—¿Está de acuerdo, Vásquez?
La voz del abogado de Ivanna me regresó al presente. Ella estaba de brazos cruzados, con el ceño fruncido.
Miré a Khalil, me sonrió y entonces asentí.
—Dios mío —Ivanna meneó la cabeza en desaprobación. Un gesto que solía hacerme por lo menos unas tres veces al día—. Ni en los últimos minutos de nuestro matrimonio puedes prestar debida atención. Un marido de porquería.
Los colores me subieron por la nuca.
—Creo que podemos evitar los ataques, señora Ivanna —dijo Khalil acomodando sus lentes sin dirigirle la mirada, seguía leyendo—. ¿Ha terminado?
—Sabía que tú llevarías el caso, ¿Por fin decidiste decirle la verdad?
Apreté los párpados, así que mi esposa siempre lo supo. ¿Era yo el único imbécil que no podía sumar dos y dos?
Durante noches luego de que me pidiera el divorcio, me pregunté si habría sido mejor que Ivanna y yo permaneciéramos como amigos.
Khalil, ella y yo.
Durante años habíamos funcionado de esa forma.
Pero cuando nos volvimos pareja todo trastabilló.
Khalil y ella empezaron a tener una incomodidad el uno con el otro que yo no comprendía, en algún punto incluso pensé que él estaba enamorado de ella.
Pero lo callé. No quería romper el status quo, fui cobarde. Ambos lo fuimos.
En esos años Khalil ni siquiera había salido del clóset.
Los recuerdos de nuestro segundo encuentro me embriagaron, ensordecieron el ruido de Ivanna quejándose otra vez.
Khalil y yo abrimos la puerta del departamento.
Lo compré cuando cobré el diseño de una de las plantas de energía renovable en Yucatán. Mi trabajo como ingeniero ambiental me daba buenos trabajos y salarios.
Ivanna lo gastaba todo.
Vivíamos al día sumergidos en las deudas que yo poco a poco iba pagando porque ella no contribuía en nada. Pero fui un marido estúpido que dejó propiedades a su nombre.
Ese departamento era el que más me gustaba y Khalil ya había logrado que Ivanna no se quedara con él.
Alguna vez pensé que ese departamento serviría a mi retiro, a Khalil también le gustaba, de hecho, me había ayudado a elegirlo cuando se lo plantee. Tenía una bonita terraza que daba a la parte trasera de un monte, un bosque privado para mí.
El aire fresco estaba cargado de expectación.
Los dos sabíamos qué hacíamos ahí, la tentación hacia cosquillear mi piel. El encuentro en el baño del bar me había hecho aceptar la propuesta.
Necesitaba más de esas sensaciones, de ese deseo ardiente que despertaron en mi con las caricias de mi mejor amigo.
—¿Cuánto te debo por el departamento? —bromee cuando salimos a la terraza.
Se quitó los lentes negros y se los colocó en su pelo castaño. Siempre delineado en las patillas y esponjoso en la corona. Algo oscuro empañaba los ojos claros de Khalil.
Se lamió los labios y me empujó contra la bardilla de la terraza.
Entonces me besó. Agresivo y demandante, su lengua se metió entre la mía que apenas podía seguir el ritmo.
Me chupó, sus labios succionaron, hacia adentro, hacia afuera, como si follara mi lengua con su boca. La saliva escurrió de la comisura de mis labios a la suya. Su mano me aferró de la cintura con una fuerza impropia para un beso.
No se parecía en nada a aquél beso tímido y doloroso que me dio el día en que me casé.
¿Las cosas hubieran cambiado si hubiera respondido aquél roce de labios?
Fue unas horas antes de la boda, Khalil como mi padrino principal solía seguirme a todos lados. Desde el anuncio de la ceremonia el hombre tenía el semblante decaído.
Nunca, como el imbécil que era, llegué a imaginar que tenía el corazón roto. Éramos amigos, yo hasta ese momento no había dejado a mi cabeza mirarlo como algo más. Por eso cuando se inclinó sobre el buró donde yo me miraba al espejo y me rozó con sus labios, no pude decir nada.
