Jaqueca n.

Tú.

Jardín n.

Perdí la noción del tiempo.

Siento que han pasado décadas desde la última vez que besé tus labios. Siento que han pasado segundos desde la última vez que sentí la plenitud de la felicidad entre tus brazos.

Silencio.

No sé de ti. No sabes de mí. Nuestros caminos se han separado, y aunque desearía tener la valentía para pedirte que nos veamos una vez más, sé que no es lo que quieres.

Tal vez ni siquiera es lo que yo quiero.

Es posible que los planetas, las estrellas, las diosas y el tránsito del mundo se volverán a alinear, y nuestros caminos se volverán a cruzar. Nos volveremos a encontrar ahí, en el jardín en el que te besé por primera vez y comenzamos esta historia de nunca acabar.

Sé que la próxima vez que te vea, nuestros brazos se buscarán como si estuvieran destinados a encontrarse, y que nuestros labios se encontrarán como si nunca se hubieran separado.

Tal vez somos amantes desaventurados, o quizá es mi Mercurio chocando con tu Saturno, o es posible que somos tan parecidos que estábamos destinados a encontrarnos para recordar cuáles son nuestros sueños y nuestras metas. Pero sé que esto no ha acabado. Y probablemente, que nunca acabará.

Karaoke n.

Una semana después de que todo había llegado a su fin, mis amigos me llevaron a rastras a un karaoke. Al principio el exceso de amor y miel en el ambiente me hacía querer vomitar, más literal que metafóricamente.

Sin embargo, sentía que debía estar ahí. Era una de esas sensaciones de que, por una vez en tu vida, estas en el lugar y momento ideal.

De repente, mi mejor amiga eligió aleatoriamente una canción. La canción. Nuestra canción. Esa canción que escuchábamos cuando estábamos solos, sin que nada nos perturbara.

En un momento de valentía tomé el micrófono y comencé a cantar como si mi vida dependiera de ello. De repente, sentí como todo a mí alrededor desaparecía y veía frente a mí una proyección… No, una colección.

De recuerdos, de lugares que visitamos, comida que compartimos, lágrimas que lloramos. Como si todo lo que vivimos juntos se resumiera a eso, a una canción que para los demás no era nada, pero para mí era todo.

Kilómetro n.

Yo nunca lo creí. Jamás. No la primera vez, lo segunda. Mucho menos la última.

-No quiero quedarme sin decirte que te amo.

Aunque tus palabras siguen resonando en mi cabeza, sigo sin poder creerlas. Porque sé que no, que jamás has sentido por mi algo remotamente parecido al amor. Y con cada uno de los kilómetros que nos separan en este momento, me estás dando la razón. El amor florece a la distancia, pero la distancia rara vez ha hecho surgir amor.

Libre adj.

Todo lo que necesitaba decir, finalmente se había expuesto. Había dicho todo, absolutamente todo. Lo bueno, lo malo e inclusive los porqués. Lo que sentía, lo que pensaba, lo que quería y aquello de lo que tenía que alejarme.

No fuiste capaz de leer entre mis palabras, de sumergirte y nadar en ellas y darte cuenta de que, debajo de mi mensaje, estaba liberando la historia a la que, por meses me había aferrado.

Así, tan simple como dejar volar un pedazo de papel en el aire, todo se había desvanecido antes mis ojos.

Y esa fue la mejor decisión que pude haber tomado.

Llanto n.

Hacía mucho que había aprendido que el llanto y la música se llevan de maravilla, van de la mano.

Que la mejor manera de desaparecer las lágrimas de un rostro es convertirlas en sudor, en baile, en energía, en pasión, en sentimientos a flor de piel.

Por eso, el día que te fuiste, baile. Bailé como no lo había hecho nunca. Bailé como si la vida se me fuera en ello.

Porque, tal vez, de no hacerlo, la vida se me habría ido en llanto.

Nuestro pron.

¿Cuánta intimidad llegamos a compartir como para que algo, o todo, se volviera nuestro?

Oferta n.

Llegaste una mañana a mi casa, sin anunciarte ni avisar.

Habían pasado meses desde que nos habíamos visto; mi cabello estaba más corto mientras tu barba apenas comenzaba a crecer. Sonreíste, como si esa fuera la única explicación que necesitara.

Rodé los ojos y extendiste un pequeño ramo de flores de colores.

-Tengo una oferta para ti. Y necesito que me escuches antes de que digas que no.

Dejé salir un suspiro antes de dejarte hablar. Sonreíste, y continuaste.

-Yo sé que las cosas terminaron mal. Que dijiste que no había forma de que regresarías nunca. Que no querías volverme a ver.

