Los llantos desesperados de mayores y pequeños cortaban la respiración. Era imposible escucharlos y no verse conmovide. A no ser, claro está, que fueras uno de los seres antropomorfos que un día fueron humanos que aún seguían cubriendo de una sustancia oscura pegajosa a la vista, pero no al tacto, libro a libro de acceso público con el que se topaban mientras sonreían ominosamente.
Cada vez que un libro era tocado, pasaba a ser parte de sus librerías de pago. Dejando todas y cada una de las bibliotecas del mundo vacías del poder que desde el conocimiento más empírico a la narrativa más ficticia tenían. En un planeta tan empobrecido, para la mayor parte de la población esto era una condena a la oscuridad más terrible de todas.
Tal y como las clases pudientes, aquellas que ya no eran ni humanas, habían planeado. Todo habría salido tal y como habían previsto, de no ser por un par de pequeños detalles: los bares seguían abiertos y nadie se había olvidado de escribir.
Así fue como conseguimos las Bibliotecas de Servilletas que pueblan La Tierra hoy día, pues pueden hacer desaparecer todos los libros de las bibliotecas, pero siempre sabremos hacerlos volver.
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