Es extraño cuando no tengo pesadillas.
Me levanto y no me siento cansada. Pero difícilmente siento que dormí. A veces me veo, flotando en medio de la oscuridad, mientras que Sam corre de algo que siempre lo termina alcanzando. Esa noche, no le ayude, él fue quien nos salvó. Otra veces veo a esa chica. Yo no quería hacer caso a la visión de Kristen, es la verdad. Simplemente no quería toparme con otro asesino… pero Sam me convenció. Termine por seguirle. Si no quiero hacer esto, ¿Por qué lo hago? No tengo porque hacerle caso. Nos las hemos tenido que ver con ese… ese… pervertido. El que hacia los vestidos de novia. Por dios, pase tantas veces frente a esa tienda. Ese monstruo comía carne de humanos ¡humanos! Cuando lo recuerdo, no puedo con ello. Tengo que correr al baño a vomitar. Me repugnan, me repugnan los hombres. Son unas bestias, unas bestias sin corazón o alma que solo obedecen a sus impulsos.
Me levanto y veo que tengo una llamada perdida de Kristen. Me asomo hacia el celular… No. No esta vez. Creo que puede esperar. Hoy no es el día. Ni siquiera veré a Sam esta vez. Y eso es bueno… cuando está cerca de mí, siempre termina herido. Hoy no, estoy en ese modo. No es no. Tomo el celular y lo guardo en un cajón de ropa.
Podría usar ropa diferente hoy. Siempre me visto de negro. Quizá debería dejar de pintarme el cabello de rubio. Nadie me lo ha dicho, pero siento que se ve ridículo. No queda con mi rostro. Pero… me encanta. Que va, lo dejare así. Siempre digo lo mismo. Tarde o temprano se tiene que caer. Me lo pintare de otro color entonces. Me pongo una playera blanca, un pantalón de mezclilla, mis botas negras. Y decido no usar nada sobre mis brazos. Quizá me arrepienta más tarde. Equis. Hoy será un día normal.
Bajo por las escaleras y veo a Fox comiendo cereal mientras ve la televisión. Ya tiene diez años, pero para mí es tan pequeño, cuando nació yo estaba convencida de que nunca tendría hermanos, pero la vida es impredecible. —Melpómene, amor, pásame el salero, kudasai— dice mama, y le hago el favor. Me siento a servirme cereal, y papa baja de su cuarto, ajustándose la corbata. —¿Quieres un aventón?— me pregunta.
El día en la escuela es aburrido. Estamos viendo un poco de modelaje en 3D, pero los programas son demasiado técnicos. Solo dibujan líneas y cuadros. Son tan pesados que cuando intentas agregar color, la computadora se congela durante la operación. Cuando alguien menciona que ese programa es más bien para arquitectos, el profesor le da la razón. —Pero tienen que aprender a usar todo— dice. El resto de la mañana doy vueltas por los pasillos de la escuela. Desde que cambie mi turno, no tengo amigos. No he hecho un esfuerzo por hacer nuevos, y a mitad del curso, nadie tiene tiempo para gastar, todos están ocupados con sus proyectos. No he avanzado la pintura que tenía que hacer. Deteniéndome en una ventana, veo el cielo. Me pregunto que estará haciendo Sam, ¿acomodando productos en canastillas? ¿atendiendo la caja? Me sorprende que solo estén el jefe y el todo este día. Me hace pensar que realmente no necesitan que vaya.
Mis clases continúan, terminan hasta entrada la tarde. Cuando salgo, comienza mi rutina de caminar hacia la parada de autobús. Una voz familiar interrumpe mis pensamientos. —¡Mel!— grita Sam. Volteo hacia arriba y lo veo en la entrada de la universidad. A su lado, esta Kristen. Ay no. ¿Por qué están aquí?
