Real adj.
Me besaste. Me besaste como hacía semanas no lo hacías.
Te aferraste a mi cintura mientras enterrabas tu rostro entre mi cuello, y yo trataba de suprimir cada suspiro que me robabas con tus labios, con tus dedos que me recorrían completa.
Me besaste. Me besaste con tanta intensidad que creía que moriríamos ahí. Y te besé. Te besé como si fueras el aire que necesitaba para seguir viviendo.
-Nada de esto es real,- susurraste en mi oído.
-Por una vez estamos de acuerdo en algo.
Y me besaste. Me besaste. Y te besé de vuelta.
Recuerdo n.
Las cartas viejas que escribí, canciones que me gustaban y dejé de escuchar.
Los sueños que fueron masacrados por el tiempo, libros que nunca leí y se agruparon en los libreros.
Noches estrelladas que revivo al cerrar mis ojos, recuerdos que juro haber olvidado
El brillo de tus ojos por las mañanas, todas las palabras que alguna vez te dije.
Escríbelo. Recuérdalo.
Retorno n.
La vida, el tiempo, la tristeza y mis amigas me llevaron ahí.
Ellas no lo sabían. Pero regresé al lugar, a nuestro lugar.
No sé si en el fondo albergaba la ilusión de que, si iba ahí, regresarías, como una aparición, cuando a quién más deseas ver es quien mágicamente se posa ante tus ojos.
Alucinar.
¿Pasaste frente a mí? No lo sé a ciencia cierta. Pero te veías tan real, tan visible, que me sorprendería que no fueras tú.
Cerré mis ojos.
No estabas ahí.
Entonces ¿Cómo le explico eso a mi vida, a mi corazón? ¿Cómo les digo que eras un camino sin retorno, una calle cerrada? Una vía con la que me estampé, pero que era tan etérea y deslindada, que tarde días antes de darme cuenta de habías terminado. Que ya no había pasos por recorrer.
Un camino sin retorno.
Ser v.
Hay muchas cosas que yo no era, que no soy, y que no seré.
No era tu compañera de juegos de la infancia, con la que aprendiste a manejar una bicicleta y te lastimaste la rodilla tras caer de una resbaladilla.
No era tu mejor amiga, la que conocía a tus padres desde siempre, y tenía historias vergonzosas de tu hermana menor. Quién te recibió con los brazos abiertos cuando te rompieron el corazón por primera vez,
No era con quien despertaste dos horas antes de lo normal sólo para ver el amanecer en la playa, durante tu primer viaje sin tu familia. Quien rompió tu corazón ahí, entre la arena y el olor a café y sal.
No era la primera en enamorarme de ti, la que encontró el valor en la adolescencia para decirte un día, de la nada, que eras una maravillosa persona. La que estuvo dispuesta a perderse completamente a sí misma por hacerte feliz.
No era tu hechizo, la persona a quien corrías cuando te llamaba, consciente de que saldrías con el alma estrujada y el corazón confundido.
No soy tu amiga, a la que le cuentas las cosas importantes de tu vida, ni a quién recurres cuando quieres decir que tuviste un día normal.
No soy el amor de tu vida. La persona con quien compartirás una parte de tu existencia, con quien crearás recuerdos, anécdotas y una vida.
No soy buena para cumplir promesas, especialmente contigo. Y sabes que no estoy dispuesta a cambiar por ti.
No soy tu compañera de viajes, con quien planeas visitar todas las ciudades de este país que aún te faltan por conocer.
No soy magia para ti. No soy una lección dolorosa, que te enseñe a tener los pies en la tierra y no perder la cabeza al entregar tu corazón.
No seré tu amiga, la que te acompañe en tus momentos más emocionantes, y esté ahí para fotografiarlos todos. A quién llames a los sesenta años para recordar las aventuras de la juventud.
No seré presentada a tu familia. La persona con quién compartas tu primera casa, con quien compres un perro y adquieras una hipoteca. A quién le compres flores sólo por el gusto de comprarlas. No seré con quien veas cada ocaso del resto de tu vida.
No seré quién cuide tu corazón de romperse. Tampoco seré quien romperá tu corazón. Mucho menos seré quien sane tu corazón después de que lo rompan. No seré la última en enamorarme de ti.
No seré tu religión, pero tampoco tus demonios. No te haré sentir el cielo en la Tierra, pero tampoco seré tu maldición. No seré tu destino, ni con quien conozcas el mundo. No seré un aprendizaje en tu vida, ni tu única opción. No seré quien se despida de ti.
Y nada de eso me interesa. Porque no espero conocer tu pasado, ni quiero definir tu presente, ni quiero ser culpable de tu futuro. Sólo quiero que el tiempo sea, que nosotros seamos.
Sí adv.
-Tú me conoces.- Dijiste en medio de una taza de chai latte, un sábado normal. -Aprendiste lo que me gusta y lo que no; conoces todos mis defectos y manías. Sabes a qué soy alérgico y cuál es mi comida favorita; por qué odio los vinos argentinos y la razón por la que un maratón de Spiderman es mi definición de felicidad.
Sonreí ligeramente, recordando todas las palomitas que comimos viendo películas, o las eternas discusiones sobre qué vino elegir para las cenas especiales.
