Cual sería aquel chiste o broma que Luly encontró gracioso, en el nombre del sujeto. Se echó a reír en cuanto lo vio hacer un puchero. La pequeña introducción de su segundo encuentro fue buena. Caminaron hasta un aula vacía, al entrar, Remil cerró la puerta con seguro.
— ¿Por qué pusiste seguro a la puerta? -preguntó Luly asustado.
— Vamos a conversar y no quiero que ningún mosquito interfiera.
— No me gusta esto, ya me quiero ir.
— Bueno, pero al menos cuéntame que te causa risa con mi nombre -sonrió Remil acercándose- nadie antes me ha hecho una observación.
Luly sin ninguna malicia pensó en contestar con la verdad, pero estaba olvidando algo. No quería y no debía involucrarse con este sujeto. Ya tuvo un altercado con sus compañeras, apenas por hablarle en la mañana. ¿Que sería si los ven juntos? Ni hablar. Entonces muy serio él, buscó las palabras para decirle lo siguiente;
— Escucha Remil….
La pena le ganó y nuevamente echó a reir. Había bajado la guardia y esto fue aprovechado. Remil se le acercó rápidamente y tomo de su quijada para mirarlo de cerca. El blanco cabello de Luly cubría sus ojos celestes. Los labios de Remil casi rozaban los de Luly.
— Eres lindo -le dijo- viendo de cerca tu rostro, eres lindo.
— ¡Suéltame! -gritó- por favor, me disculpo.
Pero Remil no quería una disculpa. Él buscaba un nuevo juguete y este pequeño gatito le resultaba encantador.
— Has llamado mi atención -le dijo- por ahora sólo seamos amigos. Luego podemos hacer cosas…
— No quiero ser su amigo -respondió Luly- prefiero continuar como antes, seamos desconocidos. Por favor.
No había marcha atrás. Ya había caído en la telaraña. La negación resultaba aún más apetecible. Los otros chicos dormían en su cama por su propia voluntad. Ya no era divertido llevar a los mismos sujetos, con los mismos gustos. Este era un bocadillo diferente, con un sabor original. Remil no quería asustarlo así que buscó terminar la conversación de manera amable.
— Pero ya nos hemos conocido desde aquel momento en el baño ¿Verdad?
— Sí y lo lamento -respondió Luly- no le diré a nadie lo que vi.
— No puedo creerte así que debo mantener un ojo sobre ti –continuó- aunque digas no ahora, todos nos vieron en la entrada.
Aquellas palabras no eran amables, daban miedo. El pequeño gato blanco bajó las orejas acongojado. Miraba el suelo buscando respuestas, como si la solución estaría estampado ahí mismo. Remil se dio cuenta que no usó las palabras correctas así que cambió el discurso.
— No tengas miedo, todos mis amigos son bien tratados. Tengo mucho poder, puedo hacer cualquier cosa que quieras.
— ¿Y por qué querría algo? -le preguntó- No he pedido nada.
No fue tanto desde que le reclamó por su perdida de empleo. Era perfecto que le ayudara de esa forma. Por el susto, había olvidado aquello.
— ¿No dijiste que por mi culpa te botaron y no tienes como pagar la renta? Te ayudaré.
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