Tiempo después de que los niños terminaron de desayunar, se encaminaron a la escuela con desgane. Era muy temprano y nadie realmente quería ir, pero, sabían que era necesario hacerlo.

Gracias a Daiki, pues se encargaba de apresurarlos a todos a base de gritos, habían logrado salir con tiempo del apartamento para llegar minutos antes de que sonara la campana. Sonido el cual indicaba que nadie más podía entrar a la escuela. Tenían unos minutos antes de que empezaran las clases, por lo que lo más importante era llegar antes del sonido de esa campana.

Era severo y muchos estudiantes se quejaban, pero era un método eficiente para asegurarse que la mayoría llegara a tiempo. Había quienes lograban saltarse las rejas una vez sonaba la campana, pero de ser descubierto, uno se arriesgaba a ser expulsado por una semana de la escuela. 

Al subir las escaleras que daban a la entrada del edificio, Daiki primeramente notó cómo los estudiantes se hacían a un lado para dejarlos pasar. Como cosa de todos los días, los niños a su alrededor los miraban con cautela y muchos otros evitaban tener contacto visual con ellos; sin embargo, Masaru, quien caminaba detrás de ellos a manera de guardaespaldas, se dedicó a saludar a todos por igual. 

Era curioso, al parecer de Mitsuru, el cómo los estudiantes podían ignorar o evitar a los gemelos mientras que a Masaru lo saludaban como si no pasara nada. Pero bien, era un hecho que sólo habían aislado en su mayoría a Daitaro. Sólo Daiki, quien estaba mayormente con Daitaro y quien solía reaccionar y responder a todo el que le dijera algo desagradable a su gemelo, era evitado de una forma similar.

En el caso del rubio, él mantenía la distancia con la mayoría pues de todas maneras no muchos compartían sus mismos intereses, mientras que otros terminaban delatándolo y deslindandose de las bromas que gastaban juntos. Sin saber bien qué esperar de la gente y tras el cambio de actitud extremo hacia Daitaro, Mitsuru no había querido fingir, ni ser bueno con quien no lo merecía.

Masaru, por su parte, como terminaba ayudando y platicando con los demás, era algo que simplemente sucedía. Él consideraba bueno mantener la relación amistosa, siempre y cuando nadie de ellos se metiera directamente con sus hermanos o con él. Sabía sobre los rumores, y aunque había intentado contrarrestarlos, no había logrado mucho.

Había un porcentaje pequeño de estudiantes que no veían mal a Daitaro, pero tampoco querían meter las manos al fuego por alguien que estaba siendo aislado por la mayoría de la escuela. Y quizás habían personas que seguían viendolo bien, pero por la presión social y el no querer ser blanco de bullying, jamás harían algo por él.

Masaru sentía mucho conflicto al saber que las personas evitaban a su hermano, pero tanto Daiki como Daitaro le habían dicho que lo mejor era que siguiera como si nada. A Daitaro le hacía feliz y le daba paz saber que los estudiantes no se fueran en contra de Masaru, quería que se mantuviera así con sus hermanos, aunque fuera casi imposible que fuera así en el caso de Daiki.

Daiki, por su parte, le interesaba más que Masaru mantuviera su buena reputación ya que era muy conveniente para intimidar de vuelta a quienes intentaran molestarlos. Por lo tanto, no podía quejarse de que el pelinegro fuera uno de los niños populares actuales de la escuela. No negaría que en un principio había sentido molestia, pero, le fue aparente con el tiempo que la posición de Masaru era el equivalente a una pieza bien posicionada en un tablero de ajedrez.

Caminando cerca de Masaru al ser menos incómodo que ir con los gemelos, Mitsuru jugaba con su consola mientras subían las escaleras, trataba de ignorar la atención de los demás; no obstante, al creer escuchar el sonido de un obturador, el rubio se detuvo y miró a su alrededor. Frunció el ceño tratando de localizar el origen, pero al creer estar imaginando cosas, decidió regresar su atención al juego y seguir caminando. 

-Es normal que me sienta observado cuando todos estos niños nos están mirando- pensó.

