La cacería empezaba a volverse fatigosa. Zeyer no pudo encontrar el animal hasta bien entrada la noche, elemento que era desventajoso a ojos humanos. Aquella situación hizo que cadenza y navy descubrieran otra ventaja de estar enlazados, y es poder compartir visión. El joven era capaz de ver a través de los ojos de Alice, lo que le facilitaba desplazarse por la oscuridad.
- Tengo que descubrir si hay algún hechizo para emular esto. Visión nocturna o algo por el estilo.
- Es porque no soy un pájaro normal, por lo que tengo habilidades que otras especies no. Y ahora céntrate. Que se nos escapa.
Llevaban un rato persiguiendo al oso, encontraron su madriguera y tras esperar a que saliera, se vieron en una persecución infructuosa. Zeyer había podido observar que el animal aun llevaba en un costado la estaca que aquel hombre del bar comentó. Siguiendo el plan del chico, Alice lo había atacado de cara arranándole el ojo izquierdo. Aun con solo media visión y dejando un rastro de sangre muy visible, el oso se negaba a desacelerar el ritmo. El joven tuvo que ingeniársela para emboscarlo, usando magia, lo engañaba para enviarlo a la trampa que había preparado. Zeyer y Alice estaban en sus posiciones, uno en cada lado, listo para atacarlo, pero algo salió mal, el animal como si tuviera consciencia humana vio el engaño y en vez de llegar por el franco derecho como habían planeado, apareció por la espalda de Zeyer. El chillido de Alice alertándolo fue tan estremecedor como ver la monumental figura del oso sobre sus dos patas abalanzándose sobre el joven. Casi por instinto de supervivencia, y sin saber cómo lo hizo, el muchacho agarró la daga y la apoyó en una roca mientras se tumbaba al ver como se le caída encima aquella bestia.
El bosque se silenció. Alice estaba petrificada en la rama con la respiración acelerada. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que el oso se tumbó, pero de pronto empezó a menearse. El ave bajo para atacar el cuerpo, pero pronto oyó la voz de un chico.
- ¡Buah! Esta vez creía que no lo contaba – asomó la cabeza sucia de sangre, pero sonriente de Zeyer- Vaya susto ¿no?
- ¡No vuelvas a hacerlo nunca! – La cara de Alice estaría llena de lágrimas si pudiera llorar.
- Creo que le he perforado el corazón, pero lo ha hecho él mismo con el peso de su propio cuerpo. – acabó de salir del todo de debajo del cadáver- Suerte de la roca, llega a ser un poco más baja y hubiera quedado aplastado.
Zeyer se sentó al lado de su presa intentando recobrar el aliento y tranquilizar su acelerado pulso que aun derrochaba adrenalina. Cuando más miraba a aquel animal, más notaba que no era un oso, aunque su aspecto se le acercaba. De pronto, un arbusto cercano empezó a sacudirse, de él asomó aquel anciano que estaba sentado cerca de las escaleras de la posada.
- Así que por fin alguien lo ha podido cazar. Así podrá descansar en paz. - dijo mientras se secaba el sudor por el esfuerzo de llegar hasta allí.
Antes de que diera tiempo a preguntar nada, el anciano empezó a hablar sin parar.
- No sabemos cuándo llegó aquí, pero era un semi-bestia del rango más bajo, iba a lo suyo y no molestaba a nadie. En algún momento, algo o alguien le hizo daño o sufrió algún problema en la cabeza, que le impedía comportarse como siempre, ya no era capaz de invernar, se pasaba caminando por la nieve sin rumbo, y cuanto más lo herían más agresivo se volvía, poco a poco fue alejándose de donde vivía y acercándose al pueblo. Antaño era muy simpático con los humanos. Supongo que esta era la única forma de darle paz a su larga agonía. – juntó las manos frente a su cara mientras recitaba algo entre susurros. – Espero que la Diosa Inga se apiade de esta pobre e inocente bestia.
