– ¿Aullando a la luna, Lobo de Tsushima?
Tsurugi, alertado, se giró hacia la voz. Eran dos caminantes los que estaban frente a él. Uno de ellos, cubierto por una armadura azul que conocía muy bien, tanto como al hombre junto a él.
– ¿Capitán Kenta?
– Cuánto tiempo – convino el capitán.
El ronin no podía ocultar su sorpresa. Hacía años que no le veía. Salvo algunas arrugas y canas propias de la edad, no le parecía que hubiese cambiado mucho. No comprendía, sin embargo, quién debía ser el que portaba la armadura. Parecía joven.
– ¿Quién es? – preguntó Tsurugi.
– Mi hijo, Takao.
– Es un honor – saludó el joven, acompañando sus palabras con una reverencia.
Con un gesto, Tsurugi les invitó a sentarse junto al fuego. El joven Takao se quitó el casco. Kenta depositó su espada en el césped.
– ¿Qué les trae por aquí? – quiso saber el ronin, cauteloso. «Es extraño que aparezcan de la nada», pensó.
– Conocimos a un monje en el camino. Él nos explicó dónde estabas y tu misión. Nos encargó que te ayudásemos.
«¿Hideki les habló de esto? ¿Bajo qué circunstancias?», meditó Tsurugi. «En el fondo tiene sentido, creo que le hablé de él en su momento». Tras pensarlo un poco, supuso que, si Hideki les había hablado de aquello era porque habían demostrado ser de fiar. «Dudo que se lo contara sin tener una buena razón».
– ¿Conocisteis a Hideki? – preguntó Kiyoshi al mayor, incorporándose enérgicamente.
– Si ese es el nombre del monje, sí. ¿Quién eres, pequeño?
– Me llamo Kiyoshi.
– Encantado, Kiyoshi.
El niño estaba jubiloso por oír de Hideki. «Debe echarle de menos», comprendió Tsurugi, contento por el chico.
– Lo cierto – quiso añadir Takao – es que no nos explicó de qué se trata vuestra misión, señor.
– Ya es noche cerrada – se excusó el ronin –. Descansemos y mañana al alba entraré en explicaciones.
Padre e hijo asintieron. Era la misión de Tsurugi Tsukigami, por lo que les pareció justo ajustarse a sus normas. Acordaron que el ronin haría una primera guardia, tras la cual Kenta le sustituiría.
Takao se quitó la armadura, se acostó sobre la hierba, esperanzado por demostrar su valía ante su padre. Tanto él como Kiyoshi caerían en seguida en un profundo sueño. Kenta observaba el firmamento estrellado mientras su mente divagaba. «Volveremos pronto, Sumi. Lo juro».
– ¿Quieres que te sustituya, Tsukigami? – propuso Kenta al cabo de unas horas.
– No te preocupes, aún estoy fresco – explicó. Lo cierto era que, aunque le alegraba haberse reencontrado con el capitán, no quería bajar la guardia –. ¿No puede dormir?
– Me cuesta.
– Le entiendo.
Pasaron ambos varios minutos sentados frente al fuego, en silencio. Cada uno ocupando su mente en sus propios pensamientos. Sólo el crepitar de la hoguera rompía el silencio, al menos hasta que Tsurugi habló.
– Capitán Kenta, ¿cómo conocisteis a Hideki?
– Takao y yo partimos por un encargo. Nuestra propia misión, por así decirlo.
El capitán procedió con su explicación, ante los atentos oídos de Tsurugi. Le contó sobre cómo una banda de criminales le había secuestrado, y cuánta resistencia opuso. «Tiene una gran fortaleza para ser sólo un monje», pensó un sorprendido Tsurugi. Le alivió oír el relato de su rescate y saber que se dirigía al templo sano y salvo.
– Es mi turno – declaró Kenta –. También tengo preguntas.
– ¿Cómo cuáles?
– Con el pasar de los años he oído rumores sobre ti y Hiroshi – al oír dicho nombre, Tsurugi casi se atraganta al tragar saliva –, y sobre tu retiro. ¿Son ciertos?
– No sé... – trató de responder el ronin con dificultad. Comenzaba a notar sudor frío resbalar sobre su frente – No sé qué habla la gente.
El capitán percibió la angustia que Tsurugi trataba de disimular. Desconocía qué había podido ocurrir, pero debía haber sido horrible. «Es la primera vez que veo ese rostro en ti, Tsukigami», pensó. Tsurugi tartamudeó algo inaudible. Kenta, tratando de alentarle a hablar, vio con buenos ojos insistir un poco, mas con voz paternal.
– ¿Qué ocurrió, Tsukigami?
Tsurugi desvió la mirada hacia el campo, buscando las fuerzas para relatar aquella historia. El recuerdo de aquella noche no podían borrarlo los años, aún residía, vívido, en su mente.
– Hubo una batalla. Ya... ni siquiera recuerdo dónde fue. Nos llegó un soplo de que pagarían bien, así que nos tiramos de cabeza – el ronin guardó unos segundos de silencio para tomar aire –. No sabíamos lo que se nos venía encima.
Comments (0)
See all