Antídoto n.
Llegué a tu casa de repente, después de haber recibido una llamada criptica mía, en la que no dije mucho más que “mi corazón está roto” y “no quiero estar sola en mi casa en este momento”. Me abrazaste y no me preguntaste más de lo necesario: qué había pasado y si prefería tacos o pizza y helado.
Me hiciste ver películas, y me abrazabas mientras yo trataba de ponerle nombre a todos los sentimientos que se me habían acumulado y que me hacían sentir que me había vuelto loca, por pasar de la tristeza a la euforia, de ahí al enojo, y de ahí a la tranquilidad.
Me dejaste pasar la noche en tu casa, y me llevaste a desayunar con tu familia, mientras las mujeres de tu familia, igual de fuertes y valientes que tú, me repetían que estaría bien y que no había problema o persona que mereciera mis lágrimas y mi tristeza. Después me llevaste a comprar ropa porque, como decía la Doña “hay que llorarle tres días... y al cuarto te pones tacones y ropa nueva.”
Y me acompañaste esos tres días. Y el cuarto. Y todos los días que vinieron después. Hasta que te aseguraste de que me sentía tranquila conmigo misma, y que me sentía bien.
Sin saberlo, fuiste mi antídoto. Mi rayo de sol entre las nubes. Mi café de las mañanas más tormentosas. Mi acompañante en todas las aventuras que no quería enfrentar sola. Y jamás encontraré la forma de agradecértelo ni de retribuírtelo.
Apostar v.
Cuando decías que apostarías por mí, creía que lo decías en términos metafóricos.
Jamás creí que fuera literal. Que verdaderamente apostabas por mí; o más bien, en mi contra. Que apostabas porque creías que iba a fracasar.
Lamento haberte hecho perder tanto dinero. Perdón por no ser el fracaso que veías en mí.
Aquí adv.
Volví a nuestro lugar tres semanas después de despedirnos.
La vida me obligó a regresar, pero los latidos de mi corazón me susurraban que era algo más que el cumplimiento de mis deberes lo que me había dirigido hasta ese rincón.
En el fondo, sé que esperaba encontrarte.
Pero no estabas aquí. Sabía nunca te volvería a ver aquí.
Asumir v.
-Y… ¿qué van a querer?- preguntó el barista de ese café la primera mañana que nos encontramos después de aquel desacuerdo. Su sonrisa traviesa mientras nos observaba comenzó a incomodarme, aunque lo mejor que se me ocurrió fue sonreír como si mi vida dependiera de ello.
Seguía leyendo el menú, y finalmente opté por un latte. La solución a mis problemas. Pediste un té frío, porque el calor del verano comenzaba a sentirse afuera.
Él seguía riendo, como un niño que acaba de descubrir el mayor de los tesoros, un secreto que nadie más sabía. Tú reías, porque sabías, como yo, que él estaba asumiendo muchas cosas que no estaban pasando entre tú y yo.
El pago, como siempre, fue una discusión. Dos tarjetas lanzadas al mismo momento, el problema de toda la vida, la decisión que todos los baristas tenían que enfrentar cada vez que salíamos.
Tomó la tuya, y por supuesto que mostré mi enfado ante el asunto. Tú pusiste tu sonrisa de autosuficiencia y victoria que no ocultaba nada.
-Tú invitas la próxima vez. Pueden venir mañana por otro café.
Reí. No quería comentar el hecho de que daba por sentado que volveríamos a salir, como si supiera que, de una manera u otra, teníamos que estar en la vida del otro.
Y no es que mi madre fuera gran fan tuya. Simplemente, no merecía tener que escuchar todo ese drama.
Fiesta n.
Una solicitud de ayuda me había llevado a aquel lugar; un grito desesperado de ayuda y creatividad habían ablandado a mi corazón, y lo habían obligado a caminar, con frío y amenaza de lluvia, ahí.
No me importó que fuera final de semestre, que tenía tres proyectos que escribir, y una pila de exámenes por revisar. En cuánto mis obligaciones sociales me liberaron, tomé el primer transporte que encontré.
“Voy por ti a la entrada," escribiste cuando te dije que estaba en camino. Jamás lo habías hecho, pero no quise cuestionarte. Suponía que, de vez en cuando, la plática entre dos amigos es más fértil cuando comienza con una buena caminata.
Poco a poco, comenzamos a acercarnos a tu departamento, mientras me contabas del proyecto artístico en el que necesitabas ayuda, pues querías hacer algo especial por el cumpleaños de aquella chica a quién pretendías, y que sería tres semanas después de aquel sábado.
Por mi cabeza ni siquiera pasó que faltaban cuatro días para mi cumpleaños, que todos mis amigos estaban extrañamente silenciosos en redes sociales, o que el edificio estaba demasiado callado. Estaba maquinando en mi cabeza qué le gustaría recibir a alguien en su cumpleaños. Alguien que no fuera yo.
Entonces abriste la puerta. “22” comenzó a sonar a todo volumen mientras mis mejores amigas saltaban con cartulinas y un “Sorpresa” que me dejó boquiabierta, anonadada y llorando.