Y tal como llegó se marchó, bajo la perpleja mirada de Alice y Zeyer. Tras uno rato de descanso, se dispuso a bajar al oso hasta el pueblo, esperaba llegar antes del mediodía. Se colocó por debajo de la bestia y usando una frase hizo que aquel cuerpo no pesara más que un cesto de mimbre vacío. Cuando algún habitante del pueblo lo vio bajar cargando al animal, fue a llamar a los demás, así en llegar Zeyer a la entrada del pueblo se encontró una gran comitiva, que lo acompañó desde la entrada del pueblo hasta frente la puerta de la taberna donde por fin soltó al oso recuperando su peso real.
- No me lo puedo creer…- dijo el hombre que había estrechado las manos con el joven.
- Pues ahí lo tienes. – sentenció Zeyer.
- No, si todos lo vemos…
- Muchacho, no se como lo habrá hecho, pero te estamos agradecidos- comentó un anciano a su espalda, Zeyer se volteó hacia él- Esto es lo poco que podemos ofrecerte como recompensa.
El joven cogió la bolsa de tela y comprobó el contenido, no era mucho, pero le daría para viajar unos días hasta encontrar otro lugar donde trabajar.
- Me gustaría llevarme la piel del oso. Quiero viajar hacia las montañas y la necesitaré.
- Sin ningún problema – comentó otra persona que por sus ropas acababa de salir de una carnicería. – Creo que lo podría tener para mañana.
- Si piensas esperar hasta mañana, te puedo ofrecer pasar la noche en el ático sin costo. -apareció la madre de Mirra. -Pero antes de nada deberías ir a lavarte. ¡MIRRA!
- ¡QUÉ! – respondió desde la ventana.
- ¡PREPARA UNAS TOALLAS HÚMEDAS PARA NUESTRO HUESPED!
Zeyer aceptó el ofrecimiento y tras despedirse de ellos, más bien esquivar su marea de preguntas, entró en la posada donde Mirra le indicó que había dejado toallas para asearse en la habitación, por lo que el joven se fue al ático donde, además de las toallas, le esperaba una especie de cama con unas mantas. Tras lavarse la sangre de la bestia, se metió dentro y rápidamente cayó en un profundo sueño. El agotamiento había hecho meya en él, tanto que no se dio cuenta que habían entrado en la habitación mientras dormía, por suerte, Alice lo despertó al ponerse a chillar. Pero en encender las velas allí no había nadie. Aquello lo desveló del todo y viendo que ya había caído la noche y empezaba a tener hambre decido bajar a la taberna y probar de cenar algo.
- ¡Aquí llega nuestro gran cazador! -le dieron una animada bienvenida nada más entrar. - ¡Salud!
La taberna estaba repleta, risas y ruido de jarras entrechocando junto a las charlas, animaban la noche. Zeyer se hizo hueco hasta la barra. Desde allí pudo ver caras que antes no había visto, supuso que serian los clientes de la posada.
- Que te sirvo, campeón.-Sonreía el hombre tras la barra.
- Lo que haya para cenar. Pagaré.-dijo sacando unas pocas Írias
- Marchando.
El joven se acomodó y observó a su alrededor. Aun tenia mal cuerpo por la forma en que se despertó.
- ¿Cres que alguien de aquí puede haber sido el que entró en la habitación?–Pensó Zeyer hacia Alice.
- No pude verlo bien. Lo siento.-respondió el ave mientras miraba su alrededor.-Pero no fue una presencia hostil.
Le sirvieron la comida y tras acabar de cenar decidió pasearse por el pueblo para respirar la fresca brisa. Aquella tranquilidad, las voces de risas de fondo, el camino, los animales, le hizo recordar su hogar, a sus padres y, por ende, el asalto de los bandidos. Se estremeció al escuchar la madera crepitar en una de las antorchas de la puerta del pueblo. La noche empezaba a sentirse fría por lo que decidió volver a la posada y seguir durmiendo para partir nada más salir el alba. Subiendo las escaleras del segundo piso se encontró con Mirra.