—¿Qué hacen aquí?— pregunto. Kristen extiende su celular y lo pone frente a mí. —¡Treinta llamadas perdidas! ¿Dónde te has metido, Melpómene Li?— Intentaba evitarlos, esa es la verdad. Pero no puedo decirles eso. —Lo siento, olvide mi celular… ¿Qué sucede?— por un instante casi sueno que solo quieren invitarme a pasear, a platicar, a comer algo. No es tan fácil. —Es otra visión, Mel. Escucha— Sam comienza a platicarme. Kristen lo interrumpe. No escucho nada. Otra de sus estúpidas visiones. de unas joyas. No lo sé, no me interesa. ¿Por qué son incapaces de ver que no me interesa? ¿Por qué no pueden…? ¿Irse? Intente evitarlos. Estoy harta de esto. Estoy…
—¡Pero tenemos que apurarnos, Mel! ¡O si no…! ¡Sino…!
—¡NO!— el grito detiene las palabras de ambos, y también detiene a los que caminan a los lados. Metiches, no les incumbe. Una de las linternas publicas comienza a agitarse. El foco dentro de ella estalla, luego los interiores del poste que la sostiene. El pedestal se agrieta y rompe, mandando el tubo, la ornamentación y el foco hacia abajo. Los presentes corren para evitarlo. Una chica grita. Cuando ya está en el suelo, la gente enfoca su atención sobre el escombro. Nadie nos mira más. Kristen y Sam están boquiabiertos, ambos han dado un paso hacia atrás.
—¿Mel? …
—¡No lo entiendes!— mis emociones comienzan a fluir. Siento como si soltara humo. Espero y no lo esté haciendo.
—¡Esto es horrible ¡es peor!
—¿De qué hablas?
—¡Todo esto!... Buscar a los asesinos… capturarlos… es horrible, Sam, horrible— No me he dado cuenta cuando comencé a llorar.
Doy unos pasos hacia atrás, quiero escapar, quiero esconderme. No sé a dónde ir. Sam me sigue, yo continúo caminando, pero escucho sus pasos, y en un instante, tiene el atrevimiento de detenerme con una de sus manos. La quito de un golpe. Volteo a los lados y veo que estamos en los jardines del campus, ¿Cuándo llegamos hasta aquí? Estábamos a más de… diez minutos. Sam jadea y se agacha para tomar aire. Esta empapado de sudor, sus ojos tiemblan mientras me ve, me mira muy confundido. No puedo con su expresión. Me molesta, me enfada.
—Cuando te pedí ayuda… no quería esto… no quería ser una… superheroína— finalmente lo he dicho. Sam voltea al suelo. Escucho su voz en mi cabeza. Si, sé que no sabes que decir. —Quería ser alguien normal, volver a mi vida normal ¡normal! ¡no luchar contra desquiciados!— Quiero hablar, pero las lágrimas no me dejan. ¡Maldita sea! Las luces que iluminan el jardín comienzan a parpadear. —¡No quería ver las cosas que he tenido que ver!... ¡No quería tener pesadilla tras pesadilla gracias a esos psicópatas!
—Pero… hemos salvados vidas— dice Sam. ¿Cómo es posible que solo pienses en eso? Carajo, Sam. —¿y qué hay de las que no, Sam?— Comienzo a acercarme a él. Quiero que se vaya. —No somos héroes, esto no es lo que pedí— con la última palabra, extiendo mi mano. No sé qué poder tengo, no me interesa. Las ramas de los árboles crecen de manera desproporcionada y rodean a Sam, el lucha contra ellas, pero lo arrastran, lo arrastran a metros de mí, y luego cubren el camino. Ya no me puede alcanzar. Finalmente. Se tiene que ir. —Lo siento, Sam, no puedo más…— pero Sam no se va, me sigue viendo. —Tú tampoco… Mírate
—¿de qué hablas?—
pregunta Sam.
—Has pasado por tanto… te han disparado, cortado, golpeado… y juzgado, aunque
eso ha sido lo de menos… Solo… no puedo… es el fin…
Pasan unos segundos de agonizante silencio. Vete, ya, quiero que te vayas. —Está bien… yo… lo siento…
Escucho que unas ramas se quiebran, unos pasos alejados. Creo que se detiene por un segundo, pero luego sigue caminando. Cuando abro mis ojos, no hay rastro de las ramas, o del desastre que hice. Ni de Sam.
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