Tomo el autobús a la una de la tarde en la misma parada que Mel usa todos los días que sale del trabajo. Me bajo de el a las dos y media en el Rosaleda, un centro comercial literalmente del otro lado de Azul. Dije que vería a Melpómene en la entrada dentro de media hora aproximadamente. Decido dar una vuelta por los locales de afuera, esperando encontrar algo interesante.
La gente en este lugar tiene ropa muy lujosa, la piel muy clara, y el cabello de color dorado. Se ríen en voz alta mientras caminan, y uno que otro me observa con curiosidad. Paso por una enorme juguetería y resisto las ganas de entrar, no es que me sienta muy maduro, pero creo que me llegado a una fase de mi vida donde dudo que me interese lo que haya adentro. Paso por un gimnasio, pero dice que solo pueden entrar chicas. Pienso en comprar algo para tomar en una tienda de conveniencia, pero los refrescos cuestan el doble en este lugar, por alguna razón. Se me quitan las ganas de buscar una librería. Regreso a la entrada y me siento en una banca de madera. Traigo puesta una playera blanca, un pantalón de mezclilla y una camisa de cuadros verde. He visto a otros tipos pasar con el mismo atuendo. Pero es diferente. Por alguna razón ellos se ven mejor. Es como si yo viniera de otro mundo.
Observando de nuevo la juguetería, llego a la conclusión de que quizá no sea tan mala idea entrar. Para perder tiempo ¿saben? Me levanto y camino hacia las puertas dobles de vidrio. Estás no son automáticas, quizá sea algo vergonzoso tener que abrirlas para poder entrar. Espero y no estén pesadas.
Como si alguien leyera mi mente, las puertas se abren. Alguien está empujándolas, pero no lo veo. No sé si algo dentro de mi piensa que se han abierto solas o que la persona ya salió, pero continúo caminando hasta que choco con la chica que está saliendo. Puedo sentir que mi cara se calienta, estoy seguro de que me estoy poniendo más rojo. Inmediatamente me levanto y extiendo una mano para que ayudar a la chica que he tirado al suelo. Es delgada, como Melpómene, pero su cabello es muy corto, como el de un chico, y completamente rojo. No es que la chica sea pelirroja natural, su cabello es de un tono rojo muy fuerte, tanto que brilla cuando le da la luz del sol. La chica ignora mi mano extendida, y esta tiembla. Cada instante que pasa hace que me sienta más avergonzado. Hasta que algo llama mi atención. Agachándome, tomo una placa que se ha caído de la playera de la chica con el impacto, porta la leyenda: “Hola, mi nombre es Euterpe”.
—Toma… Euterpe— No sé porque me refiero a la chica por su nombre, pero ella se detiene a medio paso y voltea a verme, confundida. Parece que está a punto de preguntar cómo se su nombre, hasta que ve la placa en mi mano extendida. Su mirada se tranquiliza y repentinamente la chica está riendo. —Oh, mi placa— dice y rasca su cabeza. —Por un instante pensé que me conocías, pero…
No sé porque espero a que termine la frase, y el silencio incomodo se prolonga. Puedo escuchar que la puerta doble de la juguetería se cierra. —Pero…— repite la chica y aclara su garganta. —Pero yo no te reconozco así que sería raro— dice y vuelve a reírse. Esta vez puedo notar que es por nervios. —Ah no… yo… lo siento… quería entrar en la juguetería y… no te vi.
Me vuelvo a avergonzar, pero la chica no se queda para hacerlo más incómodo. En una moción rápida, la chica asiente con la cabeza, me agradece y comienza a correr hacia el interior del centro comercial. Puedo ver que su playera roja tiene un logo atrás de un disco de vinilo y unas palabras, aunque solo alcanzo a leer “Musik”. Debe de haber una tienda de música dentro ¿Qué hacia la chica afuera? Bueno, eso no me incumbe. Ha sido un encuentro extraño.
—¿Sam? ¿Cuándo llegaste?— pregunta Mel y volteo para verla. Ha llegado diez minutos antes. Viene completamente de negro, con unas botas y una chaqueta de cuero. A pesar de verse ruda, diría que encaja perfectamente en el lugar. Su cabello amarillo está atado en una coleta, y puedo ver que sus orejas están cubiertas de argollas. —Hace unos minutos… ¿entramos?
