—¿A dónde vas, Mike? —pregunta mi madre pasando por el recibidor.
—Voy a acompañar a Luc a la oficina de objetos perdidos.
—¿No habíamos quedado en ir a comprar tu material escolar? —hace una pausa y continúa— ¿acabas de llamar 'Luc' a tu hermana?
Miro a Mike con nerviosismo.
— Ah, solo es un apodo... —Mike intenta explicarse— un apodo entre hermanos. El mío es Mi.
La cara dudosa de mi madre me hace pensar que no está del todo convencida, pero igualmente lo deja pasar— Un poco raros vuestros apodos.
¿Porque... esto ha sonado como cuando Shinichi Kudo en el cuerpo de Conan Edogawa intentaba justificarse con la excusa más absurda, y la otra persona terminaba creyéndole?
— Hehe...
¡Hasta con la misma risa nerviosa!
Pero ha terminado funcionando, así que me vale. Dejo escapar un suspiro de alivio.
En realidad, utilizar apodos es algo bastante normal, aunque es más común utilizar diminutivos. Tenía una compañera de clase que se llamaba 'Alicia' y la gente la llamaba por su diminutivo 'Ali'. 'Luc' y 'Mi' no serían diminutivos propios, puesto que el diminutivo conocido de Lucie es 'Lu' y el de Mike ya de por sí es un diminutivo de Michael. Además de eso, 'Lu' sigue haciendo pensar que se trata de un nombre femenino, no como 'Luc', que por su tono hace pensar en 'Lucas', que es un nombre masculino. Es lógico que 'Luc' suene raro como diminutivo de Lucie. Da a entender que mi nombre, y por tanto, mi género, es masculino. Que lleguen a pensar eso realmente no me importa, pero para la gente que me conoce seguramente sea raro, puesto que me ven como una chica. Esa es la razón por la que me he sobresaltado. No quiero que piensen que la razón por la que Mike me llama 'Luc' es porque quiero que se dirijan a mí en masculino. Aunque sé que eso es exactamente lo que quiero. Bueno, en realidad lo que más desearía es que dejaran de tratarme en femenino, más que hablarme en masculino. Puede parecer contradictorio, pero es así cómo me siento. Lo cual es un problema, puesto que me hace sentir que hay algo raro conmigo.
— Ya me cuentas entonces —me dice Mike mientras entra en el coche.
— Mm. Lo mismo digo.
— Bueno, en marcha. Hasta luego Lucie —dice mi madre mientras arranca el motor.
Les saludo de vuelva como respuesta.
«Entonces... ¿tengo toda la mañana para mí? Vaya, quién lo hubiera dicho. » No puedo evitar que se me escape una pequeña risita.
¿Debería dar un paseo por la costa después de dejar la cartera en objetos perdidos?
~⭐⭐⭐~
La oficina se encuentra justo en la calle principal que da con el Paseo Marítimo. Cuando llego y veo el mar a lo lejos, no puedo evitar sonreír. El mar bordeando la cosa, el agua dando sobre los acantilados... el sol brillando, y la brisa marina golpeando sobre mi piel. No solo me encanta la sensación que produce, sino que además me tranquiliza de una manera que jamás hubiera imaginado.
Antes de mudarnos a la costa atlántica vivíamos en un pequeño pueblo en las montañas. La naturaleza también estaba muy presente, y me encantaba salir a dar paseos. No había lagos ni embalses, pero sí un pequeño riachuelo. Siempre iba allí cuando podía, y lo consideraba mi lugar favorito. A veces me sentaba y observaba como corría la corriente del río. Otras, decidía meter los pies en el agua y ver qué tipo de fauna había. Parece que esa misma sensación puedo sentirla también con el mar. Podría estar observándolo durante horas y nunca cansarme. Me pregunto... cómo será la sensación de estar dentro del agua. De esa agua. ¿Estará igual de fría que en el riachuelo, o estará más fría?, ¿qué tipo de fauna habrá en el fondo del océano?, ¿habrá algún club náutico? Tengo demasiadas preguntas que quiero resolver. Necesito averiguarlo. Pero primero es lo primero, necesito dejar la cartera en la oficina.
Cuando estoy a punto de llegar al edificio, un chico atravesando el paseo en patines me llama la atención. Y me sorprendo, porque estando tanto en mi mundo, a veces soy incapaz de darme cuenta de lo que me rodea. ¿Pero aquel chico?, es como si mi cerebro reaccionara sin previo aviso.
Veo como frena en seco y se sienta en el banco del otro día. Seguramente sea su sitio habitual para quitarse los patines.
Entonces pienso:
« ¿Para qué dejar la cartera en la oficina cuando puedo dársela en mano ahora mismo? »
Ya ha pasado un minuto y el chico está a punto de atarse las zapatillas.
Mi corazón se acelera.
Se está levantando para recoger sus cosas.
Está a punto de marcharse.
Si no me doy prisa no podré darle la cartera.
Ba-pum. Ba-pum.
Y tal vez tampoco podría volver a hablar con él.
Es entonces cuando reacciono, y por primera vez en mucho tiempo, hecho a correr.
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