Quintaescencia n.

Sobrevivimos a ir a un museo, juntos.

A veces me pregunto si es real. Si eres real.

Y entonces una sonrisa disipa todas mis dudas, ilumina mi alma.

Es real.

Quizás adv.

Volveré a saber de ti.

Quizás, algún día, me escribas para decirme que te arrepientes de dejar que me fuera de tu vida de forma tan repentina.

Quorum n.

Mis amigos y amigas siguen convencidos de que nosotros terminaremos juntos, compartiendo una vida tan perfecta como la estética de las fotos que compartimos.

Cada vez que lo dicen, comienzo a reir, preguntándome si acaso tendrán algo de adivinos.

Salvar v.

Estaba destruida emocionalmente. Cada parte de mi se estaba cayendo a pedazos, y lloraba a raudales en mi cama.

¿Recuerdas porqué?

No creo que lo recuerdes.

Pero te llamé, para pedirte que llegaras a rescatarme. No me importaba que había prometido que nunca tendrías que salvarme; me tragué todo mi orgullo y las lágrimas se atoraron en mi garganta mientras trataba de explicarte cuán mal me sentia en ese momento.

Pero no quiero que te sientas mal. No tenías que salvarme. Dijiste que estabas ocupado, que tenías planes.

Pero podías venir al día siguiente.

Yo dije que no te preocuparas, que no importaría al dia siguiente. Que entendía que estabas ocupado. Y que estaba bien, que no me moriría.

Mentira. Sabia que al día siguiente seguiria importando. Que me seguiria desangrando por dentro, y que seguiría necesitando que alguien viniera a salvarme. Que vinieras a salvarme.

Pero no podia. Mi orgullo podía más que mis deseos, que mi alma que se destrozaba con cada minuto que pasaba.

¿Acaso no lo oías? ¿Fui tan buena actuando, pretendiendo que no te necesitaba, que te convencí de ello?

No. Yo siempre fui muy transparente contigo; mis sentimientos fueron muy transparentes. Tu, simplemente, decidiste que era más sencillo dejarme hundir que intentar salvarme.

¿Sabes? En ese momento me senti decepcionada y triste de que ni siquiera lo intentaras. Pero, ahora que lo veo en retrospectiva, sé que no debías salvarme, que no tenías que salvarme. Yo tenia que aprender a enfrentar las batallas que se me cruzaban en el camino. La única que podía salvarme era yo.

Sazón n.

La felicidad va de la mano con la comida. Y los mejores recuerdos que tengo de comida se crearon dentro de la cocina de mi abuela y la cocina de mi madre. No sé si era por el sabor propio de la comida, o el amor con el que la preparaban, pero ni en mis mejores comidas era capaz de imitar el sazón tan característico que me recordaba a casa, al amor de sus brazos.

Vivir sola me enseñó a apreciar una comida casera más que nada en el mundo. Dicen que heredé la sazón de mi abuela paterna y por eso la cocina se me da con naturalidad, pero yo sé que aún no alcanzo ese sabor que roza la perfección que mi madre y mi abuela han trabajado a lo largo de los años.

La felicidad va de la mano con la comida, y pocas cosas en el mundo igualan a una comida que comparta con mi familia.

Tentación n.

Podría haber gritado.

Podría haber corrido.

Podría haber simplemente susurrado tu nombre, y esperar que el viento te trajera a mi. Como siempre lo había hecho.

Así de cerca estábamos..

Las estrellas se alinearon para darnos una nueva oportunidad, un encuentro por el que ninguno de nosotros pidió. Pero, cuando nos dimos cuenta, ahí estábamos. Frente a frente, a sólo una calle de distancia el uno del otro.

Mentiría si dijera que no sentí nada. Porque sentí el peso del mundo caer en mis hombros mientras te aparecías frente a mí como un fantasma, como un espectro que mi cuerpo extrañaba y anhelaba tener entre mis brazos desde hace tantas semanas.

