“En la vida uno trabaja sin cesar,
sólo para tener una chance para vivir de verdad
durante tus últimos días.
Es injusto…”
La Reina Caterina estaba demasiado ocupada como para escuchar las alegaciones de una presencia sobrenatural en su propiedad (lo crean o no), pero cada vez más recibía cartas de auxilio de los pobres empleados de su casa soñada. Una tarde de primavera decidió por fin visitar su segundo hogar. El recorrido desde el palacio no duró mucho tiempo, pues no quedaba tan lejos. Incluso antes de llegar se podía observar desde lejos la imponente figura del edificio principal. Los sirvientes se ocuparon de perfectamente arreglar todo para su visita, de modo que fue finamente recibida. Aunque todo parecía en orden, una ansiedad creciente se encontraba dentro de los habitantes de la mansión. Mientras que la Reina observaba cada habitación, los sirvientes estaban alertas, esperando el momento que el fantasma atacara por fin. Pasó por el estudio, las recamaras, las salas de espera, la biblioteca, los salones y hasta la cocina y los baños… pero nada ocurrió. El fantasma que aterrorizaba a los habitantes de la mansión parecía no existir, justo como ella creía.
El paseo terminó al anochecer, la luz anaranjada del ocaso bañaba los jardines florales de cierta forma que parecían rubís en arbustos de bronze. Todo estaba en orden, todo era pacífico, todo era perfecto. Incluso si estaba un poco enojada por perder su valioso tiempo, Caterina la reina no podía negar que disfrutaba su estancia. Valió la pena esperar décadas para obtener esa propiedad, ese pequeño paraíso. Tanto era su placer, que se le ocurrió la brillante idea de traer a sus hijos para que crezcan alrededor de semejante belleza. Pronto iba a regresar.
Al anochecer, se había marchado. Todo mundo quedó confundido, ¿por qué el día de la visita de la reina la fantasma estaría tranquila? ¿Acaso fue intimidaba por la dueña? ¿O sólo quería hacer ver mal a los empleados? La respuesta no la sabían, pero esperaban que sea el final de sus pesadillas para que pudieran seguir con sus vidas, preocupándose sólo por obtener el pan de cada día sin interrupciones hasta el momento que tuvieran la chance de descansar finalmente. Desafortunadamente para los vivos, Florecita de Luna tenía un plan. Para ello necesitaba más gente, quería gente nueva que atemorizar. No quería aburrirse con los de siempre (lo que eventualmente llevaría a una existencia monótona y deprimente), necesitaba algo nuevo, único y diferente, y ahora por fin la casa sería habitada de verdad. Iba poder ver una familia de verdad, algo que no existía en su mundo actual. Lo mejor de todo es que para que eso ocurriera, no tenía que hacer nada. Podía sólo quedarse observando en silencio y admirar las dinámicas familiares, sus dramas, peleas y reconciliaciones. En el peor de los casos, hasta podría involucrarse para hacer aquellos encuentros más interesantes. Todas estas ideas llenaban a Florecita de Luna con anticipación e ideas. No podía esperar a ver cuándo llegaba la familia real.
Tal como la Reina Caterina anunció, unos días después decidió tomar unas vacaciones cortas con sus dos hijos. Ambos tenía cabello rubio justo como su padre, pero sólo el niño obtuvo sus ojos verdes. En ese aspecto, la hermana era más similar a su madre, quien tenía ojos negro (que combinaban con su cabello). La princesa Liria era la mayor (teniendo unos trece años de edad), pero el príncipe Nicolai sería heredero al trono (incluso si era dos años menor). Para los dos pequeños era bastante agradable explorar el inmenso territorio y jugar en los jardines, los pobres ya no pasaban ningún día sin estudiar, pues tenían que prepararse para su futuro: no se sabía cuándo su ausente padre iba a morir. Lastimosamente, el tiempo es una ilusión que se te escapa como agua por tus dedos. Ya era hora de dormir, y el silencio volvió a invadir una vez más la mansión. Pronto ese vacío fue rellenado por el mecanismo del reloj y el viento nocturno.
A pesar de que todo estuviese quieto, el joven príncipe no podía dormir. Estaba inquieto, ansioso, deseaba moverse y explorar. Por lo que se levantó en plena oscuridad con nada más que una vela encendida. Para un ser de piernas tan pequeñas, los pasillos eran todavía más eternos que para un adulto, iluminados parcialmente por la luna de plata y la pequeña vela del príncipe. Sin embargo, el diminuto niño se detuvo cuando un viento frío atravesó su cuerpo. Tan frío como el hielo, se detuvo. Dio la vuelta, pero no alcanzaba a ver a nadie por ningún lado. Todas las ventanas estaban cerradas. Su vela se apagó y sólo podía ser guiado por la luna. Sin pensarlo dos veces, se acercó a la ventana más cercana y torpemente abrió las cortinas aún más. Cuando su mirada regresó hacia el pasillo, logró ver una figura. “Pensé que era tu hora de dormir. ¿No quieres mejor jugar conmigo?”, susurró mientras se acercaba.
