—Luc, ¡quiero este helado! —me grita Mike señalando la carta.
Mike es mi hermano pequeño de siete años. Luc... bueno, Luc soy yo, aunque no es mi verdadero nombre. En realidad, me llamo Lucie, o al menos eso es lo que pone en mi documento de identidad. Desde hace ya tiempo, y sin saber bien por qué, empecé a sentir incomodidad cada vez que se dirigían a mí por ese nombre. Como no podía cambiarlo, decidí ingeniármelas para encontrar un apodo que me hiciera sentir más a gusto. Así es como eliminé las dos últimas vocales de mi nombre para apodarme 'Luc'. Al principio ese nombre solo lo utilizaba para referirme a mí, pero con el paso del tiempo Mike empezó a llamarme así también. Aunque él no lo sepa, lo cierto es que me hace muy feliz que se dirija a mí con ese nombre.
—¿Este? —pregunto señalando el helado de polo de la carta.
—Mm, el de fresa.
En un principio solo habíamos salido para comprar pilas, pero hace tanto calor que ni si quiera he podido decirle que no.
Sin esperar mucho más, saco la cartera y me dirijo hacia el mostrador.
—Hola —digo saludando a la persona encargada, un hombre de mediana edad. —Un polo de fresa y otro de limón, por favor.
—Polo de fresa y de limón —repite mientras saca los polos y los pone en el mostrador. —¿Algo más?
—¿Tiene pilas pequeñas?
—Sí —su respuesta parece más una pregunta que una afirmación, como si se estuviera preguntando si en su tienda vendía pilas o no. —¿Cuántas quiere?
—¿Tiene paquetes de doce?
—Paquetes de doce... —dice mientras saca los diferentes tipos de pilas y los pone sobre el mostrador. — No, solo tengo de seis.
—Pues me llevaré dos paquetes de seis.
—Dos paquetes de seis —repite de nuevo mientas deja dos paquetes de pilas en el mostrador y el resto los guarda.
—¿Algo más?
—No, eso es todo.
—Seis euros con sesenta y cinco.
Es carísimo. Se me había olvidado por completo que este pueblo vivía del turismo.
Revuelvo un poco la cartera hasta encontrar un billete de cinco, un euro y 65 céntimos.
—Aquí tiene —digo. El hombre coge el dinero y se toma su tiempo para contar. —Seis euros con sesenta y cinco. Correcto, gracias.
—Buenas tardes —le digo mientras recojo las pilas y le paso el helado a Mike.
—Buenas tardes —responde amablemente.
Nada más salir de la tienda, Mike se acerca a mí y sin levantar la voz me pregunta:
—Luc, ¿ese hombre está bien?
—¿Por qué lo dices?
—No paraba de repetir lo que decías.
A veces me sorprende la manera en la que mi hermano se fija en las cosas.
—Es posible que se deba a algún tipo de trastorno.
—¿Trastorno?, ¿qué es eso?
—Una especie de alteración que sufre el organismo de una persona, como por ejemplo en sus pensamientos o comportamientos. Existen de diferentes tipos y a veces puede afectar bastante a tu vida diaria.
—Parece serio.
—Lo es. Afortunadamente hoy en día es posible tratarlos.
—¿Habrá alguien ayudando a ese hombre?
La pregunta me coge un poco por sorpresa.
—No lo sé, tal vez.
—Espero que sí, así podrá recuperarse.
No sé qué responder. Me gustaría decirle que sí, que lo más seguro es que le estén ayudando, pero tampoco quiero mentirle sin conocer su situación.
Parece lógico aceptar o pedir ayuda cuando te ocurre algo, pero en ocasiones es más complejo de lo que parece. A veces ni si quiera la misma persona se da cuenta de su situación; y si lo hace, podría pensar que no necesita ayuda. También podría tener miedo a...
—¿Luc?
—¡Luc!, ¡cuidado!
Todo pasa demasiado rápido. Antes de que pueda reaccionar, una persona choca contra mí y caemos al suelo. El duro suelo del asfalto hace que todos los huesos de mi cuerpo se sacudan.
—¡Luc!, ¡¿estás bien?! —me grita Mike agachándose a mi lado.
—Es-o, eso creo... —digo intentando reponerme.
Cuando consigo levantar la mirada, veo la persona que se ha chocado contra mí. Parece un chico joven, de pelo corto y piel algo bronceada. Me llaman la atención el casco y los patines de color azul celeste.
Espera, ¿patines?
—Intenté avisarte, pero no reaccionaste. —Mike me ayuda a incorporarme. Tengo las piernas un poco doloridas, pero no parece nada serio.
—Te estabas metiendo en un carril bici —me dice mientras señala el suelo. Y tiene razón, está pintado de color rojizo y líneas discontinuas blancas. Eso explica por qué el chico con el que me he chocado llevaba patines.
—Perdona —digo dirigiéndome al chico —ha sido mi culpa.
Antes de que pueda ofrecerle ayuda para levantarse, el joven se impulsa con la ayuda de sus manos y se incorpora. Viendo su movimiento me hace pensar que no ha sufrido ningún daño, pero es entonces cuando mi mirada se desvía a sus brazos. Parece que se ha raspado la piel con la caída.
—Lo-lo siento... —digo un poco culpable.
Finalmente, levanta la cabeza y dirige su mirada hacia nosotros. Primero hacia Mike, y luego hacia mí. Cuando nuestros ojos se encuentran, mi corazón da un vuelco.
—¿Estás bien?
El chico asiente. —No es nada.
Antes de que pueda decir algo más, el joven desvía la mirada y se aleja con sus patines. Por un momento no sé ni cómo reaccionar.
—Se ha metido una castaña y se la suda.
—Mike, esa boca —le llamo la atención. No hace falta que adivine de donde ha sacado esa expresión; lo más probable es que haya sido viendo a algún streamer.
—Pero es verdad. Lo menos que te esperas en esta situación es una reacción, sea positiva o negativa, pero él se ha levantado diciendo que no pasaba nada y se ha ido.
—¿Tal vez tenía prisa?
Mike levanta las cejas. Evidentemente no se traga esa excusa. Y en el fondo, yo tampoco. Cuando le miré hace un momento, pude sentir que algo le pasaba. Pensé que diría algo más, pero se dio la vuelta y se fue. Tal vez al ir en patines está acostumbrado a caerse...
—Cuando te intenté avisar del carril bici él tampoco reaccionó.
—¿Qué?
Mike me pasa el helado y la bolsa que habían caído al suelo. Parece que todo está intacto, incluido el helado. Menos mal que aún no lo había abierto.
Mike intenta explicarse: —Cuando grité tu nombre, parecía que el chico tampoco me oyó. Si se hubiera dado cuenta de que te estaba avisando, tal vez hubiera frenado a tiempo. Aunque no parecía que estuviera tan lejos como para no oírme... Y tampoco llevaba auriculares. —dice mientras se rasca la cabeza.
A veces me pregunto si Mike no es en realidad mi hermano mayor que ha encogido como Shinichi Kudo. La manera en la que se fija y cuestiona las cosas... nunca dejará de sorprenderme.
—Vamos, será mejor que volvamos. Mamá nos está esperando.
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