Los secretos en la mente de Peck revelaron lo que buscaba con tanto anhelo.
En el interior de un salón el único mueble que había era un sofá. En el techo había un candelabro pequeño iluminando. Ahí mismo había una chimenea sin fuego encendido.
La iluminación era tenue, pero descubría la figura de varias personas reunidas. En el sofá había un hombre de cabello castaño oscuro. Sus ojos eran color café. Su cuerpo era delgado. Usaba una camisa blanca arremangada y con el cuello desabrochado, que además estaba por fuera del pantalón negro. En otras palabras, una apariencia que unos definirían como ‘descuidada’. Además de eso, tenía lentes redondos de marco delgado: su vista era pésima.
—Es un sinsentido.
Dijo el hombre.
—Es la voluntad de su Santidad. Cuando Oráculo habla, nosotros escuchamos y actuamos.
La persona que respondió era un hombre anciano en armadura. No era alguien corpulento, era delgado y su vestimenta parecía ligera. A su lado había dos ancianos más. Eran muy parecidos, la diferencia más notable era en el vello facial y el cabello. El que estaba en el centro tenía una barba corta, así como su cabello. El que estaba a la izquierda era un hombre calvo sin barba. El de la derecha tenía pelo y barba larga. Los que tenían cabellos estaban repletos de canas.
Detrás de ellos, alineados en fila, seis hombres corpulentos en armaduras con distintas armas: lanzas y espadas.
—La parte más desconcertante es su fe ciega. Oráculo dice que renuncien a su nombre, a su vida, a todo. ¿Si quiera es tan bueno ser uno de los Generales de Oráculo? ¿Es mejor ser llamado “Primero”, “Segundo” y “Tercero” a tener nombres propios?
Los tres mencionados portaban eso nombres. El orden indicaba su jerarquía. Las pautas para ocupar tal puesto eran desconocidas, lo único sabido era que debían renunciar a todo por Oráculo.
Si se entregaban a Oráculo siempre serán felices.
El hombre de en medio era Primero. Segundo era el que estaba a su derecha. Tercero a su izquierda.
—No divaguemos—dijo Primero—. Entregue a su hijo.
El hombre en el sofá escuchó movimiento metálico. Los hombres en armadura tenían algo preparado. Fue una advertencia.
—Puedes preguntar las veces que quieras, pero no la aceptaré.
—Gus, usted es inteligente, es respetado aquí.
—No es verdad. Puedo sentir como todos los habitantes de esta nación me odian y no entiendo la razón.
—Nadie en Cerveau lo odia. Todos lo aprecian y valoran sus contribuciones científicas.
—Mentiras.
“Gus” es el nombre de quien está sentado. “Cerveau” es el país de este hombre.
—No entregaré a Peck.
Y también es el país natal de Peck.
—…Es un lindo nombre.
—Sí, mi esposa lo escogió. Suena lindo cuando ella lo dice, pero tú no lo digas. En tus labios todo es desagradable.
Ante esa respuesta, “Primero” lucía acomplejado al no poder llevar una conversación pacífica. “Segundo” estaba enfadado. “Tercero” permanecía silencioso. No tenía autoridad para interrumpir el diálogo de su superior.
—Comprendo que pedir la ejecución de su hijo, con tan pocos meses de vida, es extremo.
—¡Lo sería aun si él tuviera veinte años! ¡Es mi hijo sin importar su edad y yo siempre seré su padre!
Primero sintió la tensión cargada en ese discurso. Si escogía las palabras inadecuadas estaría en problemas, tenía una bomba de tiempo frente a él.
—Quiero recordarle, Gus, que… en la actualidad usted no es conocido precisamente por su fuerza. Si tuviéramos que ir por el camino agresivo, sería peor para su familia. Vamos por la ruta pacífica.
—Lo sé. Sé que mi capacidad de maná es anormal. Tan baja que parece no existir.
—Entonces, ¿por qué no cooperar?
—Hay momentos en los que pelear contra lo imposible es más fácil que simplemente no hacer nada. ¿Me explico? Tan solo no puedo aceptarlo.
—Ya veo…
—Es suficiente, Primero.
Fue ‘Segundo’ quien se adelantó.
