PARTE I: CELEBRACIÓN
Aquella noche el ambiente era festivo en El Obsequio del Ángel. El dueño de la taberna había organizado una fiesta en honor a su hijo, Diluc, que aquel día cumplía la mayoría de edad. Para este evento, Crepus le había regalado un traje elegante, digno de un Ragnvindr, que le hacía parecer más adulto. Se ajustaba perfectamente a su cuerpo y la tela era de un tacto suave y agradable.
Diluc mostraba una sonrisa amable a uno de los soldados de la Orden de Favonius, un hombre de mediana edad que, como otros tantos aquella noche, le presentaba a su hija en un intento de generar interés en el joven más encantador de Mondstadt, además de heredero de la familia más prestigiosa del lugar. Diluc escapó de aquella situación tan rápido como las veces anteriores. Se excusó diciendo que debía hablar con alguien más y se alejó, esta vez hacia su padre, Crepus, que bebía alegremente en la barra junto al Gran Maestro Varka y Jean, a la que este último había escogido recientemente como su segunda al mando pese a su juventud.
—¡Diluc! —gritó Varka, que claramente había bebido más de la cuenta. Le pasó el brazo por los hombros y lo acercó a él—. Por fin te dejan libre. Dime, ¿puedo contar contigo para que cuides Mondstadt en mi ausencia? Confío en Jean, pero necesitará ayuda.
—¿Es que te marchas? —preguntó Diluc sorprendido, pues no había escuchado nada sobre aquello.
—Es un asunto de última hora. De hecho, están preparando mi carruaje.
Jean intercambió una mirada con Diluc. Parecía algo molesta con su jefe, pero se contuvo de decir nada. Ante todo, sabía guardar la compostura. Diluc sonrió y volvió a mirar a Varka.
—Puede contar conmigo. ¿Cuándo regresará?
—Espero que pronto. En dos semanas a más tardar. —Desvió la vista hacia su amigo Crepus y sonrió—. Tu padre me debe la revancha.
Diluc sabía bien a qué se refería. Solían jugar a un juego táctico de cartas muy extendido entre la Orden de Favonius. Pese a que su padre no pertenecía a los Caballeros, era difícil vencerlo, incluso para el gran Caballero de Boreas: Varka.
—Señor, su carruaje está listo —informó un soldado que se inclinaba frente a ellos. Varka soltó a Diluc y dio un último trago a su copa.
—Es la hora. Disfruta de tu fiesta, Luc —le dijo con la confianza con la que lo trataba fuera de la Orden. Para Diluc, Varka era como un segundo padre. Tras la muerte de su madre, había sido un gran apoyo para la familia, sobre todo, para Crepus, que quedó totalmente destrozado. Varka siempre trató a Diluc como a un hijo, y se había convertido en una de las personas más importantes en su vida, y también en la de Crepus. Estos dos amigos de la infancia estaban tan unidos que incluso habían intercambiado pendientes.
Era tradición en Mondstadt regalar un pendiente a las personas más importantes para uno. Ya fueran familiares, amigos, amantes… No importaba el vínculo. Regalar aquella joya mostraba el gran amor y respeto que se sentía hacía la otra persona, y también el deseo de mantenerla en su vida por siempre.
Diluc se despidió, y Jean y Crepus lo acompañaron fuera. Otro soldado se acercó a él. Había asistido con su esposa e hija. Esta última era una joven hermosa a la que Diluc conocía bien, pues habían entrenado juntos durante años. Lo felicitó tímidamente y el festejado agradeció con una sonrisa antes de que el soldado empezara a hablarle de política. Tras un rato intentando encontrar una excusa para marcharse, vio por el rabillo del ojo a Charles, que abría el último barril de vino.
—Disculpe, pero me necesitan —se excusó lo más amablemente que pudo—. Parece que nos estamos quedando sin bebida.
El soldado lo dejó marchar, más bien decepcionado. Diluc se acercó a Charles para informarle de que iría a buscar más vino y, de paso, a tomar el aire. El tabernero, que conocía bien lo poco que le gustaban las multitudes al hijo de su señor, asintió.