Caminamos hacia las puertas automáticas. Apenas se abren, una fresca ventisca de aire nos golpea. Inmediatamente topamos con un grupo de chicas. Me asomo hacia adelante para ver un completo caos. Una fila se extiende por metros y metros, debe de estar compuesta por casi cien chicas, gritando y meneando lonas y carteles por el aire. Al final, esta una simple mesa con un mantel blanco, rodeada de guardias de seguridad. Si no fuera porque del techo del centro comercial cuelga una enorme lona con la cara de Ken Reed y su alias “Ken-Chan”, no creería que este es el lugar al que nos dirigíamos. —No… ¡jodas!— exclama Melpómene. Volteo a todas las direcciones, pero no hay manera de evitarlo. Esta es la fila para conocerlo. Cuando nos damos cuenta, ya deben de estar otras diez personas detrás de nosotros, y contando. —¿Cómo le vamos a hacer?— Mel se ve frustrada.
Si es cierto que esta fila es enorme, podríamos durar horas en ella… ¿y para qué? Planeaba hacerle unas preguntas a ese tipo, pero con tanta demanda dudo que no quiera más que firmar y despedirse. Eso significa que tendremos que pasar al Plan B.
Tomo a Mel de la mano y salimos de la fila. Ella tambalea por un poco mientras la jalo, cuando finalmente nos hemos alejados del tumulto que se ha formado, la suelto y ella recupera su compostura. —¡Sam! ¿Por qué te saliste?— pregunta, pero yo solo apunto hacia enfrente. Delante, un enorme pasillo se extiende por cientos de metros. De cada lado hay un sinfín de tiendas de diferentes tipos, con carteles de neón, y gente entrando y saliendo. Del techo cuelgan telas de colores, que, al ser traspasadas por la luz del sol, crean el efecto de un caleidoscopio sobre el suelo. Realmente, el Rosaleda es un centro comercial muy bonito. —No creo que lo alcancemos— le digo a Mel mientras comenzamos a caminar. Busco una tienda donde podamos comprar algunos accesorios. —Así que tendremos que escabullirnos
...
Pasan unos minutos después de las cinco y media cuando Ken decide terminar su firma de autógrafos. Los que siguen en la fila protestan. Las chicas le gritan algo, y el pide un micrófono para responderles. Se produce un alboroto, las chicas gritan y corren para intentar tocarlo, la seguridad se pone en medio, y el sale del lugar agradeciendo a todas. En poco tiempo, todos se tranquilizan y la multitud se dispersa. Los guardias se acercan para comenzar a retirar las bardas de metal que rodeaban la mesa donde estaba Ken, mientras que a él lo escolta un grupo de seguridad hacia una salida. Algunas chicas permanecen ahí, a la expectativa de que vuelva, pero todo ha terminado. Mel y yo observamos todo desde una distancia.
Cuando comienza el escándalo inicial, tiramos nuestras bebidas en un basurero cercano y aprovechamos la muchedumbre para hacernos paso. Entre la confusión, tomamos las gorras y los lentes de sol que compramos, para tapar nuestros rostros.
Finalmente, el gentío se deshace, Mel y yo continuamos caminando detrás de la escolta de seguridad, como si fuésemos parte de ella. Deben de ser cerca de quince guardias de seguridad, todos con playeras, lentes de sol y gorras negras, como las que compramos. En mi mano sostengo mi mochila doblada, pero nadie nos presta atención, avanzamos como una tropa por unos metros, y cuando entramos a la sección de oficinas del lugar, nos separamos del resto sin hacer ruido. Los guardias continúan por las bodegas que circulan el Rosaleda, nosotros los seguimos, escondidos entre los estantes y cajas de cartón. Me quito los lentes de sol y observo a Mel. Eso ha sido fácil, intento decirle con mi mirada.
La sección de servicio del Rosaleda es gigantesca, y se extiende alrededor de cientos de puertas hacia cada local del lugar. Los guardias se detienen frente a las enormes cortinas metálicas por donde entra toda la mercancía. Es también por donde entran los invitados, al parecer. Ken les agradece por su ayuda, y al final, se queda con un solo guardia platicando mientras los otros regresan a su trabajo. Un hombre con un traje se acerca y comienza a platicar con Ken también.
Ken parece tener la edad de Kristen, tiene el cabello largo, y no es muy alto. Su voz es chillona. Mel y yo permanecemos escondidos tras unas cajas, esperando a ver qué hace. Estamos poniéndonos en riesgo, todo esto depende de no ser descubiertos. Tomo un paso hacia atrás y me recuesto lo más lentamente posible, Mel se sienta a un lado y se acerca a mi rostro. Puedo escuchar como respira.