Salté a abrazarte, antes de correr a abrazarlas y llorar entre sus brazos. Mi más grande y profundo deseo secreto de cumpleaños desde que tenía memoria era tener una fiesta sorpresa, y ustedes lo habían logrado, sin que sospechara.
Ese día comimos pastel y pizza, bailamos, cantamos, declamamos poesía, platicamos, nos abrazamos, reímos, lloramos… Hicieron todo lo que saben que me encanta, sólo por eso: porque me querían feliz y saltando de un lado al otro, tal y como hice toda la noche.
¿Cómo no iba a saltar? ¿Cómo no reír alto? La felicidad que inundaba mi corazón era infinitamente grande, Me sentía dichosa en extremo de tener a personas que me querían tanto, que se habían tomado el tiempo necesario no sólo para organizar una fiesta en mi honor, sino para cumplir uno de mis más tontos y especiales sueños de cumpleaños.
Nunca podré pensar en mi cumpleaños de nuevo sin pensar en ese día, aquella tarde de sábado, en la que me sentí infinitamente querida, agradecida de tener personas tan increíbles en mi vida, y con la confianza de que había cuatro personas que siempre se encargarían de hacer que la vida que iniciaba aseguraba aventuras y sorpresas inimaginables.
Ganar v.
Históricamente, las más poderosas monarcas han llevado a sus reinos a la grandeza por sí solas, sin que hubiese nadie con quién compartir la corona.
Pero toda Regina sabe que necesita del mejor equipo posible de asesores a su alrededor, si lo que quiere es asegurar el éxito y la grandeza de su reino.
Cuatro fueron los pilares que construyeron mi reino: el amor, la sabiduría, la honestidad y la perseverancia. Los cuatro encarnados por personas que habían mostrado ser dignos representantes del estandarte que portaban.
La sabiduría, en manos de la persona a quien acudía cuando tenía todo tipo de dudas: académicas y de la vida, quien siempre tendría una respuesta que ofrecerme. El amor, a quien me había demostrado que el tiempo y el espacio son excusas cuando quieres querer a las personas, y hacerlas sentir llenas de calidez con el amor que ofreces.
La perseverancia, una persona que nunca se había dado por vencida y que me inspiraba a seguir intentando todo, un día a la vez. La honestidad, en manos de la persona más cruda y sarcástica que conocía, la que se encargaba de decirme lo que tenía que escuchar, me gustara o no.
Después llegó el quinto: la confianza, en manos de la persona que se había robado mi corazón y me hacía traducir lo que ocultaba a un lenguaje que cualquiera pudiera comprender. A la persona que me inspiraba a contarle lo que pasaba en mi vida, sin importar lo emocionante o mundano que pudieran parecer.
Con cinco personas respaldándome, cuidándome, apoyándome, sabía que tenía mi propio consejo. Que era imposible que fuera a la guerra sin una estrategia.
Luciérnaga n.
¿Recuerdas la fiesta que hiciste en tu honor? Eres la única persona que conozco que es capaz de organizar una fiesta en su honor, en la que todo fuera un reflejo de ti: en la comida que elegiste, en el postre que compartimos, y hasta en las paredes que sirvieron como fondo para las fotos que se crearon.
Como siempre que hay algo importante, llegue tarde. Porque todos los cables de mi cerebro se cruzaron y vieron 3 donde había 0, y vieron psicología donde había flores. A pesar de mi habilidad para llegar elegantemente tarde y que todos se me quedaran viendo, me hiciste sentir tan querida y bienvenida como la primera vez que me llevaste a recorrer esta enorme ciudad.
Me guardaste un lugar junto a ti, y me presentaste a todas esas personas que eran importantes para ti, pero cuyos nombres olvidé en cuanto conocí a la siguiente persona.
Después llego tu familia, que siempre me ha recibido con los brazos abiertos y me han hecho sentir como la persona más maravillosa que haya pisado esta tierra.
Tu tía me dio un fuerte abrazo, acompañado de un cálido “Había escuchado tantas historias de ti, pero no había tenido el placer de conocerte” que me hizo preguntarme cuantas veces había salido mi nombre en conversaciones.
Conforme degustamos la comida, tu familia insistía en que siempre sería bienvenida en tu casa, en que siempre encontraría comida y cobijo ahí. Yo sólo podía ver a tus ojos, y pensar en que estabas a punto de volar a otras latitudes, que conocerías nuevos lugares, y sólo las diosas, el destino, o la ciencia, sabían cuándo regresarías.
En uno de sus comentarios, me recordaron que debíamos visitar las haciendas que rodean a tu lugar natal, y que el verano era perfecto para ver el espectáculo de luciérnagas en los bosques.
Dentro de mí, dije que no iría a visitar a las luciérnagas sin ti. Porque me gusta creer que algún día regresarás, y ambos coincidiremos en esta vida el tiempo suficiente para poder compartir contigo un espectáculo tan bello de la naturaleza.
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