Llegando al último escalón, los gemelos caminaron hacia la reja que dividía las escaleras de una calle destinada a padres que preferían dejar y recoger a sus hijos más cerca de la institución…, percatandose así de la presencia de una niña castaña con un mechón naranja, rodeada de varios niños de su mismo salón. 

Los niños trataron de ignorarla y seguir su camino, sin embargo, en cuanto Daitaro caminó cerca de ella, Daiki no pudo evitar notar la sonrisa maliciosa que ésta había esbozado.

“Miren quien llegó, el criminal que cree que puede venir a la escuela sin descaro alguno” dijo ella de forma burlona al dirigirse a Daitaro. Éste, pese a haberla escuchado, siguió su camino sin intención de replicarle nada; no obstante, Daiki se detuvo y volteó a verla con su característico ceño fruncido.

“¿Y qué hay de ti? Tú vienes a la escuela sin un gramo de vergüenza”

“Has de tener memoria de pez, hasta lo que sé, yo no he intentado matar a nadie”

“Heh. ¿Y te atreves a llamarlo descarado? Tu existencia amenaza la vida de alguien todos los días” contestó Daiki al sonreír con burla. La niña entornó los ojos.

“Hm… ¿Tan importante soy? Me halagas, niño”

“Si eres tan importante, ¿por qué quieres que te lo confirme? Nunca vas a ser igual de popular que mi hermano, así que sigue soñando, tonta”

“¿Popular? Sí, supongo que ser el más odiado de la escuela tiene su atractivo”

Daiki suspiró con hastío.

“Seguro, tú y todos los que dicen eso antes no paraban de besarle los pies a mi gemelo. ¿Y sabes? Estoy seguro que todavía lo hacen aunque quieran aparentar que no” dijo Daiki al soltar una carcajada arrogante.

Daitaro, quien se había detenido metros adelante de su gemelo, volteó a ver a Masaru, quien estaba observando la escena junto a Mitsuru con mucha satisfacción; sin embargo, el pelinegro se dio cuenta de la mirada del pelirrojo. 

Mitsuru, observando esto, procedió a dar su interpretación.

“Es momento de que protejas al rey” ante su declaración, Masaru miró a Daiki e inmediatamente se apresuró a cargarlo usando la pose de bombero. Esta era una técnica que le había enseñado su tío, técnica que había dominado de tanto tener que alejar a Daiki de situaciones como esta. Su hermano por lo general no paraba cuando empezaba a discutir, así que lo mejor era simplemente llevárselo.

Debido a que Masaru era un poco lento captando el momento, Mitsuru había creado esa frase para que su hermano supiera que debía llevárselo. No pedía explicaciones, tan sólo sabía que debía actuar. 

Observando cómo el pelinegro cargaba al pelirrojo a forma de cruzar la calle y dejarlo en el piso, la castaña los miró con molestia antes de girarse a seguir platicando con sus compañeros.

“Oye…, ¡¿Por qué hiciste eso?! No dije nada que ameritara que me llevaras cargando de esa forma de nuevo” dijo Daiki al cruzarse de brazos y mirar hacia la niña de reojo. “Sabes que no estamos lo suficientemente lejos como para que importe que hicieras eso, ¿verdad?”

“Deme un respiro, jefe, me gustaría llevarlo cargando hasta su salón pero no me dan las fuerzas” explicó Masaru al sonreírle con algo de conflicto. “¡Me asegurare de ser más fuerte para poder cargarlo todavía más lejos!”

“No… No lo hagas” dijo Daiki al ver a su hermano con cansancio. ¿Otra vez ‘jefe’?

“De todas formas, sé que no cruzarías la calle para seguir discutiendo ya que el momento ya se perdió y se vería algo raro si regresas…” explicó el pelinegro. Daiki suspiró de acuerdo con él.

“Supongo que tienes razón” ante esto, Mitsuru apunto hacia Daitaro, quien se había adelantado mientras ellos se habían quedado hablando. Al verlo alejarse, éste se apresuró en alcanzarlo, mientras que Masaru y Mitsuru caminaron rápido pero sin intención de correr igual que el pelirrojo.