«Solo quería que lo supieras. Nada va a cambiar entre nosotros» dijo en aquella ocasión.
—Déjame hacer esto, llevo tanto queriendo saber a qué sabes.
Me dijo ahora, con su voz seductora que cortó cualquier pensamiento coherente en mi cabeza, se deshizo del pantalón que cayó a mis tobillos. Luego se hincó.
Khalil bajó mi bóxers, la sola imagen me puso duro.
Nunca había hecho esto, desde que Ivanna y yo empezamos a salir casi al final de la preparatoria, toda mi curiosidad bisexual fue enterrada por la relación estable.
Una relación en la que siempre que follábamos parecía que Ivanna lo hacía por obligación, como si no quisiera estar ahí. En cambio, los ojos de Khalil ardían en deseo, la punta de su lengua lamió mi glande y sus hábiles dedos bajaron la piel de mi prepucio.
Gruñí de placer, me apoyé en la barandilla y entonces me miré en el reflejo de los ventanales de la terraza. Tenía el pelo negro revuelto, los labios rojos e hinchados y el rostro sumido en éxtasis.
No tenía sentido negar lo que mi cuerpo deseaba, quería más del placer que Khalil me proveía.
Se estaba convirtiendo en una adicción.
La lengua de Khalil lamió desde la base hasta la punta, me estremecí. Sus dedos delinearon el pedazo de piel entre mi ano y la base de mis huevos. Maldecí.
Eran demasiado sensible, las piernas me temblaron y toda mi piel se electrificó. Khalil frotó con suavidad, mi verga palpitaba de placer.
—Dios mío, Carlos. Eres precioso —jadeó mirándome con ardor.
Luego engulló mi verga, tan profundo que mi glande tocó la rugosidad de su garganta.
A pesar de que yo era quien estaba siendo tragado, quien sentía las calientes caricias, Khalil parecía ser el que más placer vivía.
Hacía años, muchos, que no me sentía deseado, que no podía levantarla porque Ivanna minó mi autoestima con palabras de desprecio. Con sus comentarios sobre mi poca hombría o el tamaño de mi miembro.
Khalil me hacía sentir lo contrario, era como si estuviera tocando y lamiendo algo de gran valor.
La forma en que me miraba, en que su boca se tragaba mi pene y lo succionaba, solo me hacía pensar que el hombre deseaba esto más que nada en el mundo. Por más que mi frágil ego estuviera por caerse a pedazos, Khalil no me dejaba dudas.
Mi verga se deshacía en su caliente cavidad, su lengua masajeaba la extensión de mi falo y topar con su garganta enviaba olas de adrenalina por toda mi columna.
Khalil se sacó mi miembro, la saliva y mi presemen se escurrían por toda su boca. Yo necesitaba más.
—Fóllate mi boca, Carlos. Cógetela. Quiero tragar todo lo que tienes para mí.
Lo sujeté del pelo y la metí hasta el fondo. El sonido acuoso tensó mis testículos.
Sabía que, aunque a mis espaldas había un pedazo de bosque, a los laterales tenía vecinos. Ojos curiosos que seguro podían verme apoyado en la bardilla, moviendo la cabeza de un hombre fornido que me chupaba la verga.
Esperaba sentir vergüenza, culpa, miedo.
No hubo nada, los ojos rojos y húmedos de Khalil eliminaron cualquier duda, al contrario. Quería que mis vecinos me miraran, nos miraran.
Quería que supieran que estaba gozando la mejor mamada de mi vida. Las manos de Khalil se apoyaron en mis muslos, noté cierta resistencia.
Lo escuchaba jadear, la mezcla de fluidos chapoteaba en su boca, se salía por su nariz y él no me pedía parar. Al contrario, un instinto dominante me nubló el sentido, jalé más de sus cabellos, sumía su rostro contra mi verga.
Él abría más su boca, me engullía con más fuerza, recibía todo de mí.
—Trágatelo —ordené—. No querrás desperdiciar esta oportunidad ¿verdad?
Él jadeó en respuesta, un gutural «mmmjsdmm» que me hizo correrme en su cavidad.
