Había un Dios de la Creación.
Un ser que habitaba en un espacio vacío, donde no había más que un blanco infinito. En aquel entonces no existía el concepto del tiempo, porque solamente existía quien allí vivía. Pero si tuviera que usarse un término para dimensionar cuánto pasó encerrado, la palabra correcta sería eones.
Así mismo, tampoco se contempló a sí mismo como un dios. Su apariencia era la de una esfera con varios aros a su alrededor, los cuales no dejaban de girar. Dichos aros transportaban otras esferas, cada cierto tiempo surgían nuevas; miles de millones se acumularon.
Sería imposible tratar de describir cuan inmenso era este ser, porque no existía nada comparable a su tamaño.
No había nada.
Hasta que, en determinado momento, su consciencia le presentó algo nuevo; una necesidad, un deseo. Anheló su propia desaparición.
Este ser comenzó a deshacerse lentamente. Dejó ir las esferas que nacían de su cuerpo.
Al separarse, las esferas adquirieron colores. Cada una albergaba enormes cantidades de energía que empezaron a propagarse por ese blanco infinito.
Ese día, el Tiempo nació.
Cada estallido de las esferas acercaba más al ser a su desaparición, pero su esencia viviría.
Dentro de cada esfera existía lo que llamamos “universo”, y dentro de cada universo había galaxias, mundos, estrellas… Vida.
A lo largo de los eones, este ser seguía trabajando en deshacerse.
Pero de sus restos nacieron entidades, las cuales obtendrían consciencia propia basada en un aspecto de lo que el denominado Dios de la Creación pensaba.
Así, algunas de esas entidades se hicieron cargo de esos universos, de los mundos, siguiendo su propio deseo.
Cuando las primeras formas de vidas terrenales surgieron, captaron la atención de estas entidades; porque aquellos seres mortales, cuya duración de vida equivaldría a un parpadeo para las entidades, podían experimentar y vivir acontecimientos que los seres que son vistos como dioses jamás podrían.
¿Qué se sentirá ser vulnerable e insignificante? Fue lo que planteó uno.
Y de ese modo, algunas entidades decidieron crear vida, otras administrar las que surgieron naturalmente.
Lo mismo pasó con el planeta cuya especie dominante llamó “Tierra”.
Quienes participaron en la creación, y la guiaban, intervinieron varias veces en la historia para enseñar; adquiriendo diversas formas que pudieran ser familiares para los humanos, quienes parecían ser la especie con mayor proyección.
Pero, así como había quienes deseaban brindarles sabiduría, estaban los que necesitaban ofrecerles miedo.
Las entidades nacidas del pensamiento destructivo del Dios de la Creación tenían su propia visión.
Al final, algunos fueron reconocidos como “dioses” y otros como “demonios”.
Unos brindaban abundancia y otros la corrupción, cada quien con su propia visión de como deberían desarrollar a la especie. Tanta discordia llevó a un acuerdo, un experimento:
Dejarían de intervenir en el mundo humano, y permitirían que el libre albedrío los guiara para ver dónde acabarían.
Si hubieran decidido discutir hasta que uno solo tuviera razón, para entonces, toda la vida se habría extinto.
***
Existió una época en donde las personas podían ejercer un poder que llamaron “magia”. Algo que los conectaba íntimamente a las entidades que les dieron vida, no obstante, solamente podían imitar un aspecto tan pequeño que prácticamente era insignificante.
Pero eventualmente, esa conexión se fue perdiendo y con ello la magia murió. Todo registro que quedó de ella, y de cada criatura, se volvieron los denominados “cuentos de fantasía”.
Las personas depositaron su confianza en máquinas. Cada vez, se separaban más y más de quienes les dieron la vida.
Para ellos, esos dioses habían muerto. Con cada hallazgo, se distanciaban.
Las bestias mágicas y otras razas que mantuvieron su vínculo decidieron aislarse en sus propias dimensiones donde la mano humana no llegaría.
Milenios más tarde no quedó rastro de la humanidad y ese planeta estaba muriendo. No quedó rastro de lo que alguna vez fue la magia. Era una tierra muerta.