—Esperamos mucho tiempo. Aceptamos ser pacientes por ti. El bribón no tiene intenciones de cooperar. ¿Por qué sigues negociando?
—Oye…
Segundo no escuchó lo que su compañero tenía que decir. Fue directo a confrontar al hombre del sofá.
—Míralo, no es capaz de estar de pie aun cuando conoce nuestro nivel de autoridad.
Mientras señalaba despectivamente a Gus, su rostro parecía mofarse del hombre que estaba sentado.
Gus, por su parte, parecía imperturbable. Aparentó con esa expresión solemne, pero en sus ojos era notable su desagrado.
—Imagino que quieres sentarte. ¿No es cansado tener que ir con armadura siendo tan viejo? —dijo Gus.
—El honor de portar esto y representar a su Santidad Oráculo es más fuerte que el dolor que esta pieza de metal podría-
—Dejando el dramatismo a un lado, es tiempo de que se vayan.
—¿Te atreves a interrumpir—
—Ya es tarde. Mi hijo duerme. Van a despertarlo si sigue así.
—¡Escucha con atención lo que—
—Dijeron que sería malo que llorara, ¿no? Tal vez tanto ruido lo haga llorar. Entonces pueden irse. Además, es normal que los bebés lloren.
Presintiendo lo que iba a pasar, Primero se antepuso a su compañero para interferir pacíficamente.
—Ya le explicamos lo peligrosa que es la existencia de Hell’s Gate en el mundo. Tener un Hell en Cerveau sería la ruina.
—Y yo creo que las personas tienden a exagerar todo. Hasta que lo vea con mis propios ojos no voy a creerlo.
—Podría ser demasiado tarde para entonces.
—Tomaré responsabilidad de todas las consecuencias de mis decisiones.
—¿Incluso si eso hace sufrir gente inocente?
—Haré lo que haga falta si eso protege lo que es importante para mí.
Gus respondió sin dudarlo.
—¿De verdad es capaz de sacrificar tanto?
—…¿Por qué dejaría ir lo más importante para mí por un montón de desconocidos? Hasta donde sé, todos en Cerveau me odian. Tal vez si desapareciera este lugar todo sería mejor.
La incertidumbre de Primero creció, pues no había cooperación y él sabía que sus semejantes no esperarían mucho tiempo. Tragó saliva, intentando deshacer el nudo que había en su garganta.
—No malentiendas—agregó Gus—. Mi problema es con Cerveau. Todos los niños que nacen aquí están condenados, en su caso, es mejor incluso no nacer. Pero yo me iré con mi esposa y mi hijo, así que todos deberíamos estar bien, ¿no es así?
—Temo que no es tan fácil…
Primero continuó hablando. A sus costados, Segundo lucía irritado y Tercero calmado.
—¿Oh? Entonces realmente no nos dejan opción…
Gus parecía querer levantarse del sillón.
—Mantente abajo, la conversación no ha terminado.
Segundo lo reprendió.
Gus totalmente desconcertado se levantó lentamente, con un rostro en total estado de incredulidad. Su mano temblorosa se dirigió a sus lentes para quitárselos con asombroso.
—Él… HABLA.
En toda la reunión jamás lo escuchó decir una palabra. En otras apariciones públicas tampoco. Para Gus, escucharlo fue todo un hito.
Para Tercero, algo irritante.
—¡Ya basta! —Segundo interrumpió—. ¿Cuánto más de nuestro tiempo quieres malgastar? De todas maneras, aun si te niegas, vamos a llevarnos al engendro, te damos la oportunidad de continuar viviendo. ¿Qué más da si pierdes a un hijo? Haz otro y ya está, asegúrate de que este no salga maldito. Toma a tu esposa y haz que te de muchos herederos para compensar la pérdida de tu primogénito.
—Segundo, detente…
Primero quiso ayudar.
—¿Qué crees que haces cuestionando nuestro sistema? El sistema que su Santidad escogió para prosperar.
Pero no sirvió.
—Si un niño no pudo adaptarse a nuestras reglas no sirve. Debe mostrar eterna gratitud hacia sus padres por darle la vida y trabajar para su expectativa. ¿Qué es un hijo que no enorgullece a su padre? Tienen el DEBER de pagar esa deuda. Tienen la OBLIGACIÓN de alcanzar la gloria. La excelencia es lo MÍNIMO.