Ahí estabas, tal y cómo te dejé la última vez que te vi. Con tus ojos cafés,

y tu sonrisa y tus labios. Todo tú.

Habría sido tan fácil. Tan sencillo sucumbir a los deseos de mi corazón, besarte hasta perder el aliento, escucharte hacer promesas vacías que sabíamos que eran mentira. Quería perderme en el olor de tu cuello, y el cosquilleo que me recorría cuando posabas tu mano en mi cintura. Quería escucharte hablar sobre cualquier tema; tenerte cerca, ver el brillo de tus ojos mezclado con el deseo y la emoción de sentirnos diez años más jóvenes y veinte años más sabios...

Quería ese golpe de adrenalina que venía contigo: saber que nunca seríamos nada, pero éramos capaces de ser todo. Que los misterios del universo se revelaban frente a mí cuando estaba contigo, y que el mundo no había conocido una historia como la nuestra.

La tentación estaba frente a mí. Sé que también lo sentiste, porque tus ojos brillaban y tus puños estaban cerrados, como si intentaras controlar tus instintos, y obligaras a tu cuerpo a escuchar a la razón. Lo sé.

Pero no. No lo hice.

Me lo debía a mí misma.

Me lo debía por las noches de llanto sin poder dormir; por los días que llené de tristeza, por el vacío que sentí dentro de mi.

Me lo debía por las dudas que me atormentaron por semanas; por cada vez que pregunté qué hice mal: por qué no era lo suficientemente buena, por qué todos podían vivir una historia de amor, excepto yo. Me lo debía por cada lágrima que contenía las promesas que no querías cumplir, las palabras que dijiste y a las que tantas vueltas les di, a cada beso que te di, aun cuando sabia que no merecías ni un "buenos días".

Me lo debía a mi misma.

Cerré los ojos, y comencé a rezar, de la nada, mientras seguía con mi camino, mientras tú desaparecías de mi vista por última vez.

Terminar v.

Cuando todo comenzó, me regalaste un libro.

Tal vez, algo dentro de mi sabía que no tendríamos el final feliz de los cuentos que leía.

Tal vez por eso nunca quise terminar el libro. Porque sabía que nosotros abandonaríamos esta historia antes de terminarla.

Tiempo n.

El día que nos conocimos dejé de creer en ese dicho de que "Todo llega a su tiempo".

Es mentira. A veces, las cosas llegan demasiado tarde.

Cuando te conoci, traías contigo 20 años de vida, de experiencias, de sueños rotos y cumplidos, de deseos, de amores... 20 años que eran nada frente a la existencia de la humanidad, la vida en el planeta Tierra o la inmensidad del universo. Pero 20 años fueron suficientes para encontrar a la persona que caminaria contigo el resto de tu vida.

Te encontré como se encuentran las mejores cosas de la vida: sin buscarte ni procurarte, un día de mediados de febrero en que me pareciste un espejismo, una ilusión, de esas que no acontecen sino una vez en la vida.

Pero los oscuros deseos de mi corazón se cumplieron: a los tres dias, nos volvimos a encontrar en el mismo lugar a la misma hora. Entonces comencé a notarte, y me di cuenta de que compartiamos momentos y lugares de nuestra rutina, y me di cuenta de forma paulatina de que tú ya eras parte de mi vida desde hacia mucho, sin que tú o yo nos diéramos cuenta.

Pasó un mes antes de que te conociera formalmente, dos antes de que te hablara por mi misma, y un año antes de que pudiera llamarte mi amigo. Entonces, sólo entonces, me di oportunidad de conocerte de verdad: tus sueños, tus anhelos, tus deseos, tu historia.

Los años que nos habían separado fueron suficientes para que supieras quién eras, lo que querías hacer en tu vida, lo que necesitabas contigo, y a quién querías que te acompañara en tus mejores y peores aventuras. Y yo acepté todo con resignación y el corazón palpitante, aún si lo que mi vida anhelaba no sería mío, sino acaso en sueños.

