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1 día No.Regreso

Atardecer

Atardecer

Feb 18, 2023

–¡Deberías pedir una! ¡No me hagas tomar solo! –me dice Guillermo, mirándome de costado y sosteniendo su vaso de cerveza inclinado hacia mí.
–La verdad es que no acostumbro tomar mucho, pero…

Miro las dos botellas en la mesa frente a nosotros. Estamos en un restaurante cerca de la estación. Nuestro tren sale a las siete y media, faltan algunas horas antes de tener que partir, así que momentos atrás decidimos alistar nuestras cosas e ir a cenar para matar tiempo.

–La comida de ese tren no es muy buena, así que mejor comemos antes. De paso tomamos algo –dijo Guillermo cuando aún estábamos en el hotel, empacando.
–¿Seguro? Puede salir más barato si es que vamos al tren…
–¡Nada de eso! –se pasó la mano por su canoso bigote rápidamente–. Comer en el tren es incómodo, aparte de que quiero dormir en el viaje. No hay nada que ver por las ventanas a esa hora de la noche.

En realidad, era una excusa para tomar.

Lo conozco bien, voy un año trabajando directamente con él. Cuando me lo presentaron, creí que era un tipo que se tomaba todo a la ligera. Lo conocí en la reunión donde se me informó que sería mi nuevo jefe. Minutos antes lo había visto fumar en el jardín del estudio con el saco hecho una pelota bajo el brazo. En ese momento no sabía de quién se trataba. Concentrado en el cielo, observaba las nubes recostado en una de las columnas de metal que sostienen la terraza. Siempre me dijeron que si alguien es o no un abogado es algo que se nota a primera vista. Según mi juicio, aquel hombre tal vez tenía corazón de artista, pero no de abogado.

“Eduardo Silva, ¿cierto?” fueron las primeras palabras que él me dirigió.

Nada ocurrió como yo lo había previsto. No se presentó ante mi diciendo su nombre y cargo, sino solo diciendo mi nombre. Después comenzó a hablar sobre los casos que llevaríamos. Sus palabras eran precisas y solo pausaba para respirar, lo que indicaba su experiencia; sin embargo, su saco arrugado hacía un contraste poco común en esta carrera. Poco después pregunté su nombre y me lo dijo: Guillermo Álvarez, él era mi nuevo jefe.

Con el tiempo me enteré de que, si bien era admirado por algunos, era menospreciado por otros. “Él nunca se toma nada en serio”, “no sé cuándo habla en serio y cuando en broma”, entre otras eran las frases que siempre se decían de él. Sin embargo, su trabajo era impecable. Yo rápidamente entendí que lo único que ocurría con él era que prefería ser siempre él mismo, mientras que el resto estaba acostumbrado a la extrema e hipócrita cordialidad. Un día decidí hacerle la pregunta.

–Usted siempre le dice lo que piensa a los clientes, ¿no? –intenté enunciar mi pregunta de modo que se sintiera indirecta. Yo también lo admiraba, solo quería absolver algo que parecía un misterio.
–Prefiero vivir antes que fingir –me miró fijamente, luego mostró una sonrisa torcida y relajó la expresión–. Es más divertido.

Esa era la diferencia.

–¡Pide una para ti también!

Otra diferencia era que tomaba de más.

–Está bien… está bien…

Alcé la vista e inspecciono el lugar visualmente. El mozo está a algunas mesas de distancia. Lo llamo con el brazo. Cuando se acerca le pedimos una cerveza más.

–Día ajetreado el de hoy, ¿verdad? –me dice Guillermo.
–Al fin acabó todo esto de la firma…
–La firma, la firma… Un poco de tinta en un papel. La importancia creada que le hemos dado es… –apoyándose en su codo, Guillermo termina la cerveza en su vaso.

Él se queda quieto, noto que mira con particular atención la hora en su reloj de pulsera.

–No voy a llegar a tiempo…
–¿Tiene algo que hacer? –pregunto.
–Una serie que dan en la televisión. El capítulo comienza a las nueve –Guillermo ríe para sí mismo–. ¡Recién me doy cuenta!

Él da un suspiro y deja su vaso sobre la mesa. El mozo llega segundos después con la botella de cerveza que pedimos. La abrimos rápidamente y Guillermo me hace una seña para que le acerque mi vaso. Nos sirve a ambos mientras habla.

–¿Tú tienes algo que hacer? ¿O vas a pasarla en los videojuegos como todos los de tu generación?

Videojuegos.

El diccionario dice que es todo aquel juego electrónico utilizable en una computadora. Es seguro la definición que alguien de la edad de Guillermo tiene en mente, y seguro la que él mismo está pensando en este momento. Dudo que su mirada y madurez le ayuden a entender lo que hay más allá de aquellas imágenes que se mueven en la pantalla gracias a la magia de los códigos binarios.

–¿No se supone que los juegos son divertidos? –me dice.

Me he quedado un momento absorto.

–Ah, no, sí lo son, pero…

Mi reflejo en la pantalla de mi celular, sobre la mesa, me alerta de mi expresión decaída. Tal vez él se ha dado cuenta.

–Es que…

¿Para qué le mentiría? De todos modos, es algo irremediable.

–Ayer cerraron el servidor de un juego que me gustaba mucho.

Tomo un sorbo de mi cerveza. Siento un extraño vacío, como si me hubiera deshecho de una gran carga, pero no pudiera rellenar ese vacío. ¿Para qué le conté eso a Guillermo? ¿Sabe él algo de juegos?

–¿Navalheim?
–Sí…

Un momento.

–¡¿Qué?! ¡¿Conoce el juego?!

Guillermo me mira sorprendido, luego sonríe y comienza a reír. Cuando me doy cuenta estoy de pie y sobre la mesa, apoyándome con los brazos.

–¡Ja, ja! ¡Claro! ¡Mi hija lo juega! ¿Cerraron el servidor? ¿Cuál? ¡Ah, con razón ella no me dijo nada…!
–No, no solo un servidor, o sea, todos los servidores –me apresuro a decir–. El juego concluyó, se extinguió, ya no hay más Navalheim.

Me siento nuevamente. Puede ser tan solo un videojuego para la gente, para mí era algo más.

–Con razón…

Guillermo saca su celular del bolsillo y me muestra la pantalla, me pide que me acerque a mirar con un gesto. Veo la interface de una tienda digital. Es una de las más conocidas del país. Sé que ahí se pueden comprar los…

–El pase mensual o “Battle Pass” –dije él–. Mi hija me pedía que le compre eso todos los meses. Hoy es treinta y no me ha dicho nada. Ya iba a comprárselo en esta tienda. Ella decía que le venía con…
–El set de armas de Ram-Kali…
–¡Eso! ¡El set de ramas de cali!
–Ram-Kali, doctor.

Guillermo se queda un momento en silencio. Sus dedos sostienen el celular con firmeza.

–¡El latín es más fácil! –ríe.

Su risa me transmite una tranquilidad y calidez.

–¡Creo que así es! –contesto, también riendo.

Continuamos hablando sobre Navalheim durante un tiempo. Finalmente, el reloj nos avisa que es hora de partir. Siento un poco de alivio. Me alegra haberle explicado a mi jefe sobre algo que yo conozco y él no. Me entristece que no vaya a haber una nueva oportunidad para ello, pues la fuente de las experiencias que él no conoce y yo sí ha dejado de existir mucho antes de que esta conversación comenzara.
AlexMD03
Alex

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