Con problemas a cuesta, se sumaba uno nuevo. La calefacción de la habitación estaba estropeada y el propietario no tenía las ganas ni el dinero para mandar a componer este desastre. Por suerte para el dueño, no vivía en ese edificio junto a los inquilinos. Mientras no me moleste directamente, no me importa; es lo que pensaba este hombre. Así pues, al ver a Luly llegar triste a casa se lo comunicó.
La charla fue breve.
— Mira niño, no tengo dinero para arreglar aquello -dijo el casero.
— Pero que puedo hacer -reclamó Luly- en las noches hace frío insoportable.
— Pues te abrigas más y listo.
— ¿Cuesta mucho reparar la calefacción?
— ¿Llevas atrasado un mes y me preguntas por el costo de aquello? Jajaja los niños de ahora.
Cabizbajo, Luly caminó a su habitación, pensando que pronto serían dos meses atrasados de renta. No podría pagar la renta, pero al menos sus demás gastos estaban cubiertos con su trabajo del domingo. Y todo fue culpa de su falta de compromiso. Luly ya sabía que su jefe era un hombre rudo, aún así le imploró perdón y no consiguió nada.
Era tarde como para seguir pensando en sus problemas. Luly echó la cabeza a la almohada y durmió. Al día siguiente le esperaba correr a la universidad y luego buscar a toda prisa un trabajo nuevo.
A veces él soñaba lo lindo que sería despertar con la voz de una madre amorosa. Ir a la cocina y encontrarse a su padre desayunando. Quizá hasta tendría hermanos pequeños que le suplicarían los acompañe al colegio. Eran pensamientos del pasado, ahora sólo le quedaba pensar en su futuro. Una linda esposa, hijos y una familia amorosa.
Con lágrimas secas en los ojos, Luly despertó y apurado se alistó para salir. Corrió a toda prisa para conseguir su desayuno en la pequeña tienda de la estación. Lastimosamente ya no quedaban los combos de galletas con café. Por lo barato del producto, siempre se agotaban.
En la entrada de la universidad se encontraba un hombre, en saco y corbata, que regañaba a su joven hijo. Luly vio esta escena, entusiasmado, él hubiera querido tener un padre que le traiga a la puerta. Sin darse cuenta estaba casi junto a los hombres que discutían.
— No me vuelvas a pedir dinero si no quieres estudiar -dijo el hombre de saco.
— Sí… como sea -le respondió el hijo.
El muchacho al darse la vuelta y despedirse del padre, se topó cara a cara con Luly.
— Tú… ¿Qué quieres? -le preguntó.
— Perdón, yo sólo estaba…-divagó Luly.
Estaba tratando de disculparse cuando se dio cuenta que este chico era el mismo del día anterior en el baño. Era el mismo tipo de orejas y cabello negro que encontró junto a otro. La furia le hizo hablar descontroladamente para quejarse de lo ocurrido.
— ¡Fue tu culpa! Por ti me despidieron del trabajo. A quien se le ocurre hacer esas obscenidades en su centro de estudios. ¡Eres un puerco! Este mes no podré pagar la renta y me voy a atrasar dos meses. Aquello…
— Ya basta minino albino -le respondió- Al menos dime tu nombre.
— No es necesario, al parecer no eres buena compañía.
— Eres interesante y me gustaría hablar contigo, pero no en la entrada. ¿Sabes que todos nos están viendo? Posiblemente piensen que somos amigos.
Luly apenado llevó sus manos para tapar su boca. Agachó la cabeza y salió corriendo a su aula. Involucrarse con ese tipo no era bueno. Al final decidió dejar de lado ese asunto. Pero nuevamente venía a su mente, este joven de orejas negras y buen porte, claramente era de buena familia. Además de todo era guapísimo con un aura a chico malo.
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