Estaba desesperado y esa es la primera de muchas excusas que puse a lo largo del proceso de divorcio para justificar lo que él y yo estábamos haciendo.
Para justificar mis deseos reprimidos por tantos años.
Khalil y yo estábamos en el despacho, esperando a Ivanna. El reloj sonaba a nuestras espaldas con un tic tac desesperante.
Parecía anunciar los minutos antes de un veredicto, de ser enviado a la horca o ganar la libertad.
Los ventanales permitían que la luz bañara todo, que no dejara ni un solo recoveco sin iluminar, que yo no pudiera esconder mi corazón agitado.
—¿Ves lo que te dije? Pudimos demorarnos más —dijo Khalil con su voz gruesa, su tono ronco empañado en urgencia.
Una urgencia que yo había empezado a conocer muy bien y que me convertía en un manojo de nervios.
—Pensé que esta vez llegaría temprano.
Ivanna nunca era puntual. Ni en los 5 años que duramos casados ni ahora, que, por fin, estábamos a punto de divorciarnos.
Khalil me miró con las cejas levantadas, luego sonrió de lado.
Yo tenía los nervios a flor de piel, podía sentir que la electricidad que me recorría el cuerpo era una mezcla de emoción con una taladrante ansiedad.
Aún tenía miedo de que todo esto fuera un error, de que mi estúpida apuesta estuviera por tirar por la borda catorce años de amistad.
Cerré los ojos un momento. No podía engañarme.
Incluso si me arrepentía al último minuto, mi relación con Khalil no volvería a ser la misma.
—Nunca tuve tantas ganas de terminar un caso —prosiguió él, con tono seductor.
Asentí porque no sabía qué otra cosa hacer.
Mi matrimonio estaba por terminar formalmente.
Aunque llevaba un par de años roto, sin esperanza de recuperarse, sin que Ivanna y yo quisiéramos en verdad hacerlo.
Khalil echó el cuerpo hacia el costado, me obligó a girar y mirarlo. Mi corazón latía en mi garganta y él tragó espeso, vi su manzana de adán temblar, abrió la boca, pero no pudo decir nada, la puerta se abrió y ahí estaba Ivanna.
Mi futura exesposa.
Khalil se pasó la lengua por los labios, se puso de pie y estrechó manos con el abogado de Ivanna.
Luego se puso los lentes. Estábamos en la recta final.
El tic tac seguía sonando a mis espaldas.
No estaría tan nervioso si fuera un solo trámite de divorcio, no lo era. En lo que los abogados sacaban sus papeles y yo e Ivanna nos ignorábamos como llevábamos haciendo los últimos años, repasé cómo mi relación había cambiado con el hombre que se sentaba a mi izquierda y que apoyaba su brazo en mi espalda. Haciéndome sentir fuerte y seguro.
Algo que pensé imposible cuando Ivanna me pidió el divorcio.
El primer encuentro de nuestros cuerpos:
Estaba borracho, realmente borracho. O es lo que me digo, de ninguna otra forma puedo concebir lo que dije esa noche.
Khail me miraba con el ceño de preocupación, pasaban de las 2:00 am.
El bar estaba lleno, rebosaba de cuerpos, música, sonidos que yo ya no podía procesar.
—Carlos, ya déjalo. Necesitas descansar.
Negué, Khalil me dio un par de palmadas en el hombro. Me sacudí, quería seguir tomando.
Luego solo estrellé mi cara contra la mesa.
—Me dejará en la calle —gemí ahogado en alcohol.
Khalil gruñó y negó. Se sentó a mi lado y frotó mi espalda.
Nos conocimos en la secundaria, éramos dos chicos nuevos en el mismo año. La amistad fluyó natural y cómoda. A travesamos la infame adolescencia juntos y en nuestro último año conocimos a Ivanna.
—No lo hará, el divorcio es un trámite, Carlos.
—Me lo dijo, Khalil. Me dijo que me quitaría todo —Levanté mi cabeza, el semblante de mi amigo se veía amargo. Sus ojos ámbar temblaban con aflicción. Yo sabía que su preocupación era verdadera.
—Esa arpía —gruñó mi amigo—. No, Carlos. Vamos a pelear por lo tuyo.
—Lo aprecio. Pero no tengo para pagar tus servicios y no puedo aceptar caridad. Lo sabes, Khalil.
Mi amigo asintió.
Uno de mis muchos defectos era mi terquedad en temas de dinero. Nunca pedía prestado, no podía recibir ayuda sin sentirme un fracasado.
Tal vez eso llevó mi matrimonio al desastre o por lo menos fue uno de los ingredientes.
—¿Aun la amas? —me preguntó Khalil. Un nudo se ató en mi garganta—. ¿Le fuiste infiel?
Negué rápido.
—Sabes que no estamos bien desde hace tiempo. Ni siquiera hemos estado… juntos… en el último año. Esto era inevitable, de hecho, creo que es lo mejor.
Él me tomó del mentón, la acción me sorprendió incluso en el estupor de la embriaguez.
Sus cejas espesas se fruncieron, la arruga que se formó en el medio tembló.
—Déjame ayudarte con el caso.
—No. No puedo pagarte.
Khalil se mordió sus labios.
Nos quedamos así lo que me pareció una eternidad, como si él buscara mil maneras de hacerme ceder. El espacio entre nuestros rostros parecía reducirse, el aire se sentía espeso.
Yo no podía despegar mis ojos de su boca, de sus labios delgados que solían tener un brillo abrumador cuando sonreía. Pensé en lo mucho que me hubiera gustado volver a la secundaria en ese momento.