Desdoblo mi mochila y poco a poco comenzamos a sacar cosas de sus bolsillos. Me pongo mi camisa de nuevo, saco dos pares de guantes negros, un cubrebocas negro que Mel se pone, y yo tomo una bandana con un patrón de aves y la ato detrás de mi nuca para cubrir mi boca. Sacando más cosas, asomo un antifaz a Mel. Ella lo observa por un segundo y luego menea con su cabeza. Lo vuelvo a guardar en mi bolsillo. Pensé que le gustaría. Me vuelvo a poner los lentes de sol, pero me tapan mucho. No sé cómo le hace Mel. Me los quito y decido ponerme el antifaz yo. Ella me observa por un instante, y luego a otro lugar. Reconozco eso, se está aguantando la risa. Termino de extender la mochila y saco un bate de metal miniatura que conseguimos. Al final, le paso a Mel un cuchillo de cacería que nos dejaron en descuento.
—… ¿Ahora qué?— susurra
—Ahora esperamos a que suba a su auto y lo seguimos…
—¿y Cómo haremos eso?
—Es sencillo… Mira esto…
De mi bolsillo saco un collar de perro, pero en vez de tener una placa con información, tiene una pequeña caja negra con una pantalla. Su contorno esta abultado.
—Es un… localizador… GPS… con su funda.
—…Sam ¿Cuánto te costó eso?
—Todo el dinero que me regresaron del hospital… ¡pero! ¡vale la pena!
—¿Y cómo se lo pondremos?
El hombre termina de hablar con Ken, los dos ríen y estrechan las manos. Me acomodo para correr, pero Ken permanece parado, pasando los dedos por la pantalla de su celular. Se escucha que un grupo de personas se acerca y me vuelvo a acostar detrás de las cajas. Los guardias de seguridad vuelven a aparecer del otro lado con una chica. A primera vista, se ve tan joven como Ken o Kristen, tiene el cabello largo y dorado, la piel clara, y ropa brillante. La chica grita cuando ve a Ken, corre a abrazarlo y lo sostiene por unos minutos. Ken agradece a los guardias y estos vuelven a retirarse. El lugar cae en silencio, se pueden escuchar algunos murmures de la chica y Ken platicando. Hurgo en mi bolsillo y saco una goma, se la pego detrás al collar —Toma— le acerco el collar a Mel y ella lo toma. —Esa goma se pegará a cualquier cosa… necesito que uses tu fuerza y lo lances hacia su carro apenas avance…
—¡Sam! ¿¡Enserio!? ¿¡Ese es tu plan!?
—Si— respondo mientras la miro a los ojos. —Ese es mi plan— le digo de manera seria. Mel se sorprende. Nunca le había contestado así. Parece que funciona, dado que no vuelve a preguntarme.
Después de unos segundos, se escuchan pasos.
Me asomo por encima de las cajas, Ken se dirige al estacionamiento junto con la chica. Toco el hombro de Mel, y esta se levanta. Me pongo la mochila en la espalda, y volteo a ambas direcciones. El lugar se ve despejado. Los dos salimos de nuestro escondite hacia la cortina metálica, antes de que esta termine de cerrarse.
Estamos afuera. Ken camina junto con la chica hacia un automóvil azul estacionado a unos cuantos metros. Me tiro tras unos arbustos, y Mel me sigue la corriente. Escucho los pasos alejarse, luego algo metálico. Deben ser las puertas abriéndose. —Espera…— le digo a Melpómene. Pasan unos minutos. Se escuchan unos golpes. Luego finalmente suena el motor accionándose. —Ahora— apenas lo digo, Mel se asoma, y con una sola mano, lanza el GPS hacia el automóvil, arqueando su brazo. El GPS sube unos centímetros al aire. y luego cae sobre el techo del automóvil. El automóvil no avanza, algo extraño suena. Mel y yo seguimos escondidos tras los arbustos. Fue muy obvio que algo cayó sobre su auto. Al cabo de un minuto, suena otro golpe. La puerta. Y el automóvil comienza a alejarse. Mel me observa a la expectativa. —Bueno, eso completa la primera parte del plan— digo mientras saco el celular de Blue de mi otro bolsillo.
—Ahora sigue lo interesante.
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