Sexo n.
Jamás he negado a mis órganos sexuales. No estaría mal si lo hiciera, pero lo cierto es que siempre me he sentido cómoda y satisfecha con ser una hembra de la especie humana.
Pero, cada cierto tiempo, aparece un individuo de sexo y género opuestos a los míos, que pretende convencerme de su supuesta superioridad frente a mí, basada en nada más y nada menos que nuestras diferencias sexuales.
Jamás he negado que soy mujer o que me identifico como tal, ni he rechazado mis ovarios ni mi útero más de lo que cualquier otra persona lo haría cuando la menstruación llega cada cuatro semanas y el dolor abdominal te hace cuestionar qué mal karma estás pagando.
Pero nada aumenta mi confianza, nada me hace levantar la frente y mostrar mis pechos con orgullo como un sujeto que pretenda minimizarme por ser mujer.
Mi sexo no define mis capacidades. Y quien asegure lo contrario, tengo un curso de kickboxing listo para poner en práctica.
Silencio n.
Hacía mucho que nadie oía nada sobre mí. Que las historias que me rodeaban no eran sino producto de la imaginación de otros, de sus suposiciones sobre aquello en lo que mi vida se había convertido.
Y aquí está la verdad. La verdad detrás de mi desaparición. La verdad detrás de mi silencio. El secreto de mi silencio:
Estaba bien. Estaba mejor que nunca.
Finalmente había aprendido que un paso silencioso te dirigía a la felicidad, más que los desfiles y las fanfarrias.
Soledad n.
Preguntaba La Oreja de Van Gogh si algún día podría ser amiga del amor.
Yo le pregunto cuándo podre dejar de jugar solitario, y comenzar a jugar póquer, bridge, u otro juego de cartas. Uno que requiera de más de un jugador.
Subjetividad n.
Cuatro años y medio de universidad me habían dejado la más importante lección de vida: no hay verdades absolutas. Y estas no pueden justificarse ni cuestionarse con juicios de valor.
Por ello, nunca me preocupó la reacción social de mis acciones. Porque lo que otros consideraban erróneo me producía el mayor de los placeres. Para ellos estaba mal; para mí, bien.
Justo ahí residía la más clara muestra de la subjetividad, en su máximo esplendor.
Tormenta n.
Mi silencio más sepulcral no era sino los gritos que desgarraban mi garganta.
El cielo a mi alrededor era de un gris oscuro, y los truenos retumbaban en mi cabeza cada vez que las nubes chocaban entre sí. La lluvia se convertía en los ríos que recorrían mis mejillas, mientras la ventisca era señal de una respiración que apenas lograba controlar.
Conforme me desconectaba y aislaba, la tormenta se convertía poco a poco en un huracán categoría 5.
Conocí mis peores tormentas cuando el mundo conoció las suyas.
No encontraba respuestas ni forma de controlarlas. Me engañaba cuando decía que todo estaba bien, aunque en realidad pasaba cada segundo preguntándome si volvería a ver la luz del sol.
Volar v.
Sin importar la causa de mi sonrisa, lo que tengo que hacer.
Vuelo n.
El calor de agosto se sentía dentro de aquella enorme sala, la que guardaba las más grandes joyas creadas con una pluma, una hoja y un sentimiento. Distraje mi mirada del libro que tenía entre mis manos sólo un segundo.
Afuera, el verde del verano cubría las hojas de los árboles y el pasto, en el que los perros corrían alegremente, los ancianos disfrutaban de sus helados, y los amantes se besaban alegremente, como si el tiempo y el espacio no existieran alrededor de ellos.
Entre tan variado escenario, una niña corría alegre, con el cabello suelto y volando al chocar con el aire y una sonrisa característica de la infancia. Con mucha energía, trataba de lograr que su papalote se elevara en el aire, y volara.
Por un momento, me vi a mí misma más joven, con doce años menos, con menos sabiduría, menos tazas de café, menos corazones rotos, menos amigos, menos decepciones. Con otros sueños, otros zapatos con los que correr el mundo, otras preocupaciones, otras preguntas, otras respuestas.
También me vi igual. Con el cabello a media espalda, esponjado e incontrolable; con ansias de conocer el mundo, de leer libros y descubrir los secretos del universo y la humanidad; peleando con mis clases de un idioma que ya no sabía si quería aprender; con un amor infinito por mi familia, por la tierra que me vio nacer y crecer…
Con las mismas ganas de volar y hacer volar papalotes.
La noche anterior me habían negado una beca más. Seguía atada a esta tierra, a este lugar… “Algún día” dicen todos a mi alrededor. “Todavía no es tu tiempo” dicen otros, tratando de hacerme sentir mejor. “Se paciente. Pronto llegará tu oportunidad, y verás que será mejor que cualquier cosa que hayas siquiera imaginado”.
Lo mismo pasaba hace diez años, cuando ponía todos mis esfuerzos en construir papalotes, para que quedaran bonitos; cuando me ponía mis mejores tenis, mi ropa más cómoda y salía con esperanza, con ilusión, con energía.
-Hoy si volará,- me decía a mí misma, mientras media la intensidad del aire, con la esperanza de finalmente lograrlo.
Sin importar cuantas veces lo intente, sin importar los cambios en mi estrategia, en mi método, en la construcción, en la ropa que elegía… Nunca logré que un papalote volara, que sus colores resaltaran entre el azul del cielo y el blanco de las nubes…
Yacer v.
Sabía que no podía seguir llorando por una pérdida que carecía de sentido desde mucho tiempo atrás.
Eso no me detuvo, seguí tirada en mi cama. Días, semanas, meses…
Deje de existir: sólo yacía en la imaginación de quienes me recordaban.
Zona n.
En uno de los momentos cinematográficos más importantes que los cómics y el siglo XXI nos han dado, Peter Parker y Gwen Stacy se encuentran en una iluminada calle de Nueva York, con “Song for Zula” sonando de fondo mientras ellos se ven con adoración mientras tratan de negociar la forma de ser “sólo amigos”.
He visto esa escena una, y otra, y otra vez. Miles de veces. Nunca pierde su encanto y magia. Siempre siento que estoy presenciando algo privado, algo de lo que yo no formo parte.
Y he tratado de recrearla: encontrarme al amor de mi vida actual frente a un Forever 21, escuchando esa canción una y otra vez mientras, a lo lejos, observo cómo se acercan hacia donde estoy.
Nunca se siente real. Se siente forzado, falso. En el fondo, sé que es porque no son “el amor de mi vida”, y porque nunca me verán con la adoración que anhelo.
Así que, si algún día quieres hablar de expectativas altas y poco realistas, piensa en eso: en que anhelo a alguien que me quiera como si fuera magia, y me haga sentir cada acorde de las canciones más tristes como si fueran un canto de sirenas.
Comments (0)
See all