En ocasiones, los humanos ocasionaban su propia destrucción.
Lo que terminó por condenarlos finalmente fue que un grupo de estos dioses decidieron que la vida en ese planeta no tenía importancia, y que era mejor estudiar otros mundos. Así decidieron exterminarlos por medio de catástrofes.
Otro grupo se reunió, instantes antes de que este planeta fuera devorado por su sol, en un espacio de blanco infinito como el que habitaba el Dios de la Creación.
Una entidad, la que más intimó con la humanidad, tenía el aspecto de estos; pero todo su cuerpo era dorado y resplandecía, ningún rasgo podría distinguirse. Dentro de esa luz dorada parecían haber miles de estrellas.
Este, a quien podría llamársele “Dios Humano” llamó a sus camaradas.
A su lado izquierdo, una bruma en forma de espiral con múltiples esferas brillantes en su interior; como una galaxia.
A la derecha, algo parecido a una nube color neón que dentro de sí parecía tener cientos de planetas.
Ellos sostuvieron una conversación. Para quien sea que no fuera de los suyos, su lenguaje sería inentendible, pero si pudiera traducirse tal diálogo al lenguaje humano, sería así:
—¿No podemos revertirlo? —sugirió el Dios Humano—. Otra oportunidad.
La espiral de la izquierda, a quien podría llamarse “Dios del Tiempo”, respondería.
—Hicimos un pacto: no intervenir. ¿Para qué hacerlos resurgir?
El último, parecido a una nube, a quien podría llamársele “Dios de la Vida y la Muerte”.
—Concedí tu petición de preservar un registro de cada ser vivo. Dentro de mí, aún viven en lo que ellos llaman “cielo” o “infierno”.
El Dios Humano no se vio arrinconado por los argumentos de sus semejantes.
—Correcto, pero ese pacto se rompió cuando los otros decidieron que la Tierra no valía la pena.
—Tendrás la razón—respondió el Dios del Tiempo—, pero ha sido la votación de la mayoría. ¿Qué propones?
Tras un instante de silencio, que bien podrían ser siglos para los humanos, por fin el Dios Humano contestó.
—Uniré mi vida a la de este planeta. No, mejor dicho, a este sistema solar. Por favor, préstenme su fuerza.
—Está bien.
Ninguno dudó de eso. Para ellos, que no tenían apego a la vida, si uno de pronto decidiera desaparecer no les afectaría en lo absoluto.
—Dios del Tiempo y Dios de la Vida y la Muerte, necesitaré de los dos.
—Te daré una parte de mí. Guardo toda la información de cada época vivida en la humanidad. La época medieval fue mi favorita.
—A mí me gustaron los dinosaurios—dijo el Dios de la Vida y la Muerte.
—Traeré ambas de regreso. Les estoy muy agradecido.
—Una pregunta, antes de que te vayas—dijo el Dios del Tiempo—. ¿Tanta importancia tienen los humanos para ti? Este no es el único lugar en el que habitan.
—No solo los humanos. Todas las formas de vida. Yo amo a todo ser vivo. Aunque haya en otros lugares, estos son los que yo vi crecer. Los vi cometer errores y aprender. Por eso, debo hacerlo.
De ese modo, a quien llamaron “Dios Humano”, murió.
—Hum. Parece que lo logró—comentó el Dios del Tiempo—. Eso fue muy “humano” de su parte. No logro entenderlo, pero vigilaré este nuevo mundo.
—¿Qué ves en el futuro de esta tierra?
—Oh. Parece que cometimos un error. Los nuevos humanos, no, mejor dicho, las nuevas formas de vida tendrán un destino mucho peor.
—Vaya. Es lamentable.
—Tendremos que hacerle un favor a nuestro camarada. Por favor, bríndame tu fuerza. Vamos a interferir durante algún tiempo.
—Ahora eres tú quien habla como humano.
El Dios del Tiempo simplemente ignoró su comentario.
—Nuestra base será lo que ellos llamaron “magia”.
Comments (3)
See all