- ¿No puede dormir? Si es por el ruido de la taberna, pronto estarán todos borrachos y se irán a dormir- le indicó.
- No, que va. Solo fui a cenar y estirar un poco las piernas. ¿Qué haces por aquí?
- ¡Ah! Rondas de vigilancia. Paseo por los pasillos por si algún huésped necesita algo- respondió levantando la lampara de luz que llevaba en la mano. -Y apagando luces innecesarias y molestas.
- Si me disculpas, volveré a mi habitación- le dijo reteniendo un bostezo.
- Claro- se apartó- ¡Ah! Por cierto, no pude preguntar por tu nombre. Supongo que sabes que soy Mirra. ¿y tú?
- Zeyer – inclinó suavemente la cabeza y se volvió al ático.
No ocurrió nada más aquella noche pudiendo levantarse antes de que los rayos del sol atravesaran la ventana rota. El joven dejó todo como lo había encontrado y bajó pensando en que podría desayunar. La mañana era tranquila, no se cruzó con nadie y la taberna estaba vacía.
- Vaya, eres de los que madrugan. -le habló el padre de Mirra saliendo de la cocina. - ¿Qué te traigo para desayunar?
- Un tazón de leche y algo de pan estaría bien.
- Marchando.
Como el local estaba vacío pudo sentarse en una de las mesas. Mientras comía llegó el carnicero que lo estaba buscando.
- Me alegra encontrarte a la primera. Me imaginaba que partirías temprano, te he preparado la manta, pero yo la dejaría reposar un poco más antes de usarla. Además, mi mujer es costurera, si estas ropas te sirven te las podría vender. - le dejó la manta sobre la mesa y le enseñó la ropa- porque supongo no piensas seguir viajando con esa ropa llena de sangre reseca.
Con todo lo ocurrido, había olvidado por completo eso. El joven al final tuvo que comprarle al carnicero la ropa que le ofrecía, sin siquiera probársela. Aquel hombre se fue bien contento, mientras Zeyer empaquetaba todo usando la manta como bolsa provisional. Encontró la daga que Mirra le prestó. Fue a buscarla y se la encontró en las escaleras de la posada barriendo.
- Sabes, puedes quedártela, te hará más falta a ti que a mí. Además, no es mía, se la dejó un huésped ya hace años, así que tampoco creo que la eche en falta. -concluyó Mirra volviendo al trabajo- Que tengas un buen viaje y esperamos vuelvas a pasarte por esta posada si viajas de nuevo por la zona.
Zeyer abandonó el pueblo sin más distracciones ya que el sol había salido y aun no sabía cuanto caminaría hasta parar en otro pueblo.
- Zeyer, quería yo comentarte una cosa. Y es que desde que llegamos a ese pueblo, sentí como si alguien nos observara todo el rato, lo comento porque incluso ahora lo estoy notando. Pero no veo a nadie. – Llegó Alice que había estado sobrevolando la zona en la que el joven caminaba.
- ¿Solo nos observa o nos estará siguiendo? Yo no noto nada.
- Alguien hay, estoy segura.
Aun con ese malestar por parte del Roc, siguieron su camino, Zeyer cazó unos conejos que vendió al llegar al siguiente pueblo, y así fueron avanzando, consiguiendo dinero a través de la caza. No tenían rumbo fijo, así que se enfocaron en ir en dirección a las montañas, ya que empezaba a tener mucha maña en la captura de animales y eso parecía generarle beneficios. Cuando dejaron un pueblo que se encontraba a mitad de la subida del monte Rush, se les hizo de noche antes de llegar al siguiente, por lo que optaron por a campando en la intemperie.
- ¿Todavía nos sigue?
- Sí.
- Entonces puedo ver a través de tus ojos, pero no puedo sentir esa sensación de peligro que tú usas.
- Necesitaremos trabajar más en ello.
- ¡Espera! Lo noto, noto algo. Noto presencias.
- Sí… pero no es una son muchas, no es la misma – se agitaba Alice en notar como las presencias los empezaban a rodear. - ¡Corre!
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