Las acusaciones de Joel en el momento en el que se quedaron a solas fueron tan articuladas y específicas como el resto de su discurso. Sin embargo, su agresividad dejó el mensaje claro y cristalino, haciendo que un primer momento el alma de Juliet se congelara. Los padres de Joel eran íntimos amigos de los de Daisy y si les contaba lo que había visto aquella noche…
…no sólo era ella la que tenía mucho que perder. Por lo que, antes de que éste pudiera seguir hablando, fue a cortarle y justificar lo que había sucedido entre ambas…
…justo a tiempo para darse cuenta de que el joven con quién estaba obcecado era con Todd y, sí, la actitud de Daisy y ella misma, pero no entre ellas, sino hacia él.
Así de ciego estaba el hombre con el que había creído que algún día se casaría, incapaz de ver lo evidente por el mero hecho de no ser «lo esperable» según su educación.
Juliet bufó, musitó con firmeza hasta aquí hemos llegado y volvió a donde había dejado antes a Daisy, la tomó de la mano y le indicó que eligiera cuál de las casas de ambas prefería «invadir» aquella noche, en ningún momento soltando la mano de ésta, progresivamente más y más pequeños círculos concéntricos siendo trazados en el interior de palma para disfrute y ligero escalofrío de ambas.
Tirada en la cama de Daisy, todas las dudas que antes se espoloneaban sobre ella en pequeñas dosis se concentraron (y triplicaron) en su cerebro y corazón.
Se miró en el espejo de cuerpo entero del fondo del habitáculo; por mucho que su vestido de franela tuviera más escote del que estaba acostumbrada (de no haber sido por la insistencia de Joel, su madre jamás hubiera cedido a ello), todo lo demás era humilde y grueso, tapando las ruinas que le habían tocado como parte de su fisionomía.
Jamás sería como Daisy, perfectamente definidas curvas en un vestido azul cian que llevaba con la misma comodidad que muchos vestían camisa y pantalones de trabajo. Incluso más, pues el ajuste hacía destacar todo lo que normalmente estaba oculto de cara al público.
Con un suspiro, Juliet empezó a bajarse la falda, sabiendo que después vendría el sweater que convertía las dos piezas en un anticuado vestido, pero parando de golpe, algo titubeante, decidiendo que en su lugar comenzaría con los botones de…
–No tienes que hacer nada con lo que no te sientas cómoda. Lo sabes, ¿verdad? –la voz de Daisy era un poco rasposa, lo justo para lograr que el vello de la nuca de Juliet cobrara vida propia e hiciera que se girara en redondo para encontrar a su mejor amiga tal y como fue traída al mundo, la única cosa remotamente parecida a un objeto para vestir su coletero.
Coletero que cayó al suelo, dejando el pelo artificialmente alisado caer libre a ambos lados de su semi-diabólico, semi-angelical rostro.
La chica se dejó caer a su lado.
–Ahora sí que estoy desnuda; ¿cómo procedemos?
En aquel instante, por primera vez en todo el día, Juliet escuchó las palabras de alguien como parte de un discurso coherente.
No, no de «alguien»: de Daisy.
Juliet era una ávida lectora, habiendo llegado incluso a leer textos de proporciones bíblicas en los que se discutía la presentación física de los dioses grecolatinos.
Entre ellos, Afrodita. Muchos expertos argumentaban que su aspecto no era fijo, sino que variaba severamente dependiendo de quién la mirara.
Daisy era Afrodita, pues su aspecto podría no ser perfecto para el grueso de la humanidad: un pecho notoriamente más redondeado que el otro, manchas sugerentes de tono ligeramente enfermizo en un vientre no tan plano como sus apretujados vestidos parecían asegurar siempre, vello descontroladamente rizado de un rubio sucio que recordaba a la paja naciendo de su pubis hasta prácticamente llegar a una cadera de la que partía una vieja cicatriz que la otra joven bien sabía no terminaba hasta el centro de su espalda…y, sin embargo, era la visión exacta que Juliet deseaba; que Juliet necesitaba.
Puede que la comparación con Afrodita fuera incorrecta, pues había en toda su persona un porte tan firme que era imposible no pensar en una regia actitud romana.
Daisy era Venus.
No había nada que Juliet deseara más que acercarla a sí, besar cada una de las marcas de su piel, surcarlas hasta que toda ella la hubiera memorizado, hacer que sus manos se humedecieran con su propia «esencia», probar la de su mejor amiga…
…pero, claro, había un problema; para ello, tendría que desnudarse.
Pensó en sus costillas desiguales y muy marcadas, las caderas inexistentes y el busto que no tenía verdadera necesidad de ser sujetado (la ropa teniendo en su figura hacía el efecto contrario que la Mujer ahora frente a ella)…no se sentía cómoda. Al menos, no todavía.
Ese momento no había llegado.
Haciendo acopio de unas fuerzas que no tenía, acercó su palma abierta a una zona de la tripa de su amiga que empezaba a estar a su alcance mientras esta se movía, tentativamente, parando y retrocediendo a cada gateo para establecer su deseo de no entrometerse en el espacio que todavía reclamaba Juliet completamente para sí misma.
Dejó que su mano se uniera a la carne blanda pero firme , durante un instante, su cerebro gritó que debía retirarla; pero se vio incapaz.
Deslizó la mano camino a la cintura, cadera, muslo principal…Se dirigió al centro, a aquella zona húmeda y prohibida de la en verdad tan poco sabía, empezando a moverse por puro instinto y lo poco que había aprendido con su propio cuerpo y aquella curiosidad que hasta esa misma noche consideraba inoportuna.
Daisy, su Venus, se dejó hacer como buena diosa aceptando una ofrenda.
