Acosar v.
El problema es que nadie te dice lo que se siente, o cómo va a pasar.
Te dicen que será un señor de 50 años, sexualmente reprimido, con un comentario fuera de lugar. Que será en el transporte público, o mientras vas caminando.
Te dicen que será ese profesor o jefe, gordo y un poco calvo, que tiende a hacer chistes misóginos, que intencionalmente disminuirá tu calificación o no reconocerá tu trabajo, y repentinamente intentará tocar alguna parte de tu cuerpo, sin tu consentimiento.
Lo que pocos te dicen es que, normalmente, el peor acosador es el que está cerca de ti. No el tío que te ve con morbo desde que entraste a la adolescencia, ni el primo que va por el mundo abrazando a todas las mujeres que se cruzan en su camino.
Es tu amigo, es tu compañero, es tu novio…
En mi caso, fuiste tú.
¿Lo recuerdas? Fue en esa fiesta a la que fuimos con tu mejor amigo, a la que me arrastraron después de que supe que me negaron la beca que tanto quería.
Al principio, creí que lo hacías con la mejor de las intenciones. Que de verdad querías ayudarme a que no estuviera más tiempo triste. Que querías distraerme un rato del dolor que oprimía mi corazón, para divertirme y olvidar que alguien creía que no era lo suficientemente buena para obtener esa beca.
Pero no. Ilusa de mí, creer que en realidad me querías. Que te interesaba lo que me pasara, lo que sentía.
Después de mi primer vaso de vodka, me tomaste de la mano y me arrastraste a la esquina más lejana de la terraza, en dónde la música no fuese lo suficientemente alta como para que interrumpiera tu soliloquio, donde nadie más te escuchara.
Ahí inició. Comenzaste a hablar, subiendo tu tono de voz paulatinamente hasta terminar gritándome. Diciendo, entre gritos, que era estúpida, que no merecía esa beca, que nunca sería lo suficientemente buena como para ganar nada…
Y gritaste, sacando ira y frustración que no sabía que tenías contenida en mi contra. Seguiste a pesar de mi fragilidad emocional, a pesar de que estaba acorralada contra el abismo, hecha un ovillo, llorando por todas las pérdidas que había sufrido en mi vida.
Seguiste.
Y gritaste. Me gritaste hasta que perdiste la voz, a pesar de que llevaba horas llorando a mares. Me quebraste, a pesar de que sabías que ya estaba medio deshecha.
Terminaste de romperme.
Entonces, sólo entonces, saliste de tu burbuja.
Me tomaste entre tus brazos, me obligaste a levantarme. Me apoyaste contra la pared, a pesar de que era de apenas un metro de alto y estábamos en un quinto piso.
Y me besaste.
Después de quebrarme, romperme y deshacerme, me besaste.
Me besaste sin recibir una respuesta, porque yo no quería. Estaba rota. Tú me habías deshecho. ¿En qué mundo querría besarte en ese momento? ¿O en cualquier otro?
Sabías que yo no quería, que estaba frágil. Y seguiste, seguiste hasta que, de alguna parte, encontré la fuerza para apartarte de mí, y alejarte lo más posible.
Eso, querido. Eso es acoso. Aprovecharte de alguien; aprovecharte de su vulnerabilidad, ya sea física, emocional, psicológica, y creer que tienes poder sobre esa persona, y que debe hacer lo que tú quieres que haga. Eso es lo que hacen los acosadores.
Y eso es lo que eres.
Un acosador.
Acostumbrar v.
Me costó trabajo ¿Sabes?
Tuve problemas acostumbrándome a mi cabello corto, a la pintura que lo iluminaba y me había transformado en una nueva versión de mí.
Pero el paso de los días me permitió acostumbrarme. Convencerme de que aquel color que no era mi cabello natural no se veía mal, que era un cambio que valía la pena.
También me acostumbré a tu ausencia. Me convencí de que estaba bien que no estuvieras, que valía la pena no tenerte, que la vida era bonita y estaba bien así.
Era un cambio. Y los cambios nos incomodan al principio.
Pero eventualmente nos acostumbramos, nos apropiamos de la nueva realidad y aprendemos a vivir en paz con nuestro nuevo cabello, con nuestra situación.
Era empezar de cero. Dejar que crezca. Asegurarme de cuidarme, de quererme, de estar sana. Y también a mi cabello.
No era un mal corte. Era justo lo que necesitaba.
Acuerdo n.
Antes de comenzar, hicimos una cláusula de amistad; nuestro respaldo. La base que nos asegurara que, si las cosas salían mal, podíamos regresar a la normalidad.
Un acuerdo que tú violaste.
Nunca entendí por qué. Sólo me dejaste saber que no querías más mi amistad, que ya no me querías a mí en tu vida.
Y lo respeté. Jamás volviste a oír de mí.
Adiós v.
No sé despedirme de las personas. Tú, mejor que nadie, lo sabías.
El día que tomarías ese vuelo, que te alejaría de mi vida, decidiste hacer como que nada pasaba, como si fuese sólo un día más.
