. Más cerca de mí de lo que me gustaría aceptar, pero justo donde debería estar: en un lugar que no soy yo.

Oceánico adj.

El abrumador sentimiento que me inundó el día en que, teniendo la posibilidad de estar con cualquier persona, elegiste estar conmigo.

Odio n.

La cuestión no es que estaba en pleno centro de la ciudad, gritando cuanto te odiaba y ganándome algunas miradas furtivas de los transeúntes.

La cuestión es que sabía que no te odiaba, y que nunca podría odiarte.

Pacificar v.

-Eres muy importante para mí, y por eso, la paz es y será una prioridad para mí.

No estábamos en pie de guerra. Nunca lo hemos estado. Nunca lo estaremos.

Eso no significaba que no hubiese ataques indirectos.

Eso no evitaba hubiese confrontaciones que me dejaban débil y desgastada. O que no movilizáramos nuestros aparatos diplomáticos, que no negociáramos alianzas, que diseñáramos nuestras mejores y más efectivas estrategias de ataque, que preparáramos a nuestras armas para la inevitable batalla…

Una batalla que nunca parecía llegar, y que incluso me atrevería a decir que nunca llegará.

Pero teníamos que firmar armisticios de manera continua. ¿Cuántos no acumulamos? ¿6 en menos de un año? ¿15 en el tiempo que compartimos de nuestras vidas? Hace mucho que perdí la cuenta…

Aun así, la paz era prioridad. Siempre. Siempre decíamos que éramos amantes de la paz, como si fuese la tercera parte de nuestra relación, como si fuese lo único que compartíamos.

Hacía mucho que lo único que nos unía era nuestra obsesión por firmar armisticios. No el cariño, no las experiencias, no los recuerdos, no los proyectos. La “congruencia” entre lo que decíamos creer y lo que hacíamos.

Y eso era para nosotros la paz. La única razón por la que seguíamos en contacto.

Pantalla n.

Veo la foto que acabas de tomarte, con tu sonrisa un poco apagada y la barba que comienzas a dejarte crecer. No puedo evitar recordar las fotos de cuando te conocí, cuatro años más joven, cuatro años más inexperto.

Y, para mi desgracia y fortuna, sigues igual. Con una sonrisa imperfectamente hermosa, con tus ojos brillantes, y ese je ne sais quoi que aún me vuelve loca. Incluso si sólo te veo a través de una pantalla.

Regresar v.

Te perdí un 24 de octubre, cuando ninguno de los dos estaba listo para enfrentar la locura e intensidad de nuestros sentimientos.

Regresaste a mí un 25 de octubre, unos años después. Cuando creí que ya te había perdido para siempre, que habíamos tomado caminos separados, sin retornos ni desviaciones, y que nunca te volvería a ver.

Así, de repente, en medio de una tarde con un sol mágico y una lluvia de hojas de otoño, regresaste, como si nunca te hubieras ido. Regresaste, como si nada.

Regresaste, como si todo.

Risa n.

Una de mis canciones favoritas tiene una línea que me parece, emocionalmente, muy poderosa.

Por favor, nunca te conviertas en un extraño cuya risa podría reconocer en cualquier lugar

Ese era mi miedo más grande: que había llegado a conocerte tanto, que había aprendido tanto sobre ti, que sería capaz de reconocer tu risa en un instante

Hoy pasó. Alguien rió y mi corazón se detuvo antes de acelerarse a mil por hora, porque… ¿Cómo no reconocería esa risa? Si la conozco tan bien, había acompañado algunos de los momentos más felices que compartimos.

Pero… no. Mi cabeza sabe que no es tu risa, que no hay forma humanamente posible de que aquel sonido fuese emitido por ti.

Eso es peor: tener la capacidad de reconocer tu risa, alegre, melodiosa y fuerte; dejar que mi corazón se emocione por un momento con la idea de que estás aquí, cerca de mí; y que finalmente la razón me diga que no, que no eres tú. Que nunca serás tú.

Saber v.

¿Qué saben ellos de lo que se sentía caminar por Madero de tu abrazo, con la melancolía de que no era nada, y la felicidad de que era todo?

Siempre adv.

Después de cinco años de tira y afloja, de pasar por los más altos puntos y de tirarnos a los valles más profundos, de correr en direcciones opuestas para volver a encontrarnos en el mismo lugar, sabía que esto era real.

Que era para siempre

Sobriedad n.

Tras diez meses, volví a verte. Llevabas el cabello despeinado, los lentes con un nuevo marco y tu estúpida sonrisa iluminando tu caminar.

Diez meses en los que me hundí en el fondo de mi miseria antes de salir a la superficie nuevamente. Creí que no lograría respirar de nuevo, con tanta calma y parsimonia como lo hacía tras ahogarme hasta casi morir.

Me dijeron que nadie se muere de amor.

Mentira. Las personas enloquecen de amor. Pueden desangrarse por amor. Y pueden morir de amor.

Me permití perderme entre la multitud, antes de darte oportunidad de reparar en mí. No era necesario.

Estaba sobria. Había superado nuestra mutua y destructiva adicción del uno por el otro. Encontré la manera de sobrevivir cuando lo que más quería era desangrarme hasta morir.

Pero no porque estuviera sobria significaba que no te extrañara, que no recordara con cierta melancolía todo lo que compartimos. Que mi organismo no se alteraba sólo por saberse en la misma habitación que tú.

Pero estaba sobria, eso era verdad. Y fue un trabajo tan difícil, doloroso y lento que no estaba dispuesta a recaer una vez más.

Pasé de largo. Nunca supe si me viste. Pero después de eso, jamás volvimos a coincidir.

Sonreír v.

Mi respuesta automática cuando escucho tu voz.