Cassandra tenía claro que no iba a ser la última persona de la que Todd se despidiera. Especialmente siendo que no iba a «morir» en el sentido tradicional de la palabra; solo transformarse, unirse, verse asimilado a una criatura que era más concepto que ser vivo propiamente dicho.
Conociendo al chico…No; ya no podía pensar en él como «chico», ni siquiera como «joven» (si bien imbécil, crío y niñato seguían siendo apelativos cariñosos que le venían a la cabeza al pensar en el que siempre sería su pareja, aunque siempre también su ex); había pasado por demasiado como para ello.
Rectificó su propia línea de pensamiento: conociéndole, seguramente creía que, aunque su nuevo «yo» ya no fuera él mismo, la acabaría buscando y tendría una nueva oportunidad. Otra más, seguramente la definitiva porque, si era un monstruo, tendría que controlar tanto el daño físico que era capaz de infligir que, de rebote, no volvería a apuñalar su alma tampoco. En el fondo, ella esperaba que de verdad la buscara, si bien tenía claro que volvería a romperle el corazón, de una forma u otra. Después de todo, lo estaba haciendo incluso en aquel momento, cuando Todd había tomado la decisión más valiente posible, cuando había asumido su propia desaparición más allá de cualquier «medida de existencia» imaginable por salvar a un mundo en el que a ella, personalmente, le costaba mucho creer.
Aunque, si lo pensaba bien, cuando Todd Ikol decidía ser El Ciudadano TM, como algunos (demasiados) le apodaban, era siempre cuando más daño le hacía personalmente a Cas. Después de todo, ¿no se conocieron por culpa de que el muy capullo decidió que prefería perder todo el dinero y fama que estaba empezando a cosechar antes que doblegarse ante un gobierno retrógrado? ¿Y no entró en su radar por decidir devolver al mundo una música hasta entonces perdida, haciendo que su madre le llamara la atención de su potencial rival?
Su madre…hacía días que no pensaba en ella; en cómo, en el último momento, había decidido sacrificarse de forma altruista creyendo (de forma muy estúpida, bajo el punto de vista de su prole) que así lograría el perdón de la persona a la que había explotado «por su bien» durante más de dos décadas.
–Casi tengo treinta años –dijo en voz alta, consciente por primera vez en su vida de que, en contra de hasta lo que hace relativamente poco tiempo le parecía, el tiempo también pasaba para ella, no sólo a su alrededor.
–Para que luego me llamen a mí asaltacunas –la voz que había hablado parecía pasada por varios filtros.
Quebrada, irrecuperable.
Se le rompió el corazón; de todo lo que le podrían haber quitado, la voz posiblemente era la opción más cruel de todas.
Suspiró, decidiendo concentrarse en su intento de comentario jocoso en vez de en la pena que sentía porque Todd se iba a ir, se iba a ir como nadie más en su vida se iría jamás. Ni su madre (cuya muerte le había dolido, incluso si su muerte no le había llegado a afectar como se suponía debería haber hecho) había llegado a consumirse a ojos vista delante suyo.
Suspiró y clavó sus ojos azul-zafiro en lo que quedaba del Todd original, que tampoco era mucho: su pelo volvía ser rubio, todo tinte estrambótico desaparecido; los pómulos se le marcaban aún más que de costumbre, tanto que se hubiera preocupado por su alimentación de no saber que de terror y almas desesperadas iban más que sobrados; la piel ligeramente broceada era tan pálida que hasta ella parecería tener color a su lado, y estaba plagada de hebras de un morado que prácticamente parecía podrido. Al menos, conservaba su maquillaje habitual.
«Pelo al natural y maquillaje intacto, igual la entidad de otro plano que ahora es parte de él y yo nos llevaremos mejor de lo que preveía».
Se deleitó en observarlo un instante más antes de hablar, pues sabía que le iba a dejar sin protestar. Después de todo, se lo debía; por Todo. Por lo malo que había hecho él, pero también por lo bueno de ella.
Llevaba el corsé de cuero que llevaba la noche que consiguió al mundo recordar el poder de unos acordes bien dados y carecer de vergüenza alguna. Durante un instante, pensó que era un detalle muy tierno, bonico casi, el haberse vestido con la ropa que hizo que Todd Ikol fuera Todd Ikol y no un chaval más con sueños y un destino listo para romperlos en todo momento. Sin embargo, también llevaba la chaqueta rosa que había perdido. La que tenía aquella chica que había conocido en el «funeral», Daisy, la que por lo visto estaba reuniendo el valor suficiente para ser ella misma y plantar cara al mundo libre de máscaras.
Incluso si dolía. Todo gracias a lo que inspiraba Todd, no por ser el Todd que Cas conocía y quería a pesar de los pesares, sino la figura que había creado, que todo el mundo a su alrededor habían ayudado a generar. Toda sociedad necesidad héroes y, viniendo de la oscuridad de la que provenían, parecía apropiado que la versión humana del suyo se estuviera convirtiendo en una esponja para ésta.
Quería llorar, ¡joder, se había prometido no llorar!
–Pensamiento lateral. Te estás volviendo a perder.
La intervención de Todd la pilló totalmente por sorpresa.
–¿Qué?
–Lo siento, Ángel. No quería interrumpirte, pero…estabas tardado mucho en hablar, y como que queda poco de mí –agitó una mano en la que los dedos callosos empezaban a verse sustituidos por zarzas que recordaban ligeramente a garras de lagarto. No pudo evitar pensar que tampoco le importaría descubrir que se sentía cuando bajaran por su ingle y acabó sonrojándose abruptamente como hubiera hecho menos de un lustro atrás ante pensamientos similares con manos mucho más comunes.
Él se rio, leyendo su cara perfectamente; pero, por una vez en su vida, supo callarse y simplemente hacerle un gesto con su barbilla (que si se estaba preservando bastante, por ahora) para que hablara.
–No puedo perdonarte muchas de las cosas que has hecho (incluida la de tu patético intento de chiste) y, a pesar de ello, si pudiera, te aceptaría de vuelta. Te adoro por lo que estás haciendo y también te odio por ello, porque difícil veo volver a querer a alguien así e, incluso si lo hago, el vacío que dejas tiene una forma demasiado concreta para que nadie más lo pueda llenar.
–Te quiero, más que a nadie; y te amo, casi tanto como a la Música.
Cas cayó de rodillas.
«Por fin». Por fin Todd decía lo que ella ya sabía, por fin le daba el afecto que sabía era capaz de sentir (por ella y por cualquier ser humano en general).
–Por fin.
–En el fin –lo que quedaba de Todd compuso una mueca de dolor al ver como su intento de volver a entonar, de volver a cantar, se veía truncado antes de poder decir ni dos palabras.
Cas no dejó que se apenara de sí mismo ni un segundo más y, haciendo algo que hacía escasos seis meses se había prometido no volvería a hacer jamás, besó a Todd Ikol probando una vez más que la mitad del talento de él provenía del deseo de la otra persona.
Ni siquiera se separaron, lo quedaba de Todd forzó su desaparición, posiblemente teniendo tan solo una pizca de valor restante en su alma, que estaba reservada para su hermana pequeña.
Cas volvió a enfadarse, pero volvió a entenderle.
Y suspiró; suspiró como nunca antes había suspirado. Se limpió la sustancia negruzca que había quedado en sus labios, lengua y dientes al unirse una última vez a Todd y se la limpió en la gabardina.
Asintió con aprobación, conteniendo las lágrimas.
Todd le había dado un nuevo toque de estilo como regalo final. Pocas cosas podrían haber sido más apropiadas para él.
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