Nos reunimos en el café que sabes que tanto me gusta para desayunar; no importaba que el aire frío del invierno calara hasta los huesos, elegiste una de las mesitas de la terraza, que me encanta por la vista que ofrece de la ciudad. Querías que fuera feliz, querías verme feliz.
Después de ordenar nuestro desayuno habitual, comencé a contarte de lo que me había platicado mi amiga la noche anterior, me contaste de la reunión que tuviste con tu hermano. Hablamos de aquellos amigos que acababan de comprometerse, y de quienes se habían separado.
Te conté de la fiesta que tendría en unas semanas, y que finalmente había elegido un vestido que, creía que se vería perfecto. Me hiciste prometer enviarte fotos. Dijiste que mandarías una carta para esos días.
Después del desayuno, seguimos caminando hasta nuestro punto de separación habitual: yo iba al centro, y tú ibas al poniente.
-¿A qué hora sale tu vuelo?,- pregunté por última vez. Aunque esa información la tenía registrada desde hacía semanas en mi cabeza.
-A medio día,- respondiste. Como lo habías hecho cada vez que te pregunté. -Pero aún tengo que ir a la oficina a dejar unos últimos papeles.
-¿Quieres que te vea ahí? Puedo hablar con mi jefa y decirle que tengo una situación y…
-No.- Dijiste, seguro de tu respuesta. -Tienen la presentación del proyecto este viernes. No puedo dejar que la abandones, cuando tienes tantas cosas que hacer.
-Entonces...
-Esto es todo.- Respondiste, en cuanto viste que no podía formular más palabras. -Yo tomaré un taxi de aquí a la oficina, y después regreso por mis maletas.
-Ok.- Dije, con el alma entre suspiros que no lograban salir. Con el corazón en las manos que se aferraban a ti, en ese abrazo. -Ten un buen viaje.
-Lo haré. Cuídate y escríbeme. Te quiero.
Rompí el abrazo y me permití alejarme de ti. Caminé por varias calles, antes de finalmente soltarme en llanto cuando pasé frente al primer museo que habíamos visitado juntos.
Yo sabía que no regresarías. Que finalmente había llegado el punto en el que nuestros caminos dejarían de caminar juntos, y se separarían para nunca más unirse.
Por eso, tú fuiste quién manejó aquella mañana; nuestra última mañana. Porque sabía que nunca sabría despedirme, que nunca sería capaz de decirte adiós.
Amigo n.
-Me gustas- Te dije. -Probablemente más de lo socialmente aceptado para que una amistad funcione.
Pero me iré en unos cuantos días, y no sé qué pasará después.
Pero tenía que decírtelo antes de irme
Tú sonreíste. Te acercaste y me diste un abrazo -Eres muy importante para mí. Y te quiero muchísimo.
Eso fue todo. Comenzamos a hablar del nuevo video de Taylor Swift y de esa canción de Ed Sheeran que ambos amamos.
Ahí me di cuenta de que, sin importar lo que pasara, te quería en mi vida para siempre. Porque eres mi amigo, y eso sería siempre lo importante.
Amor n.
Contigo aprendí lo que es el amor.
Aprendí que no era esa versión híper sexualizada que venden las películas, en las que no pueden dejar de tocarse, y cualquier espacio ligeramente vacío se vuelve el escondite perfecto para dejar que el deseo se apodere de los dos.
Aprendí que no era esa versión romántica de las novelas, en las que ambas personas se oponen a todo y a todos con tal de estar juntos. Esa versión en la que mañana, tarde y noche, lo único en lo que pueden pensar es en su ser amado.
Aprendí que no era la versión violenta que la sociedad te vende, en la que ambos soportan humillaciones, golpes, infidelidades, porque el amor todo lo puede y cambia.
Aprendí que el amor es más visible y menos complicado. Que el amor es hacer preguntas con la confianza de que la respuesta sería honesta, que el amor es recibir mensajes para asegurarte de que llegara bien a casa, que el amor es abrazarme mientras lloraba por personas que me querían menos que tú, pero que respetabas mi decisión de emparejarme con quien quisiera.
Que el amor es crear reglas que nos ayudaran a sentirnos cómodos, que nos permitieran compartir espacios y tiempos con tranquilidad, y mostrarnos tal cuál somos.
Aprendí que el amor es prestarle atención a lo que escribo, apoyarme en mis proyectos, y siempre hacerme sentir acompañada. Aprendí que el amor es conocer a las personas que eran importantes para ti, porque así conocí una nueva faceta de ti.
Aprendí que el amor no puede contenerse en una canción, en un poema, en un libro o en una película. Porque es un vínculo intangible, único y sagrado, que une a dos personas que nunca encontrarán las palabras para describirlo.
Aprendí que el amor no siempre se tiene que nombrar. Se tiene que vivir, se tiene que sentir. Y tú te encargabas de que siempre me sintiera amada, sin importar si estaba entre tus brazos, o solo escribías para desearme un buen día.
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