El rostro de Gus se volvió indescifrable mientras oía el palabrerío.
—Y si nosotros hablamos, ¡se nos escucha! Si ordenamos, ¡se obedece! ¿Respeto? ¡No! ¡Obediencia! ¡Eso es lo que deben mostrarnos! ¡Lo dimos TODO por Cerveau! ¿Y vas a decirme que ignorarás toda nuestra historia por un mocoso que no tiene ningún tipo de futuro? ¡¿Eso es lo que dirás?!
—Sí.
Respondió Gus.
La ira de Segundo trascendió el límite. Tomó a Gus por sus ropas para amenazarlo. Aunque Gus era más alto, Segundo creyó que tendría oportunidad de intimidarlo.
Gus ni siquiera vaciló al responder, lo que, es más, el tono de voz tan despreocupado de Gus enfureció más a Segundo.
—¡Escúchame! ¡Yo soy el capitán de la Tercera Región de Cerveau! ¡Sirvo a Lord Strafen, el más fuerte de los Augen! ¡Eso habla lo suficiente de mí para que sepas el respeto que debes tenerme!
—¿Oh? Pero yo ya sé cuánto respeto debo tener.
—¿Y bien?
—Cero.
—¡Mátenlo!
Segundo empujó a Gus, este cayó cómodamente en su sofá.
—¡E-espera!
Primero iba a intervenir, pero Tercero lo detuvo.
Los tres ancianos retrocedieron para dar paso a sus guardias y que estos pudieran ejecutar a Gus.
—Voy a conservar tu cabeza como un ejemplo.
—¡Gus, por favor, entrega al niño!
Tras un segundo de reflexión, Gus respiró profundo.
—Prefiero morir. Adelante, corten mi cabeza.
Con esa declaración, Segundo sonrió y Primero quedó desconcertado. Todo su plan falló.
—Bueno, pueden intentarlo, pero no es como que desee morir aquí. No me iría en paz sabiendo que mi hijo estaría en peligro. Me gustaría verlo crecer. No tengo una mayor ambición que ser un buen esposo y un buen padre.
Gus se levantó una vez más.
—¿Vas a pelear? ¿Aun sabiendo la poca cantidad de maná que posees?
—Ciertamente mi condición es un problema… si estuviera solo.
Gus miró hacia cierta dirección. Los ojos de Gus vieron a Peck, el Peck del presente.
Peck llegó a aquel recuerdo durante su pelea con Leben. Presenció la difícil situación que su padre tuvo que afrontar. En todo ese tiempo, Peck estuvo en una profunda angustia debido a la conversación.
¿Sería aquí donde vería morir a su papá? Tenía demasiadas ideas. ¿Qué tan cerca estaría Cerveau de Batoru? ¿Los mató a todos aquí y huyó? Peck se torturó con esos pensamientos.
Pero su padre lo estaba mirado.
Peck tenía una mezcla de emociones. Conmovido por ver a Gus protegiéndolo, descubriendo que su papá lo amó, pero sin poder expresar alegría al estar en esa situación.
—¿Papá?
Peck estaba seguro de que Gus lo observaba.
—Perdón, no pude resolverlo... Cuento contigo.
Gus sonrió con autocompasión mientras sus ojos veían a quien debía rescatarlo.
—¡Papá, yo…!
—Lune, siento tener que dejarlo en tus manos.
Pero Gus mencionó a otra persona.
—Está bien, hiciste lo mejor.
Una voz armoniosa respondió.
Pasos suaves y delicados se escucharon.
Una mejor llegó a esa reunión.
Su cabello era largo y celeste, sus ojos como el cielo, su piel como la nieve, tenía pecas en el rostro. Era considerablemente alta. Vestía con una blusa blanca y un corsé de café claro, ataviada con pantalones cortos color aguamarina y largas medias blancas hasta sus muslos. Su expresión facial, a pesar de su edad, parecía inocente y tierna.
—Yo me encargaré del resto.
Su dulce voz lo resaltaba…
La mujer llamada Lune es la madre de Peck.
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(¡Tomaré un descanso debido a complicaciones de salud!)
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