Please note that Tapas no longer supports Internet Explorer.
We recommend upgrading to the latest Microsoft Edge, Google Chrome, or Firefox.
Home
Comics
Novels
Community
Mature
More
Help Discord Forums Newsfeed Contact Merch Shop
Publish
Home
Comics
Novels
Community
Mature
More
Help Discord Forums Newsfeed Contact Merch Shop
__anonymous__
__anonymous__
0
  • Publish
  • Ink shop
  • Redeem code
  • Settings
  • Log out

Haku Chi [MUESTRA - ESPAÑOL]

Duda

Duda

Jul 14, 2023

      El ronin se reclinó en su postura, apoyando el brazo útil en el tatami para apoyarse. Antes de hablar, emitió un suspiro de amargura.

– Hiroshi y yo... éramos imprudentes. Nos embarcamos en aquel campo de batalla sin saber ver cuán corto es realmente el camino a la ruina – rememorar el pasado era lo único que sabía hacer desde entonces, no le fue difícil volver a hacerlo –. Aquella noche nos enfrentamos a un depredador... Un adversario que se bañaba en la sangre de sus víctimas. Aunque lo pareciese... no podía ser humano – miró de soslayo las armas que antaño blandió, suspendidas sobre un estante, le hizo recordar el acero clavado en su cuerpo, la sensación de tener el abdomen abierto, la sangre que manaba cual manantial del cuerpo de Hiroshi... la mirada del demonio que clamaba sus vidas. Ojos vacíos, sin alma, mas llenos de odio –. Cuando Hiroshi cayó, yo sólo... huí, sin más. No hay honor en los cobardes – apostilló en voz queda.

      El chico miró comprensivo a Tsurugi. Había podido percibir que la suya era un alma brillante, dedicada a un profundo deseo de protección. Fallar en su propósito fue lo que la oscureció de aquel modo.

– ¿Y no sería éste un buen modo de hallar la redención? – le alentó el monje.

      Tsurugi reaccionó a aquellas palabras con una leve mueca esperanzada. «Alguien como yo... ¿puede redimirse?», murmuró. Durante tantos largos años siempre negó aquella posibilidad.

– Eres el Lobo, uno de los más fieros protectores de esta isla. Se te bendijo con determinación, con fortaleza, para tal fin. Estoy seguro de que puedes demostrarlo con este chico. Pongo toda mi fe en ello.

      Tsurugi sonrió para sí ante el repentino sermón del monje. Cuando lo conoció hacía menos de una hora jamás hubiera sospechado que tuviera semejante don para la palabra. Los rubíes de los ojos del chico brillaron ante el cambio en el rostro del Lobo. Llegados a aquel punto, sólo cabía una respuesta.

– ¿Qué he de hacer?

      Hideki sonrió, emocionado por la respuesta de Tsurugi. Sintió que, al fin, aquella pesadilla podría terminar. Estaba en buenas manos.

– Estamos siendo perseguidos – habló Hideki, dibujando con su dedo un camino imaginario sobre un mapa que extrajo de su kimono –, por lo que recorreremos caminos separados. Partirán hacia el suroeste, yo haré lo propio hacia el sureste. Los Semi esperan que sea yo quien viaje con él, así que seguirán mi rastro. Eso os dará más tiempo.

– Entiendo.

– Nos reuniremos mucho más al sur, en un pequeño santuario jinja situado... – Hideki buscó su ubicación en el pergamino, rasgando levemente el punto del mapa en el que se encontraba ese lugar. De aquel modo, aunque robaran el mapa o se extraviara, sería muy difícil localizarlos – Aquí. Es un pequeño santuario dedicado a Amaterasu. Desde allí, nos alejaremos de este archipiélago en barco.

      Tsurugi asintió, concentrado en su misión. Tras tantos años esperando una muerte solitaria en aquel recóndito paraje de Tsushima, al fin parecía haber un propósito en su vida. Una vez la explicación hubo terminado, recogió el mapa y lo puso a buen recaudo. «Esta será mi última oportunidad», meditó en silencio.

– He de prepararme – dijo Tsurugi, poniéndose en pie. Su vista estaba posada en las espadas que reposaban en un estante pegado a la pared –, podéis esperarme fuera. Partiremos de inmediato.

      Dicho esto, rápidamente se puso un kimono limpio y ajustó las protecciones. Aquello le traía recuerdos, era tan joven cuando se las ajustó por vez primera. Sin embargo esta vez había una ligera diferencia: al no poder usar ambas manos, se vio obligado a recurrir a ayudarse con la boca.

