En el restaurante es importante que todos los trabajadores mantengan una apariencia pulcra. El dueño es un hombre recto, gordo y grande que no sonríe ni en su cumpleaños. Luly sabe muy bien que no puede tener otra llamada de atención por esto se asea antes de entrar al restaurante. Luego de atender sus clases, corre al baño para cepillar sus dientes y lavar su rostro.
A cierta hora los baños de la universidad están repletos de alumnos. Estos lindos baños fueron remodelados apenas el año anterior pero no todos. En el área de administración y empresas, se encuentran unos muy viejos que ya nadie usa. Luly aprovecha esto para lavarse con tranquilidad.
Este joven universitario entra apurado al baño, se lava el rostro y deja su pequeña toalla al costado del lavado para buscar el cepillo y pasta dental. Antes de echar la pasta escucha un ruido como de una persona llorando. Con la fuerte vocación de ser un buen maestro, no pudo dejar pasarlo y se dirigió a los cubículos para preguntar si había alguien.
— ¿Hay alguien dentro?
Luego de preguntar y no conseguir respuesta decidió salir a ver si era algún gato. Pero al volver al baño los gemidos se hicieron más fuertes.
—¿Disculpe necesita ayuda? -preguntó.
—mmmj, no… -le respondió.
—¿Puedo entrar y ayudarle a levantarse? -sugirió Luly.
Al no obtener respuesta empujó la puerta vieja del cubículo, que al no tener mantenimiento tampoco tenía seguro.
Luly se llevó tremenda sorpresa al ver a dos estudiantes semidesnudos y hombres. Uno de ellos tenía la mano dentro de los pantalones del otro. El más pequeño que gemía de placer, estaba sentado en el regazo. Volteó para ver al buen samaritano. El otro más alto levantó la vista y sonrió diciendo.
—Vaya tenemos público.
Luly ruborizado retrocedió torpemente y cayó sobre su brazo. Se disculpó y Salió corriendo como si hubiera visto algo prohibido. En el camino al trabajo recordó que no se cepilló los dientes, pero esto era algo que ya no importaba. En su mente lo único que cabía era aquella imagen de dos hombres besándose y tocándose apasionadamente. Él no sólo era un joven pobre y sin amigos, también era bastante inocente a los placeres carnales.
En el restaurante un mesero había faltado así que tenían las manos llenas. La presencia de Luly era super necesaria para ese día. Cuando llegó sudando ya se había demorado 15 minutos, durante los cuales el dueño se puso a servir mesas. Luly podía sentir un frío recorriendo por todo su cuerpo. Sus compañeros le miraron con pena porque a este mesero le venía lo peor.
Al terminar la jornada, el dueño por fin le habló. Lo llevó a su oficina para conversar.
—Ten.
Le entregó un sobre como normalmente se lo entregaba a fin de mes, pero apenas era la segunda semana. Luly no entendía completamente.
—Disculpe señor no entiendo.
—Estás despedido, y esta es tu paga hasta hoy.
—¡Por favor!
—Ni siquiera me voy a molestar en llamarte la atención porque ya no eres mi trabajador.
En el rostro de Luly corrían lágrimas que no parecían tener cuando cesar. Este empleo no era el mejor pero sí le daba para mantenerse un mes. Sin más que discutir, salió secándose la cara con muchos problemas en el hombro.
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