Es de noche y estoy en mi casa frente a la computadora. Son las diez de la noche y la alarma de mi celular suena, pero no tengo ánimos de escucharla.
Lo normal sería que la alarma indique que es hora de reunirme con el equipo en Navalheim. Todos los días hacíamos algo juntos. Sea explorar nuevas zonas, luchar contra enemigos de eventos temporales o simplemente batirnos a duelo por diversión, las aventuras que podía vivir en el mundo virtual eran innumerables. Hoy no hay nada de eso. El juego ya no existe y ellos tampoco se han comunicado conmigo.
El sonido constante me incomoda y estiro mi brazo para apagar la alarma. Al cesar esta, volteo hacia la pantalla. Un pensamiento me llena de inútil esperanza.
“El Destino de Navalheim”
“Ingresar”
“Cargando”
“Cargando”
“Conectando a servidor”
“Problema de conexión”
“Reintentando conexión en (10)…”
No tiene caso.
Es hora de afrontarlo, mi escape diario no va a volver. Tampoco los amigos que hice ahí.
No importa que pueda contactarlos por otros medios además del chat del juego. Si no hay nada de qué hablar, pronto nos distanciaremos y seremos solo un recuerdo dentro de tantos. ¿Qué podía hacer? Alguien me diría que no debo entristecerme tanto por un videojuego, pero es que no se trataba del juego en sí, sino lo que me había permitido vivir. ¿Cómo borrar el hecho de que Navalheim era el lugar donde al fin había encontrado gente con mis mismos hobbies e intereses? No experimentaba esa satisfacción ni ese compañerismo desde que dejé el colegio, ¿por qué había concluido? No era justo, otra vez volvería a sentirme solo, así como hace ocho años.
–¡Maldita sea!
Golpeo el teclado.
En serio no es justo.
No es nada justo.
La soledad es el peor infierno.
No es justo.
Me dejo caer sobre la mesa.
No es justo.
No me lo merezco.
No…
Mi teléfono suena. No es la alarma. Molesto, miro la pantalla, me llama un número desconocido.
–¡¿Quién es?!
Por varios segundos escucho distante sonido electrónico. Mi tensión aumenta, quiero desquitarme. En medio del ruido distingo un claxon de auto y el arranque de un motor.
–Ahh… ¿Sekkai? –dice una voz.
Reconozco mi nick de Navalheim.
–¡¿Quién es?! –Eres tú, ¿no? ¡Jaja!
El desconocido hace una pausa.
–¡¿Javelin?¡ –exclamo. –Sí, sí. Ehm, dime Fernando, es mi nombre real. Tú eres Eduardo, ¿cierto? –Sí… –respondo de forma automática. –Supuse que te encontraría a esta hora. Encontré tu teléfono en unos mensajes antiguos de Bestscord cuando recién abrimos el gremio. Parece que los colocamos por si acaso. Quién habría dicho que los usaríamos luego de ocho años.
Recuerdo eso. Fue al inicio. Algunos dejamos nuestros números para comunicarnos por Tiltgram un día que no hubo servicio de Bestcord.
–Hablé con Y-60, o bueno, se llama Luis. Estamos pensando reunirnos uno de estos días con el resto. ¿Qué dices? ¿Te unes? Sería un sábado para que podamos ir todos los que trabajamos, jaja.
…
…
…
–Ah, ¿Eduardo? ¿Sekkai? –Sí, sí puedo. Avísenme cuando decidan el día, yo voy a donde quieran. –¿Si? Bien, ¡nos vemos!
…
…
Apago mi computadora y me levanto de la silla. Camino hacia la puerta de mi cuarto. Voy a ir a la tienda de la esquina, quiero tomar algo dulce, tal vez una gaseosa.
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