Boca n.

Tu boca era maravillosa: decía mentiras que sonaban a verdad y hacía magia en todos los lugares que recorría.

Coincidir v.

No sé si creo en las coincidencias.

La idea de que los planetas y las estrellas se acomodan de forma que sucedan o no diversos acontecimientos me suena tan romántica como imposible. No porque no crea en el poder del universo, sino porque me cuesta creer que a la inmensidad del universo le importe lo que una simple persona como yo hace o deja de hacer.

A pesar de eso, aún no encuentro una explicación lógica a lo que pasó.

Cuántos autos, trenes, semáforos, personas, clases y momentos se interpusieron entre nosotros, para separarnos por meses, sólo para que, por azares del destino, coincidencia o deseo del universo, volviéramos a encontrarnos ahí.

Todo lo que pasó después fue nuestra culpa, consecuencia de nuestro libre albedrío.

Pero encontrarnos no. Encontrarnos fue una coincidencia.

Comer v.

A ti.

Destino n.

Que nuestros caminos se cruzaran y nos encontráramos en el momento ideal estaba escrito en los libros que cuentan la historia de la humanidad.

Pero no estaba escrito en el destino que permaneciéramos juntos. Por eso, después de un par de meses, nuestros destinos se volvieron a separar. Esta vez, para siempre.

Efímero adj.

Estar juntos era un error.

Lo sabíamos.

Pero ni siquiera eso nos detuvo.

Éramos conscientes de que era una equivocación mayor, un experimento que fracasaría antes de comenzar, que sería tan efímero como un parpadeo.

Frío adj.

Tú eras fanático de recordarme en cada ocasión que te era posible que quien juega con fuego está dispuesto a quemarse.

Pero nadie te dijo que para jugar con hielo necesitas una alta tolerancia al frío. Y resulta que tú, simplemente, no sabes trabajar con bajas temperaturas.

Guerrera n.

Mis ojos adquieren un brillo especial cuando me siento retada, cuando siento que tengo que mostrarle a la persona frente a mí que soy capaz de hacer más de lo que creen que se oculta detrás de mi rostro de seriedad y mis huesos débiles.

Y cada uno de los días que compartimos, sentía ese brillo inundar mi mirada, al verte frente a mí, con tu sonrisa ladeada, tus cejas fruncidas y tu mano que me invitaba a tomarla y conocer el mundo, un viaje a la vez.

No se trataba de que quisiera pelear contigo.

No.

Sólo que me retabas cada día a vivir nuevas aventuras, a salir de mi zona de confort y a explorar mis capacidades más allá de los límites que conocía.

Tú la describiste como mirada de guerrera.

Jamás cuestioné tu afirmación.

Hoy n.

Algún día dejaré de escribir sobre ti.

Sobre lo que me haces sentir.

Sobre tu capacidad de estremecerme, aún con cientos de kilómetros de distancia.

Sobre la forma en que sonrío como idiota al recordar cualquier cosa que tenga que ver contigo.

Pero no hoy.

Jueves n.

La primera vez que te besé fue un jueves.

14 de febrero.

De todos los días que nuestros caminos se pudieron cruzar, lo hicieron el día más cursi del año, en el día de la semana que los romanos dedicaban a la deidad más importante de su panteón.

¿Acaso eso era una premisa del fatídico destino al que nos dirigíamos?

Luna n.

“¿Ya viste lo bonita que se ve la luna?”, escribiste un día de verano. Me apresuré a la ventana de mi habitación, buscando por la belleza del brillo de Selene, que se asomaba entre las nubes cargadas de lluvia.

Sonreí: la idea de que esa luna nos observaba a los dos era mágica. Sin importar cuán lejos estabas, la luna era siempre la misma.