No pudo tragar todo, mi semen se desbordó de su boca, aunque noté el esfuerzo que hizo para limpiar con su lengua los residuos de mi orgasmo.
—¿Y bien? ¿Cuál es mi sabor?
Pregunté cuando se puso de pie, no me permitió ni subirme el pantalón, su lengua se enroscó en la mía, con jadeos, con humedad.
Lo obsceno de la acción me pareció lo más sexy de mi vida.
¿Valía la pena dejarme consumir por eso y arriesgarme a perder a mi mejor amigo si me entregaba a él?
Tal vez ya era muy tarde para preguntármelo.
—Están formalmente divorciados —anunció Khalil estrechando manos con el abogado contrario—. Por fin.
Exclamó casi para sí. Me miró con esa expresión de triunfo que solo empecé a conocer en sus ojos cuando se graduó de abogado con honores.
Santa mierda, habíamos crecido juntos, descubierto la vida y las heridas.
Ivanna mandó lejos a su abogado y nos quedamos los tres solos. El despacho de pronto pareció mucho más amplio. Inmenso y asfixiante al mismo tiempo.
—Así que este es el final —exclamó Ivanna suspirando—. Odio darte la razón, Khalil. Me encapriché.
Ivanna fue quien presionó para el matrimonio, yo juraba que la amaba así que no me opuse y me dejé arrastrar por sus deseos. Uno detrás de otro.
Aun así, estiré mi mano para estrechar su mano. No estábamos destinados a ser una pareja. Debimos darnos cuenta antes.
Pero así era la vida, necesitabas cagarla para poder entender.
Ella me manoteó con el ceño fruncido.
—Tantos años y ni siquiera me pude quedar con el departamento ese —gruñó—. Como sea, espero que Khalil te cure esa impotencia.
El tono de desprecio que siempre solía usar, casi desde que éramos novios. Usualmente me abatía con ello, pero esta vez me dio igual. Porque Khalil volvió a tomarme de la cintura, acarició mi espalda y besó mi cuello.
Ahí, frente a ella.
Un bulto creció entre mis pantalones.
—No te preocupes, Ivanna. Tengo esa necesidad bien cubierta.
Mi exesposa bufó, su rostro se encendió y salió del lugar con un portazo.
—Arpía horrible —gruñó él alejándose de mí.
Seguro recordó la ocasión en que Ivanna lo humilló al enterarse de sus sentimientos por mí. Eso sucedió en la universidad, nunca lo supe hasta hace unos pocos días cuando él me lo confesó.
—Lo siento —me dijo Khalil pasándose las manos por el rostro—. Fui codicioso, no quiero seguir con esto.
—¿De qué carajo hablas, Khalil? No puedes estar jugando conmigo así y luego…
—Exacto. No puedo.
—Cometimos errores, éramos jóvenes y no sabíamos qué queríamos del otro... o si podíamos recibirlo —dije, froté mi mano sobre su miembro. Mierda, moría por tocarlo, mi mente no dejaba de traer a mi memoria ese momento hace tantos veranos—. Pero ya no somos esos chicos.
—¿Y ya sabes qué quieres? Porque yo siento que todo este tiempo te he forzado. He dejado que la lujuria me nuble el juicio y lo que menos quería era joder nuestra amistad.
Me mordí la mejilla. Por supuesto que teníamos el mismo miedo.
Eché los hombros hacia atrás. Corrí de mis deseos más de una vez. Esta ocasión me arrepentiría de volverlo a hacer. De huir asustado por no querer enfrentar el cambio.
La vida era un cambio, Khalil y yo nos merecíamos ese revés a nuestra relación.
—¿No quieres follarme aquí mismo? ¿Ahora en lo que Ivanna sigue en el mismo edificio? ¿No quieres hacerme gemir?
—Carlos —amenazó Khalil, su pecho subía y bajaba en respiraciones pesadas.
—Yo lo quiero —aseguré caminando hacia la mesa, desabroché el cinturón y me deshice de mis pantalones y la ropa interior, luego eché el pecho sobre la madera y paré mi trasero. Evadiendo el sonrojo que seguro cruzaba mi rostro—. No nos neguemos más a esto, Khalil. Dámelo, sé que quieres, que lo deseas con locura. No te contengas.
