La temporada se ponía fría. Era mejor usar varias capas para mantener el cuerpo tibio, y por supuesto, tener la calefacción sería la bendición. Es muy raro que los viejos departamentos tengan una. Luly no puede darse el lujo de comprar ropa abrigadora, así que la calefacción le ayuda mucho durante esta temporada.
Estos son problemas que nunca tocarían a la puerta de un chico rico como Remil. Ahí parado frente a Luly, sólo su presencia ya era una coquetería. ¿Como podía el delgado gato aceptar su amistad?
— Gracias, pero mis problemas los resolveré yo sólo -le dijo.
— Que mal -respondió Remil- yo sólo me quiero hacer responsable por mis errores.
Remil bajó la cabeza y lentamente volvió a subirla, mostrando sus ojos brillosos. Era su manera de parecer lindo y tierno. Lamentablemente su mirada no daba aquella impresión. Más bien parecía una pantera acechando a su presa.
— ¡Seamos amigos!
Luly lo pensó mucho antes de responder. No había nada bueno de juntarse con él. Por el momento sería mejor llevarle la corriente y evitarlo lo más posible.
— De acuerdo.
— ¡Genial! -respondió Remil- vayamos a mi casa para poder hacerlo.
— ¿Hacer…lo? -preguntó Luly- ¿Hacer que…?
— No lo entendiste, olvídalo. Luego haremos muchas cosas divertidas
Mientras caminaban de regreso, Remil hizo muchas preguntas sobre donde vivía, cuantos años tenía, que carrera seguía, cuantos hermanos tenía y un infinidad de preguntas personales.
Desde aquel día las chicas mostraban una gran antipatía hacía Luly. Quien podría imaginar que aquel muchacho de orejas negras era una celebridad en el campus. Si antes era muy difícil hacer grupo con sus compañeros, esta vez le resultaría imposible. Las cosas estaban yendo para mal. Aunque no tan mal, Remil le presentó al dueño de la tienda de conveniencia, que estaba en el primer piso del edificio donde vivía. Desde entonces, Luly trabaja medio tiempo en aquella tienda. Ve más seguido a Remil. El sueldo no era tan bueno como su anterior trabajo, pero ahora estaba cerca de la universidad, aunque lejos de su casa.
Remil lo tentaba para que lo acompañase a su departamento pero Luly se negaba. Entonces ese día decidió esperarlo al finalizar su horario, para acompañarlo a su casa. Luly dejó la caja cerrada y cogió su mochila para salir. En la puerta se encontró con su reciente amigo.
— ¿Qué pasó? -preguntó Luly.
— ¿No hay un hola de recibimiento? -le respondió Remil.
— Nos vimos hace dos horas y te saludé
— Bueno, vamos.
Luly se sintió inquieto, le daba una sensación extraña el estar junto a Remil. Así que lo mejor era no estar cerca, aunque le agradecía el encontrarle un nuevo trabajo. Ya que nunca tuvo un amigo, no sabía si esto era normal o un exceso.
— ¿A donde iremos? -preguntó Luly.
— A tu casa por supuesto -respondió Remil- te acompañaré, es muy tarde.
— No, yo puedo ir sólo.
Con un brazo en el hombro, Remil dirigió el camino. En el camino Luly le daba las mil y una razones de porque no era buena idea. Entonces esperaron un bus y ambos subieron. Luly pagó dos pasajes porque Remil no tenía monedas. El bus también se puede pagar con tarjeta pero hay un pequeño recargo por mantenimiento y si estás tratando de economizar, es mejor usar monedas. Las personas sentadas volteaban la mirada para observar a los recién subidos. Un muchacho guapo, alto y que aparentaba opulencia, era un chiste en ese transporte.
Durante el viaje que duró cuarenta minutos, Luly cayó dormido en los hombros de Remil. Sólo alguien perseverante y con ansias de superación, puede estudiar y trabajar al mismo tiempo. Remil en cambio estaba muy aburrido de esperar tanto para conocer su dirección. Además de sentir las fastidiosas miradas de los pasajeros, también comenzaba a experimentar algo extraño. Mirando a Luly durmiendo tan inofensivo, le tocó las mejillas. Estaban frías.
Luego del tiempo estimado de viaje, llegaron a su destino. Luly despertó y se dio cuenta que Remil le había dejado su abrigo. Esta pequeña muestra de afecto le tocó tanto que no supo como reaccionar y se pasaron un paradero. Luly despertó a Remil y bajaron de prisa.
— Debí haberte escuchado -dijo Remil- vives lejísimos.
— Tú ya debes volver -dijo Luly- gracias por acompañarme.
— ¿Me vas a botar así? Estoy cansado, me gustaría un poco de agua.
Luly decidió llevarlo hasta su morada para servirle un poco de te. No era lejos pero Remil estaba molesto. El lugar era viejo, feo y apenas limpio. El cuarto donde vive Luly, sumamente pequeño, incómodo y frío.
— Puedes pasar -dijo Luly.
— ¡Vaya, que pequeño! -respondió asombrado Remil.
Remil entendió o trató de entender porque los chicos del campus no eran cercanos a Luly. Ni en un millón de años, el hijo del dueño de una cadena de hoteles, se haría amigo de un pobre diablo. Y ahí estaba aquel hijo, bebiendo te de limón, de sobre. La intención de Remil era quedarse a dormir y aprovecharse de esto para tocarlo y hacer caer a Luly.
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