      Sus dos espadas, una pequeña kodachi y una katana de doble filo le aguardaban. Una vez la katana estuvo ajustada en su cinto, procedió a abrir y ajustar un bolsillo oculto en el cabestrillo, diseñado para ocultar la kodachi en caso de necesidad.

      Al tratar de abrir la puerta le asaltó la duda. «¿Podré con esto? ¿Podré... proteger una vida?». Su mano, temblorosa, se detuvo justo en el dintel. Apretó los dientes. No tenía una respuesta clara. Se forzó a espantar su inseguridad y abrió la puerta con fuerza. Fuera le esperaban el monje y el pequeño, que sonrieron al verle. «Tendré que dar lo mejor de mí».

– Os deseo la mayor de las suertes – se despidió Hideki, posando una mano sobre la cabeza del niño, antes de separarse de ellos.

– Ten cuidado – respondió el ronin.

      No tardaron en separar sus caminos y emprender el viaje. Hideki no recordaba la última vez que viajó solo. Tsurugi no recordaba la última vez que estuvo acompañado. «Así es el Lobo, ¿eh?», meditó Hideki, bañado por el sol mientras descendía a paso seguro la ladera. «Creo entender por qué le eligieron».

– Ooh... Mariquitas – admiró el pequeño. Había abandonado el sendero nada más ver insectos revolotear cerca de unos matojos. En un parpadeo estaba tirado en la hierba, pegando la cara a un matorral para apreciar mejor las mariquitas.

– Vamos, no te entretengas – le riñó Tsurugi. «¿Piensa pararse delante de cada bicho que nos crucemos? Esto va a ser mucho más duro de lo que esperaba...», exhaló Tsurugi. Afortunadamente, el chico no tardó en volver a su lado.

– ¿Dónde vamos?

– Lo primero es comprar víveres. Tendremos que pasar la noche al raso.

– Entonces... ¿Vamos a dormir en el campo?

– No nos queda otra, el tiempo apremia – respondió Tsurugi, resignado.

– ¡Genial! – exclamó el muchacho con los ojos brillantes. «Qué niño tan raro...», murmuró Tsurugi.

      Pronto llegarían a una aldea en el valle cercano a la montaña. Tsurugi podía reconocer levemente a algunos habitantes que se cruzaban con ellos. Cuando se retiró a su actual casa tuvo que bajar a comprar más de una vez. No obstante, se fue apartando de aquellas gentes por pura inercia. Actualmente sólo reconocía algunos rostros. De golpe el ronin sintió un tirón en la parte baja del kimono. Al girarse, Tsurugi vio que el pequeño se había escondido en su espalda. Parecía asustado.

– ¿Estás bien?

– Es que... – respondió el niño con timidez – hay mucha gente.

      Tsurugi se sintió aliviado. El pensamiento fugaz de haber visto a sus perseguidores le había alertado. Aunque tuviera aquel misterioso don, aquel niño no dejaba de ser eso, un niño.

– No pasa nada – le reconfortó poniendo una mano sobre su cabeza –, son buena gente. No te harán nada malo.

      El chico asomó la cabeza de nuevo, dubitativo. Un par de segundos más tarde asintió y, ocultando sus nervios y sin soltarle, volvió a ponerse al lado de su guardián. «Es como si nunca se hubiera relacionado con nadie», pensó el ronin con pesar. «¿Qué clase de vida le has dado, monje?».

      La timidez, sin embargo, no frenaba la curiosidad del pequeño. «¿Quién es ese hombre? ¿Es un herrero?», preguntó. «Sí», respondió Tsurugi, «¿ves cómo trabaja el metal?». El chico asintió con alegría. Sus ojos reflejaban que nunca había visto uno. El pequeño preguntaba por todos los oficios que veía, ya fuera un mercader que vendía bisutería o un samurái que estaba de paso. Aunque cansaba un poco al ronin, le sirvió para identificar la tienda más rápido. Al acercarse, el tendero los saludó con confianza.

– ¡Tsurugi!¡Cuánto tiempo! Pensaba que no bajarías más por aquí. ¿Qué se te ofrece?

– Me voy de viaje, así que voy a necesitar bastantes provisiones. ¿Cuánto arroz tienes?

– Para el Lobo el que haga falta – respondió el tendero mientras iba a recogerlo. En la aldea todos habían oído hablar de su participación en la guerra, lo que le había granjeado un profundo respeto y cariño –. También tengo yamame fresco, te lo dejo a descuento.

– Gracias – respondió Tsurugi, aunque por dentro maldecía. «Más yamame...» – Ponme un par de huevos también.

– A la orden – obedeció el hombre. Al preparárselos reparó en el niño – ¿Y el peque? No sabía que tuvieras hijos.