Con mis manos jalé las mejillas de mis glúteos, mostrando mi ano palpitante. Desde nuestros encuentros comencé a masturbarme usando mis dedos, además de ejercicios para contraer y soltar el esfínter.
Era un hoyo pidiendo ser alimentado.
Vi el enorme bulto hinchar los pantalones de Khalil, la imagen de su falo juvenil me sacudió. Lo recordaba grande, rojo y apetecible.
Sonreí. Había llegado el momento de aceptar el amor de Khalil.
Lo contendría por siempre, en los años venideros, con los cambios, con los altibajos.
Porque esa tremenda verga me rompería y, Dios bendito, yo moría porque lo hiciera.
—Solo, mierda, no te dejaré arrepentirte después de esto, Carlos.
Khalil se arrodilló y enterró su cabeza entre mis nalgas, gemí en sorpresa cuando su lengua pasó por ahí, entre los pliegues de mi ano. Dio largos y fuertes lengüetazos, como un animal, me aferré a la orilla de la mesa. No sentía las piernas.
El placer era indescriptible, era ser recorrido por un rayo, me tensé como un resorte, mi espalda se arqueó por inercia y mi cadera se empujaba contra su rostro, pidiendo más.
—Mierda, sí sí, sí. ¿Qué…?
No podía armar una sola oración, las terminaciones nerviosas de mi entrada me arrancaban jadeos guturales. La punta de su lengua se introdujo en mi ano.
Grité como si estuviera en brama. Su lengua me folló.
Entró y salió, nunca había sido consciente de su longitud.
Ahora no podría vivir sin ella.
Khalil introdujo un dedo que se deslizó con demasiada facilidad, jadeó cuando el segundo y tercer dedo empezaron a follarme, a jugar con mi próstata. Mi pene manchaba toda la mesa, estaba demasiado excitado.
—¿Por qué estás tan preparado? —preguntó con su voz gutural.
—Porque a partir de ahora siempre estaré preparado para recibirte.
Escuché el cinturón ser retirado, su verga se irguió fuera de los pantalones y yo quise chuparla en ese instante. Desde siempre, para siempre.
La había querido tanto desde tiempo atrás, solo me costaba admitir que desde adolescente mis dedos cosquillearon deseosos de tocar la vena que palpitaba tensa y gorda en su circunferencia.
Todo eso se deslizó dentro mío en ese momento, fue la gloria. Fue sentir que me abría con un dolor y un placer casi tortuoso. Sus uñas se enterraron en mi carne, su falo entró hasta el tope.
Mi visión eran destellos, luces, placer.
El recordatorio de la puerta sin seguro, de la travesura de ser descubiertos por su secretaria, por sus colegas, por mi exesposa me mantuvieron en un éxtasis ronco. Quise taparme la boca, Khalil negó.
—Que te escuchen, Dios, que te escuchen.
Mi esfínter se abría y cerraba con su verga dentro, Khalil maldijo.
Íbamos a recuperar los años perdidos.
Khalil empujó, empujó y me destrozó. El choque de su pelvis contra mis nalgas eran el mejor sonido del mundo, la velocidad de sus golpes, la fricción sobre la almendra de mi ano, ese punto de placer que me convertía en menos que un animal en celo. Mi pene seguía frotándose contra la mesa, tan fría, tan húmeda por mis fluidos.
Me vine sobre ella, la descarga fue tan fuerte que me mareé, el mundo me acaba de cambiar de perspectiva. El cuerpo de Khalil se tensó tan solo un poco después, sus gruñidos eran más roncos e iban en aumento y de pronto lo sentí llenarme.
Su verga palpitó con fuerza dentro de mí, su semen escurrió fuera de mis pliegues y luego su pecho se apoyó en mi espalda. Depositó un beso en mi nuca.
—Yo nunca voy a dejarte ir —amenazó, pero se sintió como una promesa.
Asentí entre jadeos.
Escuchamos la puerta abrirse.
No nos importó.
No estábamos en el punto de salida, estábamos construyendo un camino solo de los dos.
Comments (0)
See all