Pero la vida no es lo mismo sin ti. Es más gris, más apagada, menos vida…

Y no quiero que lo último que recuerdes de mí sea esa pelea en medio de la noche, ni que te prives de las pequeñas cosas que incluían el estar conmigo. Ni siquiera quiero que intentes superar esto, aunque sé que no le has dado vueltas al asunto.

Aunque parezca tonto que lo intente, quiero hacerlo. Quiero hacer una oferta de paz para que regreses, y hagamos como que nunca pasó nada: hay café en la máquina, fruta en el refrigerador y tus llaves te esperan debajo del tapete. Espero que decidas volver.

Entonces te fuiste, sin decir nada más. Sin darme la oportunidad de aceptar o negarme a tu oferta.

Cerré la puerta. Nunca te volví a ver.

Olvido n.

La más perfecta descripción al reflejo de tu semblante después de casi tres meses de no habernos visto.

Pasado n.

Cuando nos conocimos, cerramos los ojos y pretendimos que éramos personas totalmente nuevas.

Jamás cuestionaste la historia que me componía, ni yo pregunté sobre del pasado que te había construido. No preguntamos dónde nacimos, quiénes eran nuestras familias, nuestras tradiciones en noviembre ni porqué aprendimos uno o dos o ningún idioma.

Pasados los días, nos dimos cuenta de nuestro error. Porque, por arte de magia, nuestro pasado se abalanzó sobre nosotros; personas de tu vida regresaron, como si fuesen invocadas por una fuerza superior, en el momento de mi llegada; y de la misma manera, quiénes me habían formado se encargaron de volver y recordarme la misma persona que fui tiempo atrás.

No pudimos con ello. Nuestras historias personales fueron más fuertes que el presente que pretendíamos construir juntos. Poco a poco nos separamos antes de volvernos los extraños que éramos el día en que nos conocimos.

Excepto que, esta vez, ninguno estuvo dispuesto a dar un paso adelante.

Pretender v.

Miente.

No digas la verdad.

No tienes que sentir las palabras que pronuncias. No muestres la sonrisa que normalmente portas. Oculta el amor que llena tu corazón.

Finge. Sin preocupaciones, ni cargo de conciencia. Nadie te juzgará.

Haz como que me extrañas, aunque sepas que no es verdad.

Primavera n.

Decía un profesor que en Japón no tienen la desfachatez que me caracteriza de plantarte frente al objeto amado y decirle que te gusta. Por el contrario, optaron por la más diplomática y sutil expresión “La primavera ha llegado”.

Y no puedo sino invocar la sabiduría de tal relato (cuya veracidad desconozco, pero doy por sentado es real al no tener evidencias de que alguna vez me mintiera) al pensar en la primera vez que te vi.

Porque nos conocimos en invierno. Pero llegaste como una cálida brisa que lleno mi vida de una gama de colores que desconocía.

Yo, la amante del frío, la reina del hielo se descongeló ante la calidez de tu ser. Contigo, la primavera llegó y nunca me abandonó.

Querencia n.

Tomé el álbum fotográfico que aún permanecía en el estante, ese que siempre fue especial porque estaba lleno de los recuerdos que yo había elegido conservar: las risas de las reuniones improvisadas, las melodías que bailamos en aquellas fiestas, la belleza que se escondía en la naturaleza ante los ojos comunes…

Cerré mi equipaje y dejé salir un suspiro. Sentí tu presencia, tu cuerpo recargado del marco de la puerta, pero no dije nada. Tú tampoco lo hiciste.

Tomé la maleta, mientras con mi mano libre tomaba mi bolsa pequeña, esa en la que guardaba lo único que necesitaba en ese momento: mi pasaporte, mi boleto de avión y mi libertad. Te moviste ligeramente de la puerta, dándome apenas el espacio necesario para pasar si no vacilara.

Pero vacilé, apenas lo suficiente para ver a tu mirada café ardiendo en color rojo debido al llanto que estabas conteniendo, con la mandíbula tensa y los brazos cruzados, a forma de protección, para evitar que lastimara tu corazón.

Extendí la mano y te entregué la única llave que tenía de ese lugar, dónde ambos habíamos construido mil historias que algún día serían escuchadas por almas desconocidas ante nuestros ojos.

-No, quédatela.- Dijiste mientras cerrabas mi puño y lo devolvías a mi pecho, muy cerca de mi corazón. -Por sí decides regresar.

Yo asentí, incapaz de verte a los ojos. Por qué no volvería, y tú lo sabías tanto como yo.

Salí de la casa, feliz de finalmente haber recuperado mi entera libertad, y con el corazón destrozado porque, a pesar de que sabías que era inútil, no habías intentado detenerme y pedirme que me quedará a tu lado.