– No es mi hijo – aclaró el ronin cortésmente –. Es una larga historia.

– Entendido, no es asunto mío. Buen viaje, Lobo – sonrió el vendedor al tiempo que le cobraba.

      El chico admiró en silencio el trato que recibía Tsurugi. Pese a la profunda tristeza que emanaba desde su interior, tenía tanto cariño de quienes le rodeaban. «Ojalá pudiera verlo», se dijo. «Seguro que se sentiría mejor».

      Unos gritos airados rompieron de improviso la calma del lugar. El chico, asustado, se giró hacia la escena. Los horrorizados aldeanos no se atrevían a ir más lejos que observar.

– ¡¿Estás loco?! – vociferaba un joven samurái al herrero. Era el mismo samurái que había visto pasar hacía unos minutos – ¡Esto es un ultraje!

– E-es lo natural, señor... – trataba de explicarse el herrero, sin éxito. El samurái estaba completamente fuera de sí.

– ¡No pienso aceptar esto! – con sus gritos escapaban gotas de saliva – ¿Acaso habéis olvidado quién es mi padre? ¡De no ser por él ni siquiera habríais podido levantar este pueblo, para empezar! – El samurái se dirigió a todos con aquellos gritos. Su rostro estaba lleno de rabia – ¡Estáis en deuda con mi honorable linaje! ¡Todos vosotros! ¡Lo mínimo que podíais hacer es mostrar algo de respeto, malditos desgraciados! – Volteó hacia el herrero, agarrándolo con violencia del cuello – ¡Debería matarte por tu osad...!

– ¿Qué está pasando aquí? – le interrumpió Tsurugi.

– ¡¿Quién...?! – el samurái soltó al herrero, que cayó al suelo. Se giró hacia la muchedumbre, buscando a quien le había interrumpido. Se percató de dos caras que no le sonaban de nada. Señaló a Tsurugi con gesto airado. Tsurugi le devolvió una mirada severa – ¡¿Has sido tú?!

      Se notaba que todos en el pueblo temían a aquel joven. «Un bárbaro engalanado de soldado», juzgó Tsurugi. Tras él se ocultaba el pequeño, aterrado por la violenta e inesperada situación. «¿Desde cuándo ese lunático se ha adueñado de ese modo de la aldea? He pasado demasiado tiempo fuera». El herrero, de rodillas tras el samurái, trataba de calmarle con voz de súplica. Sus ojos llorosos imploraban que se tranquilizase.

– Por favor, señor... Ruego que se calme...

– ¡Cállate! ¡¿Cómo se te ocurre hacerme pagar por esa espada?! ¡¿Eh, bastardo?!

– ¿Por eso tanto revuelo? – Tsurugi se burló del joven – ¿Tantos lloros por no querer pagar?

– No os conozco, forastero – dijo el samurái tras unos eternos segundos de tenso silencio –. Ni a ti ni al enano que se oculta detrás de ti. ¿Sabes quién soy? – el silencioso desprecio del ronin irritó aún más al samurái – ¿Acaso no reconoces el emblema de mi familia? ¿No conoces mi linaje?

– No me interesa.

      El gesto altivo e iracundo del samurái se tornó en una mueca de rabia fría. Deseaba matar a aquel hombre, despedazarlo y dárselo de comer a los cerdos.

– ¿No?

– Salvajes como tú los hay a millares.

– ¡¿Salvaje?! ¡Vigila tu lengua, manco desarrapado!

      «¿Manco... desarrapado...?», murmuró Tsurugi con el gesto oscurecido. Podía notar las venas de su cabeza hincharse hasta casi explotar. La sorpresiva exhalación del niño sacó a Tsurugi de sus cavilaciones.

– ¿Qué ocurre? – le preguntó.

– Lo he visto – el chico señaló con el índice al agresivo samurái –. He visto su alma.

      Aquello sorprendió a Tsurugi. «¿De nuevo lo ha hecho?». El samurái observó, horrorizado, cómo aquel crío ponía voz a su interior.

– Desea haber nacido en la época de guerras para acumular méritos. Por eso él mismo cree que no tiene ningún valor más allá de lo que hicieron sus antepasados.

      Todo el pueblo se sumió en un profundo y temeroso silencio. Cómo sabía eso un niño tan pequeño, se preguntaban muchos. Otros miraban con aún más desdén al samurái, sabiendo que su altivez era tan sólo una fachada. Una fachada que se desmoronaba por momentos.