Todos despertaron con los gritos del pequeño, preocupados por su bienestar. Su familia quedó alarmada y el niño no logró cerrar el ojo hasta el amanecer. La Reina todavía pensaba que la probabilidad de que un fantasma se albergará en su casa era baja, que era sólo un caso de alucinación colectiva. Sin embargo, podría explicar por qué el duque la abandonó… Pero siempre existía la posibilidad de que su hijo se haya imaginado al intruso… Salvo que en realidad sea un ser humano… Todavía era de noche cuando Caterina llamó a sus empleados, necesitaba resolver este asunto ya:
—Tenemos que mejorar la seguridad —ordenó, todavía en su ropa para dormir—. ¡No podemos tener a un desconocido merodeando por aquí!
—Con todo respeto, su majestad, lo que necesitamos es un exorcista —reclamó el supervisor de los empleados.
—¿De verdad creen que un fantasma está embrujando la mansión?
—El joven príncipe dice que vio una niña de largos cabellos azules aparecer de la nada. Esa niña se ha aparecido cada noche desde hace mucho tiempo.
—¡Eso es ridículo! ¡Tendría que ver a ese fantasma en carne y hueso para creer su existencia!
Como si hubiera pronunciado un embrujo, los muebles empezaron temblar y las luces se apagaron. Florecita de Luna se presentó ante ella, como si un ángel hubiera descendido del cielo (deseaba esta pensar). “Es un poco aburrido tener que lidiar con alguien tan incrédulo, ¿sabes?”, anunció inocentemente mientras flotaba. Todos los presentes se quedaron congelados, menos una persona.
—¡Semejante falta de respecto! —reclamó Caterina—. ¿Es así como le hablas a la reina de esta tierra?
—¿Por qué es eso relevante? Esto es bastante raro… —murmuró a sí misma antes de continuar la conversación—. ¿No deberías estar corriendo o algo?
—¿Me crees tan cobarde como para abandonar la propiedad que tardé tanto en conseguir?
—Pues sí, ¿no? Digo, ya más de la mitad de la gente se fue. Aunque es mejor para mí, supongo.
—¿Qué es lo que deseas hacer, espectro?
—Primero que todo, tengo un nombre y es Florecita de Luna. Segundo, esta es mi casa y sólo quiero divertirme un poco. Por ahora no estoy cien por ciento segura de qué más puedo hacer, pero estoy averiguando eso. ¿Es eso tan malo?
—¿Divertirte? ¡Atacaste a mi hijo!
—¿Cómo me atrevería a dañar a un ser tan inocente? Sólo lo asusté un poco, pero no fue mentira que quería jugar con él. Técnicamente hablando, no fue nada más que un malentendido. Literalmente no puedo recordar la última vez que vi a un niño tan joven y tierno. ¡Es como uno de esos príncipes de cuentos!
—Aléjate de él. Lo asustaste tanto que parecía muerto en vida. Atentar contra la vida de la realeza es un crimen.
—¡Ja! ¿Y qué harás al respecto? ¿Matarme de nuevo? —Florecita de Luna sonrió maliciosamente, algunos pensarían que estaba a punto de causar un asesinato.
—¿Qué es lo qué quieres? ¿Algún asunto sin resolver? —cruzó los brazos en desaprobación y frunció el ceño.
—No que yo recuerda. Mira, Cate: ¡sólo trato de divertirme un poco! Si no quieres irte, está bien. Si quieres irte, sólo hazlo. Yo voy a regresar a dormir de todas formas. Eventualmente.
—¡Qué osadía! ¿No tienes modales? No te di el permiso de que puedas pronunciar mi nombre, ¡menos un apodo! Sin mencionar que no voy a abandonar mi casa. ¡Tuve que esperar años para poder obtenerla!
—Eso escuché, es triste pero este es mi hogar y llevó aquí mucho más tiempo que tú.
—Tú… ¿Quién eres?
—No recuerdo… —Florecita de Luna bajó su cabeza, evitando la mirada de cualquiera. Su mente quedó en blanco, pronto no podía reconocer su entorno. ¿Era realmente importante saber cuál era su identidad? En sus sueños no era necesario saberlo, no necesitaba un nombre o un rol, era sólo una flor más en un jardín de posibilidades. Sólo podía quedarse en aquél paraíso idílico si ignoraba el fruto del conocimiento.
Sus pensamientos fueron interrumpidos por las siguientes palabras:
—Bueno, estoy segura de que podemos lograr llegar a algún acuerdo. —Caterina suspiró y arregló un desarreglado mechón de cabello antes de continuar—. Sé que pareces bastante joven, pero estoy segura de que eres lo suficientemente razonable. Tiene que haber algo que deseas.
—Lastimosamente, no es el caso, mi reina. —su voz empezó a resonar mucho más, demostrando enojo—. Lo quieras o no, no puedes sacarme de aquí. ¡Pertenezco aquí y no voy a dejar que nadie me robe! —el color azulado de su transparente piel se empezó a tornar levemente rojo, y aumentando de paso brevemente su tamaño en un instante se desvaneció con un flashazo de luz, dejando una marca en el suelo como si un trueno hubiese caído en la habitación.
Todos quedaron en choque, algunos por miedo, mientras que la Reina seguía frunciendo el ceño. El silencio fue interrumpido por unos de los sirvientes que siguieron presentes: “¿Lo ve, su majestad? ¡No estábamos mintiendo!”
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