Kaeya, que al contrario que a Diluc le divertía relacionarse con la gente, vio a su amigo huir del lugar. Se despidió de la joven con la que hablaba y cruzó la taberna saludando a su paso a todo aquel que pretendía iniciar una charla con él, pero sin detenerse.
Cuando entró en la pequeña bodega, vio a Diluc sentado sobre un barril, recostado en la pared y con los ojos cerrados. Kaeya cerró con llave y se acercó lentamente a él, que enseguida escuchó sus pasos y abrió los ojos.
—¿Demasiada atención para tu gusto? —bromeó Kaeya.
—¿Por qué el decimoctavo cumpleaños es tan importante para todos? —se quejó y bajó del barril de un salto.
—Se celebra que eres mayor de edad, que deberás ser más responsable…, si es que eso es posible —carcajeó—, y lo más importante: que estás en edad de casarte. ¿Ya has elegido esposa?
—Muy gracioso. —Lo apartó para acercarse a un estante lleno de botellas de vino—. Sabes que eso es lo que menos me interesa.
—Algún día tendrás que hacerlo. —Se apoyó en el estante, junto a él, y lo miró con los brazos cruzados. Diluc suspiró y cogió una botella para observar distraídamente su etiqueta.
—¿Tanta prisa tienes de que eso ocurra?
—Solo señalo lo evidente. —Encogió los hombros y se acercó más a él, colocándose a su espalda. Diluc dejó la botella en el mismo hueco de donde la había sacado y sintió el cálido aliento de Kaeya en el cuello—. Es lo que se espera de un heredero de los Ragnvindr.
—No parece importarte—. Intentaba mostrarse calmado, pero Kaeya lo conocía bien y notó su creciente enfado. Lo abrazó por la cintura, apretando el pecho contra su espalda, en un intento de tranquilizarlo. Deslizó una mano bajo la camisa de Diluc y recorrió su piel hasta llegar a su pecho. Diluc contuvo un suspiro.
—Aunque te cases, nada de esto tiene por qué cambiar —dijo al tiempo que le apretaba un pezón con suavidad. Entonces, Diluc lo apartó y se giró, claramente molesto.
—¡Eso es asqueroso!
Kaeya suspiró y se apartó un mechón de pelo para colocárselo tras la oreja.
—De acuerdo. Entonces me mantendré al margen y dejaré que disfrutes solo y únicamente de tu esposa. —Le mostró una de sus sonrisas juguetonas antes de volver a poner las manos sobre él, esta vez buscando el botón de su pantalón. Diluc lo detuvo y se miraron a los ojos.
—¿De verdad no te importa nada que eso suceda?
—Tu inocencia es una de las cosas que más me gustan de ti.
—¿Qué quieres decir con eso? Estás evadiendo mi pregunta.
Kaeya respondió atacando sus labios justo cuando Diluc apartaba la mirada. Este no cortó el beso, pero liberó las manos de su amigo para apoyar las suyas en su pecho y empujarlo sin demasiado empeño. Kaeya aprovechó para terminar de desabrochar el cierre del pantalón y deslizó una mano, encontrándose enseguida con el miembro ya erecto de Diluc. Al apretarlo, consiguió arrancarle un gemido a su amigo, que echó la cabeza atrás para coger aire.
—Kae…
—Siempre respetaré tus decisiones. Es lo único que necesitas saber.
—Otra vez eludiendo mi pregun… —Kaeya volvió a sellar sus labios, impidiéndole seguir hablando. Continuó masturbándolo lentamente y, con la mano libre, se desabrochó los pantalones para sacar su miembro también y juntarlo con el de Diluc, que soltó otro gemido al sentir el calor de Kaeya. Este bajó sus besos hasta el cuello de su amigo, que aprovechó para volver a hablar.
—Kae… alguien podría vernos…
—He echado la llave —le informó antes de morderlo con suavidad, robándole así otro gemido.
—Si quisieran entrar…, sospecharían.
Kaeya lo agarró de la barbilla para mirarlo a los ojos, sin dejar de mover su otra mano alrededor de sus miembros.
—¿Quieres relajarte por una vez?