Era extraño notar aquella puntilla en un cuerpo ajeno, era extraño ver una morfología desconocida en torno a la misma; como si de dos bosques parejos se tratara: ambos verdes, ambos hermosos, ambos dignos de explorar, pero completamente únicos e inconfundibles.
Aún más insólito era que no empezara notar cientos de pequeños espasmos repletos de sensaciones para las que no tenía palabras al entrar la punta de sus dedos en contacto con la misma; y, sin embargo, incluso si ella no era la estaba siendo «despertada» a un nivel trascendental, el tacto de Daisy y sus sonidos entrecortados cada vez menos suaves, cada vez más plenos, consiguieron que su propio organismo empezara a encumbrarse también.
No supo cuánto tiempo pasó, hasta que Daisy tomó su mano delicadamente, la posó en su boca y, mientras Juliet trataba de procesar lo que sus hasta entonces «puros» ojos veían, impulsó su cuerpo contra ella.
¿Ahora yo?
Era una pregunta sincera, repleta de dudas que trataba de ocultar tras su preciosa entonación, casi cantando.
Juliet sólo podía dar una respuesta, solo quería dar una respuesta, mientras recuperaba su mano de las proximidades de la bendición que era el rostro de Daisy junto con la de la misma y posaba un beso en ambas en el que se atrevió a incluir la punta de su afilada lengua.
–Por favor.
Todo fue experimental. Todo fue nuevo, a la vez que se sintió como algo conocido, algo a lo que siempre habían estado destinadas a llegar y, al final, con piel desnuda de Daisy contra la empapada tela del «vestido» que Juliet todavía conservaba, ambas guardaron un silencio cargado, reprimiendo las ansias de volver a la otra, de descubrir qué más podían llegar a hacer…
…y, entonces, algo cambió en la expresión de Daisy.
–No estoy siendo justa, Juliet, tú sudando mientras yo transpiro…
Juliet podría haber fingido que no había oído bien lo que su… ¿qué era ahora Daisy para ella? ¿Había de verdad aquella velada cambiado lo que ocurriría al amanecer el mundo al día siguiente?
Sin embargo, no fingió; la miró perpleja, el simple sabor de su nombre en los labios que escasos minutos antes habían estado entre sus muslos suficiente para dejarla extasiada durante horas.
Entonces, la sacó. La chaqueta rosa que había llevado Todd en el concierto que ahora parecía pertenecer a otra vida.
Daisy se la puso y, al ver como las hombreras demasiado anchas se caían alternativamente, algo murió en su interior.
Aquel odio y dudas hacia sí misma expiraron su último tóxico aliento.
Igual su cuerpo no era «ideal», pero la mirada de Daisy lo hacía más perfecto que ningún otro en el mundo.
Casi no creía lo que decía mientras empezaba a desabrochar unas ligas que incluso para sus piernas de espantapájaros habían empezado a suponer demasiada presión.
Ahora tendré que igualar yo…
Te ayudo.
Y eso hizo, capa a capa, la liberación de su cuerpo aún mayor que el mero hecho de perder aquellas gruesas y constreñidas prendas, hasta que finalmente quedaron sostén de torso entero heredado de su propia madre frente a chaqueta robada, ambas oliendo a fragancias que no les pertenecían.
Tendrían que cambiar aquello, pensaron simultáneamente; lanzándose la una contra la otra en movimientos cuasi horizontales que recordaban a un complicado baile que ninguna de las dos había aprendido nunca.
El brazo de Juliet entró por el orificio de la manga izquierda de la chaqueta, uniéndose cuán hiedra venenosa al de Daisy, tirando para sí de la chica que, viendo que tenía ambos brazos inutilizados, dedicó una sonrisa animal a su compañera y comentó a morder el viejo sostén, siempre cuidando de que sus labios depositaran suaves caricias sobre los fragmentos de Juliet que iba liberando.
Quedó sólo la chaqueta, un solo brazo de, curiosamente, Juliet, dentro de ella en posición más que cuestionable, pero decidieron no deshacerse de ella, el suave tejido usado para atarlas y desatarlas en tentativas que continuaron descubriendo hasta que la extenuación las encontró, la prenda entonces atada a la cinturilla de Juliet y parte del muslo de Daisy, creando una nueva tercera persona nacida del descubrimiento, el naciente deseo y el amor por fin reconocido en susurros mientras sus capacidades físicas por fin decaían.
Juliet fue la primera en despertar, Daisy durmiendo como la diosa no-virginal que ahora era. La chica localizó los restos inservibles de su casi-corsé a los pies de la cama.
Bien, no pensaba usarlo nunca más. No después de sentirse «libre» por completo por primera vez. Todo gracias a Daisy.
Se inclinó sobre ella, depositó un beso en su frente, tratando con él de curar todos los miedos de lo que pasaría una vez que abandonaran el cuarto. Una vez su vida tuviera que dejar de rondar en torno a Daisy, a su cuerpo, a su mente una vez éste necesitara recuperarse.
Juliet siempre había querido escribir, siempre mil ideas en su cabeza que nunca llegaba a tener el valor de plasmar, pero ahora mismo podría escribir el Ulises sólo tomando como referencia a la persona que tenía delante.
Fue a separarse, pero una mano mucho más caliente de lo que tenía ningún derecho a estar la agarró de su muñeca más libre.
La voz de Daisy sólo mejoraba por instantes, mientras con su extremidad superior todavía libre, la joven lograba volverse a poner la chaqueta «tomada prestada de forma permanente».
–Si de verdad quieres irte…creo que tienes una chaqueta que recuperar.
No hizo falta que lo repitiera.
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