“¡Daitaro!” exclamó Daiki al acercarse y caminar a la misma velocidad que Daitaro. “Sabes que es necesario que le conteste a esa niña, ¿cierto?”

Daitaro se detuvo al escuchar esa pregunta. Mirando a su alrededor y siendo consciente de que había más estudiantes viéndolos, el niño decidió no decir nada; no obstante, miró a Masaru quien se acercaba junto con Mitsuru.

“Masaru, Mitsuru, no lleguen tarde a clase”

“¡De acuerdo! ¡Nos vemos luego, jefe!” exclamó Masaru, llevándose a Mitsuru con él con tal de que no fuera a quedarse fuera del salón por estar jugando con su consola.

Los gemelos continuaron caminando. Daiki continuaba explicando sus razones para contestarle a la niña, pero Daitaro no parecía poner atención ni tener ganas de contestarle nada, por lo cual siguieron de esta forma hasta llegar al salón. Dejando en paz el tema, Daiki respiró hondo queriendo encontrar paz interior para no explotar una vez entrara.

Daitaro abrió la puerta del salón. En cuanto sus compañeros voltearon a verlo, las sonrisas y risas que se habían escuchado cesaron para dar pie a miradas cautelosas y algunas otras expresando temor. Sin siquiera mirarlos, Daitaro caminó con naturalidad hacia su pupitre, siendo el primero de la fila más cercana a la ventana.

Daiki miró de reojo a sus compañeros luego de dar unos pasos dentro de la clase. Al notar cómo los demás se habían quedado mirando en silencio a su gemelo, no pudo evitar gruñir en respuesta. Caminó en la misma dirección que su hermano, pues su asiento estaba justo detrás suyo… notando entonces los mensajes de odio escritos con plumón sobre el tablero de Daitaro.

[NADIE TE QUIERE]

 

[MUÉRETE]

[MENTIROSO]

[CONFIESA, COBARDE]

[NO DEBERÍAS ESTAR AQUÍ]

[HIPÓCRITA]

[¿CUÁNTO MÁS PIENSAS ESCONDERTE?]

Daiki leyó los mensajes de odio que alcanzaba a ver, esto antes de tomar asiento y mirar la forma en que su hermano estaba ahora leyendo un libro. Sabía que su hermano nunca hacía nada por borrar aquellos mensajes, parecía no darles importancia, pero… ¿Siquiera era posible ignorarlos? Sabía que hacía bien al hacer como que no le afectaba, pero Daiki no podía más que sentir mucho coraje de ver que su hermano estuviera recibiendo ese trato cuando no lo merecía.

¿Qué acaso no se cansaban de rayar su escritorio?

Sin poder contenerse, el pelirrojo se puso de pie.

“Sé que por más razonable que sea, siempre habrá idiotas que creen que pueden verme la cara al esconderse entre los demás” explicó el pelirrojo al mirar a cada uno de sus compañeros. “Pero el esconderse sólo funciona cuando los demás no pierden algo de esto”

Daitaro miró a su gemelo, quien estaba sonriendo con malicia. Le pidió con la mirada que parara, sin embargo, Daiki tan sólo lo ignoró.

“Saben que me fastidia que rayen el escritorio de mi hermano, así que podemos hacer dos cosas.  Pueden todos por igual encontrar algo desagradable en sus mochilas o lockers cuando menos se lo esperen, o decirme quien fue el que hizo esto y sólo esa persona se lleva el disgusto de averiguar lo que quiero decir con ‘desagradable’”

Al ver cómo vacilaban sus compañeros mientras se miraban entre ellos. Daiki se vio contento. Sabía que estaban midiendo las consecuencias y decidiendo lo mejor para ellos.

“Sé que no son tan tontos como para olvidar que no soy el único con el que se meten” al cruzarse de brazos y decir esto, los demás empezaron a hablar más alto entre ellos.

“Cuando dice que no es el único… ¿Quiere decir que va a involucrar a sus hermanos?” preguntó alguien.