– ¿Q... qué...? ¿Cómo dices, niño? – profirió el samurái con un tono más similar al gruñido de un animal que a un humano. El gruñido pronto se convertiría en un violento rugido – ¡¿Cómo osas hablar de ese modo de un samurái?! ¡Manco, enseña modales a ese crío! – Tsurugi, alertado por la velocidad con la que su mano se dirigía hacia la empuñadura de su arma, puso al niño a salvo tras él – ¡Si no lo haces tú, lo haré yo con mi espada!

      Aquello no gustó nada al ronin. El niño pudo percibir un cambio en él, sintió en él no la severidad de antes, sino una gélida rabia que amenazaba al samurái directamente. Tsurugi, en su estado, se limitó a preguntar:

– ¿Serías capaz de atacar a un niño?

      El samurái también había notado cómo Tsurugi bullía por dentro, pero en su arrogancia dio un paso hacia delante. No toleraría que nadie se dirigiera a él de ese modo, y mucho menos un chiquillo.

– Tendrás que pasar por encima de mi cadáver – apostilló Tsurugi.

      El samurái sonrió con visible enfado. No podía creer que dos don nadie le faltaran el respeto frente a todo el pueblo. El pueblo que él había obligado a respetarle ahora le miraba con odio. Aceptando el desafío, se puso en guardia. Sólo tenía una mano, pensó. Iba a ser demasiado fácil. Esos pensamientos transformaron su sonrisa en una mueca de la más profunda arrogancia.

– Vienes aquí, me faltas el respeto, y ahora... ¿me amenazas? Te vas a arrepentir de esto.

      Tsurugi no malgastó saliva. En silencio echó mano al bolsillo oculto del cabestrillo, sacando a relucir su kodachi, cuyo acero brilló al recibir la luz del día. «¿Pretende usar un arma tan corta?», pensó el samurái, a punto de echarse a reír.

– Chico – llamó Tsurugi al niño –. Aléjate, ve con el tendero.

      El niño hizo caso a su protector, y corrió hacia el tendero. Él lo cogió en brazos tras el mostrador.

– Y tú, niñato... – se dirigió el ronin al samurái – Sólo te voy a pedir una cosa.

– ¿El qué?

– Hace años que no me enfrento a nadie, así que – Tsurugi se puso en guardia, apuntando con la kodachi hacia su adversario – no me aburras.

      «¿Qué habla este loco?», se dijo el samurái. A sus ojos, aquel patético vagabundo no sabía dónde se metía.
nachoguillotowriter
Nacho Guilloto

Creator

¡Nada más comenzar su viaje una hoja se alza contra Tsurugi! Las amenazas del arrogante samurái caen en saco roto frente al que una vez llamaron Lobo. Las miradas se entrecruzan augurando un duelo.

Siguiente capítulo: Desafío

#Haku_Chi #spanish #espanol #aventura #adventure #drama #Action #Accion #ronin

Comments (0)

See all
Add a comment

Recommendation for you

  • Secunda

    Recommendation

    Secunda

    Romance Fantasy 43.2k likes

  • Silence | book 2

    Recommendation

    Silence | book 2

    LGBTQ+ 32.2k likes

  • What Makes a Monster

    Recommendation

    What Makes a Monster

    BL 75.1k likes

  • Mariposas

    Recommendation

    Mariposas

    Slice of life 215 likes

  • The Sum of our Parts

    Recommendation

    The Sum of our Parts

    BL 8.6k likes

  • Siena (Forestfolk, Book 1)

    Recommendation

    Siena (Forestfolk, Book 1)

    Fantasy 8.3k likes

  • feeling lucky

    Feeling lucky

    Random series you may like

Haku Chi [MUESTRA - ESPAÑOL]
Haku Chi [MUESTRA - ESPAÑOL]

1.4k views9 subscribers

Las cigarras cantan en pleno verano. Nos encontramos en Japón, a finales del sangriento periodo Sengoku. Tsurugi, un malogrado ronin ermitaño, acepta la sorpresiva misión de proteger a Kiyoshi, un alegre e inocente chico albino de procedencia desconocida que se ve perseguido por un peligroso culto de la oscuridad. Las heridas de la guerra siguen abiertas en las tierras niponas. Los fantasmas del pasado y los enemigos del presente perseguirán a estos dos improbables compañeros hasta los confines del mismísimo infierno. ¿Podrá Tsurugi superar a sus propios demonios y proteger a Kiyoshi de los enemigos que lo persiguen?

Guión: Nacho Guilloto
Dibujo: Félix Pérez

[Estos capítulos son una muestra gratuita de la historia completa]
Subscribe

3 episodes

Duda

Duda

287 views 3 likes 0 comments


Style
More
Like
List
Comment

Prev
Next

Full
Exit
3
0
Prev
Next