“De todas formas vamos a morir.
Lo que llamarás tragedia,
yo lo llamó ganancia”
A nadie le quedaba claro qué tocaba hacer ahora. Los días se volvieron cada vez más monótonos debido a la ausencia de la pequeña fantasma. No era molestia alguna para los empleados, después de todo querían trabajar en paz, pero no era el caso para todo el mundo. En teoría, Caterina debería estar contenta de no poder notar la presencia de Florecita de Luna, invasora de su hogar soñado, la espina del perfecto rosal, el secreto oculto de la mansión. Pero no era el caos, pues algo andaba sumamente mal. Ver a esa niña sola y triste le causaba dolor y piedad. Hace unos días estaba tan feliz y radiante que parecía que estaba viva de verdad, pero ahora no era más que una muerta viviente, esperando el fin de la eternidad, hasta que por fin desapareciera como luna llena pasando a volverse luna nueva. Lo peor de todo es que no sabía qué más hacer. Tuvo la tentación de traer de nuevo a sus hijos para que pasaran tiempo con ella, pero sabía que no era posible. “¡Ojala pudieran ser esa su vivienda principal, sin preocuparse por las implicaciones de lo que significaba formar parte de la familia real! Tal vez entonces mi marido no estaría yendo a hacer la guerra cada semana”, terminó pensando.
Caterina decidió visitarla todos los días, tratando de aumentarle el ánimo aunque sea un poco, y le preguntó cosas para tratar de refrescar su memoria (en este punto, era mucho mejor que saliera del mundo de los vivos que se quedara miserablemente en aquel cuarto por toda la eternidad). Claro que Florecita de Luna lo tomó como falsa piedad. Cada día parecía que trataba de hablar menos, pero casi todas sus respuestas eran “no lo sé” (y en raras ocasiones “tal vez”). Sin embargo, se acababa el tiempo, Caterina tenía que volver al lado de su familia en el palacio y no podía quedarse ahí para siempre. No quedaba más opción, su última esperanza era preguntarle al viejo dueño que les ayudara con su investigación. Él tenía que saber algo más, tenía que haber una razón por la cual se fue. La Reina escribió una carta contándole la situación (enfatizando que era una orden real, por lo que tenía que ir por muy ridículo que sonara la historia), le puso su sello y la mandó con la mayor urgencia.
Tan pronto como le llegó la carta, el duque abandonó su territorio en el campo para llegar a la capital lo antes posible. La Reina lo recibió en menos de una semana (el tiempo ordinario de viaje desde su hogar hasta la capital), por lo que supuso que tal vez cabalgaron sin parar ni una vez. Se notaba que estaba angustiado y trasnochado, no quiso perder el tiempo. Para su sorpresa, el hombre parecía haber envejecido más de la cuenta, posiblemente por estrés. Aun así, no fue descortés con la Reina, por muy impaciente o ansioso que estuviera por entrar y continuar la conversación dejada por la carta. Pasaron a la sala para discutir la situación más a fondo, resumiendo todo lo que había pasado hasta entonces. El duque pidió esperar hasta la noche para hablar él mismo con la niña, tenía que asegurarse de que era quién pensaba que era. Al caer la noche, se dirigieron hacia la habitación dónde se encontraba Florecita de Luna durmiendo. Tocaron la puerta, pero no hubo respuesta. De todas formas entraron.
—¿Qué quieres ahora? ¡Sólo déjame en paz! —murmuró la joven.
—¿Elicia? ¿De verdad era tú? —el duque quedó impactado tras verla de nuevo, y abos quedaron en silencio por unos segundo.
—Tú… —terminó respondiendo, visiblemente impactada y a su vez enojada—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Mi niña… ¿Has estado aquí todo este tiempo? ¿Por qué nunca dijiste nada? Pensé que nos habías dejado.
—¡Cállate! ¡No quiero hablarte! ¡Aléjate de mí! —gritó con furia antes de salir flotando por primera vez en días, con una gran rapidez.
Varios elementos flotaron en su camino. Hizo caer armarios, abrió y cerró puertas, rompió espejos, jarrones y libros salieron volando. Aprendió mucho desde la visita de Liria. Todo esto para evitar que fuera perseguida. El duque aun así trató de seguir su rastro de destrucción. Recibió golpes, rasguños y hasta dejó un pequeño rastro de sangre que apenas se lograba ver sobre el tapete escarlata, pero no iba a rendirse ni a dejarla irse de nuevo. Caterina trató de seguirle el paso pero difícilmente podía hacerlo, su vestido era muy pesado y sus zapatos eran muy poco convenientes (sin mencionar que nunca estuvo preparada para hacer semejante esfuerzo físico). Florecita parece haberse dado cuenta de esto, por lo que atravesó varios muros para dar varias vueltas y confundir a sus perseguidores. Subió y bajó en lugar de seguir derecho, por lo que era mucho más complejo ubicarla. Cada vez parecía más desesperada. No deseaba ser encontrada. Era demasiado pronto como para volverlo a ver. ¿Pero dónde esconderse? ¿Qué lugar era lo suficientemente seguro? Esa mansión era un laberinto, una prisión. Incluso si lograba esconderse, iba a ser eventualmente encontrada. No había escape, nunca lo hubo…
A pesar de esto, ella logró temporalmente su cometido, porque los dos adultos ya no sabían dónde estaba. A su vez, los sirvientes que olvidaron salir quedaron asustados por primeras vez en semanas: ellos creían que ya había visto todo lo que podía ofrecer la fantasma, pero se sorprendieron al ver aquella reacción. En cierto punto, el duque Delune quedó agotado y no pudo seguir corriendo. Su vejez temprana empezó a causarle dolor por todo el cuerpo, por lo que sólo podía quedarse parado apoyándose en contra de un muro. Debido a esto la confundida Caterina logró alcanzarlo. La Reina exigía entender lo qué estaba pasando, quería saber qué fue lo que había pasado entre esa chica y él, pero antes se dio cuenta de que él estaba herido y por lo tanto le pidió ayuda a un sirviente para que fuese curado. Entraron al cuarto más cercano, y mientras el duque recibía atención médica inmediata, este mismo hizo lo que le fue ordenado, y empezó a contar la historia de Florecita de Luna.
Comments (0)
See all