“¿Qué uno de ellos no hizo la broma el año pasado de poner insectos en las mochilas?” preguntó una niña.

“Y tachuelas a los profesores…” agregó alguien más.

“Yo escuché que ha llegado a tirar cubetas con un líquido viscoso…”

Daiki sonrió con arrogancia al pensar en Mitsuru, quien pese a ser un perezoso, si se trataba de bromas, él era el primero en apuntarse para hacerlas sin una pizca de remordimiento.

“Aunque… ¿Que su otro hermano no era más agradable? No creo que nos haga nada” comentó alguien más.

“¿De qué hablas? Ese niño es capaz de lo que sea si Daiki se lo pide…”

“¿Ya olvidaste cómo humilló a ese niño con rumores hace unos meses? Fue gracioso, pero no quiero que me pase lo mismo” sugirió una de las niñas del salón.

“Escuché que le rompió el brazo jugando volleyball a alguien…”

“¡¿Qué?! ¿Tan fuerte es?”

“Pues siempre que juega fútbol o futbeis, el balón siempre termina en el techo de la escuela…”

Con una sensación de orgullo, Daiki esperó pacientemente a que las piezas se acomodaran como esperaba. Daitaro miraba a su hermano con cansancio, ¿por qué se veía tan complacido por amenazar a sus compañeros? Lo entendía, pero seguía siendo extraño escuchar a su gemelo tan satisfecho de incluso usar a los otros dos para intimidar.

Pasando unos segundos más, Daiki se dirigió a ellos nuevamente.

“Bien, les doy tres segundos para que contesten o todos conocerán lo que significa agotar mi paciencia. Tres…”

Los niños seguían deliberando lo que debían hacer mientras el pelirrojo contaba.

“Dos…”

“¡Pero si hablamos entonces…!”

“Uno…”

“¡Fueron ellos!” exclamaron varios al mismo tiempo, apuntando a tres niños. 

 “Heh. Me alegra que sepan que es lo que más les conviene” dijo Daiki antes de dirigirse a los culpables. “Olvidan que las personas sólo permanecen en silencio mientras no les perjudique, bobos”

“Daiki Ikari” dijo la voz de la maestra de repente. “A la oficina del director después de la clase” agregó ella al mirar con disgusto al pelirrojo. Daitaro escuchando esto, cubrió su rostro sin poder defender a su hermano.

“Seguro” contestó Daiki sin una gota de remordimiento, ya había conseguido lo que quería, así que ir a ver al ‘viejo’ no era un problema para él.

En lo que la maestra le pedía a todos que tomaran asiento, Daitaro se quedó pensando en la conducta de su gemelo. ¿En qué momento su hermano había cambiado? Quería mucho a sus hermanos y los veía como ‘adorables’, pero debía admitir que en la escuela los tres tenían comportamientos problematicos, y aunque entendiera la razón, simplemente no lo terminaba de aceptar.

Daiki, orgulloso de lo que había logrado, miró a su gemelo en búsqueda de que reconociera su trabajo, pero éste ni siquiera lo miró, de hecho, a ojos del pelirrojo, Daitaro se veía más rendido y decepcionado. Percibiendo su malestar, el humor de Daiki decayó a manera de recargarse sobre el escritorio para mirar a la ventana con desgane.

“Buenos días niños” dijo la maestra en un intento por empezar la clase ignorando lo antes sucedido. Se paró frente al escritorio asignado a los maestros que estaba en la esquina, a un lado del pintarrón. “Espero que hayan tenido un lindo fin de semana, y claro, que hayan hecho la tarea”

Ante el comentario la clase entera pasó a quejarse sonoramente. La maestra frunció el ceño luciendo ‘extrañada’.

“¿Hm? ¿Dicen que se divirtieron haciéndola? Vaya, si es así me encantaría dejarles más para que puedan disfrutar más su semana”

“¡¿Qué?! ¡No, no! ¡Tarea no!” exclamaron todos en unísono, claro con excepción de los gemelos.

La maestra soltó una risita divertida por las quejas de los estudiantes, ya entonces se giró para mirar a Daitaro.