Tadeo dio por terminada la clase, tomo sus papeles del escritorio y antes de que cualquiera se le acercara, salió rápidamente del aula. Sin una palabra, sin una sonrisa, sin un gesto, todos vieron como el alto pelirrojo se esfumaba más rápido que un rayo. El lugar se quedo en silencio, nadie sabia que hacer, pero en sus mentes todos esperaban que fuera algo de una sola vez. Todos empezaron a salir del aula, solo Raúl se quedo sentado, pensando en lo que acababa de pasar.

El día estaba terminando, Raúl había pasado el tiempo buscando a Tadeo por todo el campus, sin éxito. Los otros estudiantes estaban ocupados con sus propias vidas y círculos sociales, por lo que no le daban importancia al extraño comportamiento del profesor. Solo Raúl, que había pasado más tiempo a su lado, sabía que aquel comportamiento escondía algo. Al ver que el sol se estaba poniendo y que su búsqueda era inútil decidido tomar una de sus hojas y escribir una nota, para después pasarla debajo de la puerta de la oficina de Tadeo.

Con la poca luz que entraba por la ventana, Tadeo vio como un papel era introducido a su oficina, antes de acercarse espero a que el sonido de pasos se alejara. Una vez que todo quedo en silencio se paro frente a la puerta y tomo la hoja que estaba a sus pies. ‘Mantente a salvo’ esas simples palabras, firmadas por Raúl, en lugar de calmarle, le llenaron de furia. La escena que presencio, le dio una idea de la razón por la que Raúl había terminado herido y el sentimiento de culpa le embriago ¿Cómo era posible que no se diera cuenta de lo que le pasaba a Raúl? Su presencia le había causado daño, pero… alejarse no era algo que pudiera hacer; aquel chico de apariencia lúgubre con ojos del color del cielo le tenia tan embobado que no fue capaz de ver como sufría.

Cada día Raúl llegaba temprano para asegurar su asiento favorito, en el que tenía una línea de visión clara hacia el atril donde Tadeo le observaba, pero parece que en realidad no le prestaba la atención suficiente y eso le rompió el corazón. Esa noche no pudo cerrar los ojos y solo podía pensar en que hacer para ayudar a Raúl. Su mente divago por cada obscuro rincón tratando de encontrar una solución, solo pudo llegar a una conclusión.

Aquí empezaran a decir que el destino es cruel por hacer les pasar algo así; pero les juro, nuevamente, ¡YO NO TENEGO LA CULPA! La estupidez humana, culpare a la estupidez humana, la misma a la que la doctora Bailey culpa en Grey’s Anatomy durante el día de acción de gracias. Ustedes toman las decisiones, ustedes dan ese paso delante y no es mi culpa que en ocasiones tomen el camino equivocado para poder solucionar sus problemas. Así que la estupidez humana de Tadeo, de aquella noche, nos llevó a caer en la espiral de desesperación, dolor, llanto, soledad y sufrimiento que les estaré describiendo a detalle.

Al día siguiente de la escena que presencio Tadeo. Raúl llego al edificio esperando encontrarlo al final del pasillo principal con su amable sonrisa en el rostro y rodeado de alumnos alegres embelesados por su figura. Por el contrario, la escena que apareció frente a sus ojos al entrar en el edificio fue tan lúgubre que parecía un cementerio, por un instante pensó que se equivoco de lugar, hasta que en la distancia noto aquel rojo brillante, moverse a solas por todos lados.

Cuando se dio cuenta de que no había nadie a su alrededor, Raúl decidido pasar cerca de él para saludarle. Lo que no esperaba fue que tan pronto Tadeo le noto, le fulminara con la mirada. Raúl se detuvo en seco, con la boca abierta y los ojos abiertos como platos, vio a Tadeo alejarse rápidamente sin detenerse en ningún momento e ignorando a todo aquel que le saludaba.

Los pasillos de la universidad se llenaron de incertidumbre, murmullos llenaban el aire y con cada grupo que pasaba por el famoso pelirrojo, las lágrimas cubrían más el suelo. Raúl estaba preocupado. Quería preguntar que había pasado, poder brindarle un poco del apoyo que había recibido de su parte. Vio pasar las horas en su reloj y cuando llego el momento de la clase con Tadeo, salió corriendo. Entro en el aula como siempre,               deseando ver cómo Tadeo entraba en la sala de conferencias, con paso seguro y los ojos brillando de entusiasmo por el tema que impartiría. Pero no fue lo que paso. Aquella alta figura dio el primer paso dentro del aula y una oleada de frio lleno el lugar, sin sonreír e ignorando a los presentes fijo su mirada en el pizarrón y comenzó con la clase.

El timbre marco el final de la hora más larga en la vida de los estudiantes ahí presentes, y cuando pensaron que eso seria todo, Tadeo les detuvo. Con miradas confundidas todos regresaron. Una vez que Tadeo se aseguro de que todos estuvieran sentados inhaló profundamente y con voz profunda dijo:

“El día de ayer un grupo de sus superiores me hizo darme cuenta de que la forma en que me comporto con mis alumnos, no es la adecuada. Parece que varios de ustedes se creen con el derecho de decidir con quien puedo hablar, convivir o tan siquiera saludar. Muchos incluso creen que tienen el poder de leerme la mente y por ende el deber de tomar decisiones en mi nombre. Imaginan que tienen la obligación de alejar todo lo que no entre en su concepción de correcto de mi para evitar que salga lastimado, como si fuera frágil e incapaz de valerme por mí mismo. Así que, déjenme dejarles algo muy claro. Ustedes solo son mis alumnos y por lo tanto en el momento en que se gradúan el lazo que nos une se rompe, no llorare, no les facilitare ningún medio de comunicación, no me tomare ninguna foto con ustedes, no los acompañare a ningún festejo y por sobre todo, no estoy interesado en tener ningún tipo de relación con ustedes más allá de la de profesor alumno. Si alguno de ustedes tiene algún problema con ello, háganme el favor de dejar mi clase y no volver a pararse cerca de mí. Si alguno ignora mi petición me vere en la penosa necesidad de usar la fuerza para que les quede en claro que no quiero nada que ver con ninguno”