-Conoces a mi familia y me conoces a mí. Te he presentado a todos los demonios que me acompañan día a día, y me has visto en mis peores momentos. Y a pesar de lo malo que hemos pasado, sigues aquí, conmigo.
Mi cabeza no entendía por qué estabas dando un emotivo mensaje en medio de una tarde tranquila, sin que celebráramos ni conmemoráramos nada. Nada, hasta que tomaste mi mano.
-Y estoy consciente de que esto tiene caducidad, porque los dos lo aceptamos desde el primer momento. Sé que habrá un día en que tú quieras irte y jamás regresar, que un día simplemente no llegaré. O que una pelea insignificante podrá convertirse en un huracán y destruir todo lo que hemos construido juntos durante este tiempo.
Pero, aunque sé que esto eventualmente terminará, espero que pases tu vida conmigo. No más de lo que estés dispuesta a darme, ni más tiempo del que hayas planeado compartir conmigo. Pero quiero que, cada mañana, al despertar junto a mí, sepas que esto, esto que tenemos hoy es verdadero, es real y nadie dio más de lo que quiso darle al otro.
Sentí un frío metal chocar en mi mano. Desconecté mis ojos de tu mirada llena de amor y observé una llave en mi mano. Mi sonrisa se ensanchó en cuanto tomaste mi mano y me obligaste a ver a tus ojos, llenos de esperanza y alegría.
-Sólo di que sí.
Tequila n.
Eres el tequila de mi corazón.
Cuando te conocí, sólo me gustaste por la presión social y el nacionalismo barato ¿Qué buena mexicana sería si no lo hiciera?
Pero ahora no puedo estar ni en el mismo cuarto que tú, la sola idea de ti me hace vomitar y no te trago ni con limón y sal.
Tesoro n.
¿Quién se quedará con qué?
Porque no se trata de objetos materiales;
¿Quién se quedaría con las tazas de la primera navidad que compartimos? ¿Quién guardaría la colección de fotos que tomamos? ¿Quién secaría las lágrimas que vertimos?
¿Quién se quedaría con las almas que adoptamos? ¿Con los amigos que hicimos juntos? ¿Cómo me desprendería de tus amigas, que se volvieron parte de mi familia? ¿Cómo abandonarías a mis amigos, que se habían ganado un espacio en tu corazón?
¿Quién recordaría las historias felices que escribimos juntos? ¿Quién contaría las veces en que lloré, y me calmaste con un beso en la frente? ¿Quién guardaría las memorias de las pesadillas que tenías, que calmaba con una taza de té y tu canción favorita, hasta que te quedabas profundamente dormido?
¿Quién guardaría mis regalos de navidad? ¿Quién se llevaría las pinturas que hiciste tras de nuestro primer viaje a la playa? ¿Dónde se almacenarían todas las canciones que bailamos? ¿Qué haríamos con las películas con las que lloramos?
¿A dónde irían a parar todas las ocasiones en que temí por tu vida? ¿Qué harías con las plegarias que rezabas cuando llegaba demasiado tarde? ¿Y con las llamadas sin sentido, que hacía sólo para oír tu sonrisa a través del teléfono? ¿Qué les pasaría a todas las cartas que me escribiste, sólo porque sabías que me encantaba tu letra?
¿Dónde debía enterrar el recuerdo de tu sonrisa? ¿Cómo nos desharíamos de todos los planes juntos que construimos? ¿Cuándo me olvidaría de todos tus sueños, aún sin cumplir? ¿A dónde iría a parar todo el aire que me robaste entre suspiros? ¿Y las veces que tus ojos brillaron en extremo, sólo por verme?
Porque todo lo que alguna vez atesoramos estaba más vivo que nunca.
Zalamería n.
¿Recuerdas aquella fiesta a la que fuimos juntos para conmemorar el inicio de la independencia de México?
Fue la primera vez que conociste la parte de mí que menos conocías, la de mi hogar. Las calles que me vieron crecer, la casa que custodiaba a las personas que más amo en la vida, y los árboles que habían cambiado con el paso del tiempo, tomándome de la mano para siempre ver hacia atrás con una sonrisa.
Es uno de los recuerdos que más atesoro en mi mente. Porque, entre la comida, la bebida y la música, la oda que se hizo en torno a la belleza de mi Estado comenzó a sonar en las bocinas.
Sin pensarlo ni tardarte demasiado, tomaste el vaso que estaba entre mis manos para dejarlo en la mesa más cercana, y arrastrarme al centro de la pista, donde te aseguraste de bailar con tus mejores pasos mientras me susurrabas al oído “esa es mi tierra bendita, que tantas joyas encierra”.
Yo estaba deleitada, porque jamás te había visto tan empeñado en bailar adecuadamente. Tal vez era el tequila que habías tomado, tal vez era tu intento de impresionar a mi familia, o tal vez sólo querías que disfrutara de aquella noche. Pero nunca olvidaré el brillo de tus ojos mientras dábamos vueltas por todas partes; ni como nuestras risas se fusionaban con la música como si fuera hecha sólo para nosotros.
Desde entonces, aquella canción se volvió la más bonita que jamás haya oído.
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