Reírnos sin preocupaciones, tomar a escondidas de nuestros padres, encerrarnos en mi habitación. Jugar videojuegos hasta dormirnos en el suelo.
—Incluso si lo hicieras, te apuesto que Ivanna ganaría… —susurré.
La mano de Khalil tembló, la quijada de su mandíbula se endureció y sus ojos brillaron con más evidencia.
—¿Crees que no soy capaz de poner la balanza a tu favor? —preguntó con desafío.
Yo sabía lo que los retos hacían en él.
—Sabes que su padre tiene muchísimo dinero —Me lamenté—. Yo sé que eres un gran abogado, pero yo…
—Llevaré tu caso, Carlos.
Me dijo aquello y le dio un trago a mi bebida, se pasó el dorso de la mano por su barba corta, el sonido de la piel contra el vello me pareció atractivo.
Debí estar muy borracho.
—No tengo como pagarte —reafirmé.
—Apostemos algo ya que has dudado de mis habilidades. —Khalil se tomó un momento, dio otro trago y luego apoyó su mano en mi pierna. Cuando se giró a mirarme noté la decisión de sus ojos, fue tal impacto que el alma me bajó a los pies—. Por cada una de las cosas que evite que Ivanna se lleve de ti, tú me dejarás tocar una parte de ti.
—¿Qué?
La propuesta me sacudió como una tormenta.
Khalil fue un chico inseguro en la secundaria, miraba hacia abajo todo el tiempo y yo, por el contrario, fui el tipo de chico que no dejaba de ser mirado allá a donde iba.
Sin embargo, en ese preciso instante noté como mi amigo ya no era ese joven, era un hombre maduro, decidido. Decidido a tocarme.
No era una broma, nos conocíamos muy bien para saber cuándo jugábamos y cuando no.
Mi garganta se sintió seca.
—No será caridad, es una transacción —insistió él—. Tú no quieres quedarte en la calle, yo quiero tocarte.
Khalil puso su mano sobre mi entrepierna. Respingué en sorpresa.
Frotó su palma abierta, la fricción elevó mi temperatura. La mano de Khalil era grande, dura y tosca, sus movimientos por el contrario eran suaves. Caricias que me hicieron aferrarme a la orilla de la mesa.
—¿Sexo a cambio de que me divorcies? —pregunté con la voz entrecortada.
Él torció el gesto.
Arrastró conmigo al baño del bar, me empujó dentro de un cubículo y yo no pude poner resistencia. Mi cabeza intentaba procesar lo que estaba ocurriendo y mezclado con el alcohol no era fácil.
—Si te gusta, me dejarás continuar —dijo muy cerca de mi oído, su barba raspó mi mejilla—. Cuando te divorcies llegaremos al final.
Me quedé de espaldas contra la puerta, mis ojos abiertos como platos cuando Khalil desabrochó el cinturón y deslizó su mano entre el pantalón y mi tibia piel.
Jadee.
Por un instante sentí que esto le estaba pasando a alguien más, que yo no era ese hombre que se atrincheraba contra la puerta, incapaz de detener la mano fría que avanzaba seductora por mi abdomen hasta mi miembro.
La sola idea, la revelación de lo que estaba haciendo, fue suficiente para que mi pene punzara, se endureció pidiendo atención.
Eso no podía estar pasando. Llevaba meses con problemas de erección. Los gruesos dedos de Khalil envolvieron mi envergadura y la caricia aumentó en fuerza y velocidad. Escuché el chapoteo de mis fluidos y la vergüenza me acribilló.
Mi cuerpo me traicionaba y mi boca no podía pronunciar una sola palabra. Khalil sonrió, me sonrió con autosatisfacción.
Mi mente voló a aquél verano en que ambos descubrimos el porno.
Curiosidad, nervios e inexperiencia. En aquél momento nos sofocó y sacó de nuestras pieles.
El calor de la habitación nos nubló el juicio, sentados en la cama fui yo el inició. Saqué mi miembro, Khalil me imitó un momento después. Nos masturbamos en un silencio tenso, casi húmedo.
Sin embargo, la naturalidad del acto pareció como si aquello fuera simplemente lo que tenía que pasar.
Era joven, atribuí mi descarado interés a que esa era la primera vez que miraba el pene de otro chico.
Habían pasado tantos años y yo aún recordaba nítido que no pude apartar los ojos de su verga, erecta y dura. Su glande circundado, la vena abultada que palpitaba, como su mano bombeaba con desesperación.
El sonido, ese sonido de piel chocando, de jadeos entrecortados.
El mismo sonido que tiene recorriendo mi piel justo ahora, con Khalil gruñendo tan bajo que era apenas audible, conmigo tapando mi boca para evitar gemir, se sentía igual. Como si fuera simplemente lo que tenía que pasar.
Escuché dos personas entrando en el baño, el cuerpo se me paralizó, Khalil por el contrario me mostró una mueca de travesura.
—Si gimes demasiado, te oirán —exclamó bombeando más rápido, mi abdomen se contrajo en placer. Las personas murmuraron cosas, el grifo del agua corrió un momento, alguien azotó una puerta en la distancia. La boca de Khalil chupó el lóbulo de mi oreja, luego su lengua recorrió los recovecos interiores—. Y no quiero que escuchen tu bonita voz cuando te vienes.
Me corrí tan duro en su mano, igual a esa primera vez recostado en la cama de su habitación.
Con su nombre en la punta de mi lengua.
Comments (0)
See all