Bendito el momento en el que te conocí: en el que supe que todo lo que siempre quise estaba encarnado entre tus ojos cafés, tu sonrisa, los brazos con los que me apapachabas y los labios con los que dibujabas historias.

Maldito el momento en el que ambos supimos que caminamos por la vida buscándonos, aunque era demasiado tarde.

Tierra n.

Aquél primer día, en el que todo se sentía nuevo, emprendimos una larga caminata para encontrarnos con nuestro amor verdadero: los libros. Como hipnotizados, caminamos hasta encontrar aquel lugar donde nuestros sueños y deseos se transformaban en letras.

En cuanto llegamos, nos separamos por unos momentos para correr como infantes en dulcería, levantando libros mientras el brillo en nuestros ojos hablaba. Nuestros dedos se rozaban cada vez que los libros pasaban de tus manos a las mías, y viceversa; y en ese momento, no existía nadie más alrededor de nosotros.

Estábamos a punto de irnos cuando te diste la vuelta y regresaste por ese libro que tanto querías. Te esperé a la entrada, mientras trataba de controlar las mariposas que revoloteaban en mi interior.

Respiré profundamente; cerré los ojos para memorizar esa ligereza que me asimilaba flotar en una nube. Cuando abrí los ojos, estabas ahí, con tu sonrisa, tus ojos brillantes y la serenidad que siempre me has transmitido.

Sonreí instintivamente, sin pensar. Te acerqué a mí y te besé, mientras mis manos se aferraban lentamente a tu espalda, y tus manos se colocaban en mi cintura.

Por un instante, el mundo a mi alrededor se detuvo; la ligereza que me envolvía regresaba mis pies a la tierra.

Todo n.

-Muchas gracias por siempre darme todo, incluso si no estamos juntos…

Mi corazón comenzó a latir frenéticamente en cuanto escuché tus palabras: el pánico se apodero de mí y mi respiración se agitó.

Porque entonces supe que eras consciente de todo lo que estaba arriesgando a cambio de nada, y que estabas agradecido por ello. También significaba que nada cambiaría y seguirías sacando provecho de la situación.

Al final, el resultado era el mismo: yo arriesgaba y perdía. Todo.

Ubicuo adj.

La lluvia es omnipresente en esta ciudad desde el inicio del verano hasta mediados de otoño, cuando el viento se comienza a enfriar como una premonición del invierno aproximándose.

En uno de esos días, me tomaste bajo la protección de tu paraguas, y te encargaste de que llegara sana, salva y seca a mi destino. Cual pareja de la Inglaterra Victoriana, caminamos como si las plazas y pasillos que atravesamos fueran nuestros; nos miramos con admiración y placer de sabernos cómplices.

Poco antes de despedirnos, aprovechaste la conversación para revelarme que, cuando compartimos un espacio por primera vez, decidiste quedarte ahí por mí.

Cierro los ojos y siento a mis mejillas incendiarse, como probablemente lo hicieron ese día. Y como ese día, no tengo respuesta a un mensaje tan revelador como significativo.

Vacío n.

Si aquel día me hubieran hecho elegir, no había mucho que pensar.

Todos sabíamos quién tenía mi corazón, quién era mi número uno. Los brazos a los que corría cada vez que me llamaban. La boca que me hacía cambiar mis planes en un instante. Los ojos que me hipnotizaban y perseguían en sueños.

Los demás sólo limaban los vacíos que él no quería llenar.

Volver v.

Si tuviera la oportunidad de viajar en el tiempo, iría a aquella tarde de junio. La tarde que te dije que quería que fueras feliz, porque eso era lo importante para mí.

Volvería y cambiaría mis palabras.

Te diría que quiero que seas feliz, y que siempre te desearé lo mejor en la vida.

Pero que estoy segura de que yo pude haberte hecho feliz, si me hubieras dado más tiempo, y hubieras confiado en mí más que en las personas a nuestro alrededor.