“Podría vivir sin reglas ni obligaciones,
sin temerle a consecuencias ni convenciones sociales.
¡Qué glorioso suena!”
Era un nuevo día y todo estaba perfecto, a pesar de todo el lío que ocurrió la noche anterior. Tal como la rutina mandaba, los empleados de la mansión renovada se levantaron temprano para arreglar todo lo que era necesario. No era mucho, ya que no había nadie más habitando en aquel lugar, pero siempre había algo que hacer. El supervisor tuvo que realizar mucho papeleo como todos días: hacer cuentas, actualizar los datos de los empleados, organizar los horarios de trabajo… Los sirvientes debían limpiar ropa y prevenir la acumulación del polvo. Los cocineros debían asegurarse de que la comida no se dañara, antes de eventualmente prepararla (y luego tenían que lavar los platos). Los jardineros tenían que arreglar el jardín, darle agua a la flores y cortar las que estaban muertas. Todos tenían algo que hacer, incluyendo Florecita de Luna.
Pronto ella puso en marcha su nueva misión. Empezó con algo sencillo, moviendo objetos apartaos de sus miradas y dejando tierra por los pasillos. Había cierta morbosidad en ver aquella gente ser regañada por no realizar un buen trabajo. Luego pasó a unas acciones un poco más notables. Durante el día le causaba aún más mal a los empleados rompiendo jarrones, moviendo mesas y lanzando un viento que tiraba al suelo papeles importantes que tardaron horas en completarse. Cada noche se escuchaban voces, pasos, crujidos y tarareos, se apagaban velas en los momentos menos oportunos... Cada mañana aparecían cada vez más dibujos, notas y mensajes que advertían la presencia de un ser sobrenatural, y cuando quemaban dichos obsequios encontraban dicha ceniza por todo el piso. En muy raras ocasiones, ella se presentaba ante la gente, cuando estaban solos o en lugares oscuros, ocultando su cara con su cabello para maximizar el terror (que se arruinaría por su adorable cara de menor). Nadie más podía estar en paz y tranquilidad. Las condiciones laborales eran insoportables y su salario no era suficiente como para tolerarlas, por lo que múltiples sirvientes abandonaron las primicias para buscar un empleador con una casa más estable. Los supervisores trataron de aumentarles su salario en respuesta, pero algunos negaron quedarse. Tomando en cuenta lo que pasó con ese par de sirvientes esa noche, les quedó claro que a sus jefes nos les preocupaba el estado emocional de sus empleados. En lugar de renunciar, un pequeño grupo decidió hacer huelga, pero ellos fueron despedidos por insubordinación. Muchos rumores empezaron a recorrer las calles, asumiendo que “el fantasma” era un código secreto para uno de los jefes de la servidumbre, quién era un total abusador y pervertido. Esto no ayudó a conseguir nuevos empleados, y tuvieron que aceptar gente desesperada de menos alcurnia. Esto último no quedó documentado, el supervisor principal tuvo que pagarles con su propio salario para asegurarse de que haya gente en esa mansión que trabajara. Si la mansión lucía desarreglada, iba a ser despedido y nunca volvería a conseguir trabajo en ese reino. Realizar un buen trabajo era la prioridad.
Aunque claramente esto no era relevante para Florecita de Luna, ella sólo quería pasar un buen rato y no le importa cuánta gente tenía que sufrir para lograrlo. Entonces esta fue la rutina:
Para los empleados: dormir, levantarse, arreglarse, comer, trabajar, asustarse, comer, asustarse, dormir, asustarse, no dormir, repetir hasta que se fueran.
Para Florecita de Luna: dormir, levantarse, analizar, esperar, asustar, pasear, asustar, asustar, dormir, repetir.
Para una persona era una plan viable, pero el resto de los habitantes no estaba contento. Pasaron varias semanas para que por fin los jefes decidieron pedir ayuda. Escribieron una carta a la dueña para que les diga qué podían hacer con la situación actual. Ya no se podía ignorar a la fantasma, menos si se aparecía por ahí, caminando como si fuera la dueña. No podían hacer nada más esperar a que la Reina contestara sus llamados de auxilio. Tenía que aguantar hasta que alguien apareciera y resolviera el asunto. Nadie más podía tomar una decisión, no tenían el derecho de llamar a alguien para que acabara con Florecita de Luna, tenía que ser ella.
Y esperaron…
Y esperaron…
Y rezaron…
Y lloraron…
Y esperaron…
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