Diluc asintió tras un momento y cerró los ojos, dejándose llevar. Lo abrazó por los hombros mientras Kaeya aceleraba el movimiento y lo besaba con las mismas ganas que él, moviendo su lengua tan ágilmente como blandía su espada en batalla. Diluc lo envidiaba como espadachín, pero también como amante. No creía poder llegar jamás a su altura en este sentido, pero se esforzaría como se esforzaba por superarlo en los entrenamientos sin ayuda de su Visión.
Hasta el momento, solo habían intercambiado besos y caricias que los dejaban exhaustos, pero Diluc deseaba tenerlo por completo, no solo su cuerpo, sino también su corazón. Todos veían a Kaeya como alguien cariñoso, amable y cálido, pero Diluc sabía bien que su auténtico yo estaba esculpido en hielo, y no dejaba de preguntarse si alguna vez conseguiría derretirlo.
Diluc cortó el beso y abrazó a Kaeya aún más fuerte. No podía seguir su ritmo, estaba a punto de estallar, y su amigo lo notó. Sentía el miembro de Diluc hincharse y escuchaba sus intentos de acallar los gemidos.
—Déjalo salir, Luc.
—Aún no —dijo conteniéndose todo lo que pudo.
Kaeya sonrió y aceleró el movimiento mientras mordía, lamía y pellizcaba los puntos más débiles de Diluc: sus pezones. Diluc no pudo aguantar más y estalló, salpicando la mano que sostenía su miembro. Segundos después, Kaeya también se dejó ir.
Rendido, Diluc quedó apoyado en él, abrazándolo, mientras Kaeya le acariciaba la espalda. Lo apartó con cuidado y sacó un pañuelo para limpiarse —la mano, primero, y el miembro, después—. Diluc también sacó su pañuelo. Esos momentos siempre avergonzaban al joven e inocente Diluc, al contrario que a Kaeya. Este siempre sonreía como si acabara de ganar un juego de cartas o como si acabara de salir victorioso de alguna batalla.
—Kae… —dijo tras abrocharse los pantalones. Su amigo terminó de colocarse bien la ropa y lo miró, expectante. Diluc llevaba tiempo queriendo preguntarle algo o, más bien, pedirle algo, pero cada vez que lo intentaba, se le secaba la garganta, tal vez, porque tenía miedo de la respuesta. Pero no podía posponerlo más. Necesitaba conocer las intenciones de Kaeya—. Prométeme que te quedarás a mi lado para siempre.
Kaeya no se sorprendió ante tal petición. Sabía bien que Diluc temía perder a las personas que más amaba, ya se tratara de familia o amigos. Tal vez porque no quería volver a sentir el dolor que experimentó al perder a su madre. Kaeya sonrió y se acercó a él para besarlo en la frente. Diluc vio su sonrisa y supo la respuesta antes de que Kaeya dijera una palabra.
—No puedo prometer algo así. —Vio a Diluc apartar la mirada, intentando ocultar la tristeza en sus ojos. Entonces, Kaeya se metió la mano en el bolsillo y sacó algo de él—. Pero tal vez esto sea suficiente. Feliz cumpleaños, Luc.
Diluc vio un destello por el rabillo del ojo, y fijó la vista en el objeto que Kaeya le mostraba. Era un pendiente con una gema brillante de color carmesí. Diluc no terminaba de comprender aquel gesto. Kaeya se mostraba tan ambiguo como siempre.
—¿Por qué me regalas esto si no pretendes quedarte a mi lado?
—Nunca dije que esa no fuera mi intención. —Con cuidado, Kaeya le colocó el pendiente en la oreja izquierda, donde era costumbre llevarlo, pues estaba más cerca del corazón. Luego volvió a fijar la vista en sus ojos—. Pero el futuro no es siempre lo que esperamos.
—¡Lo será si ambos ponemos de nuestra parte! —dijo convencido, agarrándolo de la mano con fuerza. Pero Kaeya desvió la vista y torció una sonrisa.
—Es mejor que volvamos a la fiesta.
Apartó la mano de Diluc y se marchó, dejándolo solo con sus pensamientos.
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