Varka no se lo pensó dos veces. Salió de su despacho en cuanto recibió la nota de Crepus. Hacía tiempo que no sabía nada de él y anhelaba verlo, pero sobre todo, estaba preocupado por él. Sabía de sus escapadas nocturnas y del poder que usaba. Aunque desconocía la procedencia de aquella gema, estaba convencido de que suponía un peligro para su amigo.
«Se requiere tu presencia en el Viñedo». Varka releyó la nota. Desde su última discusión, hacía ya cerca de un mes, Crepus y él no habían vuelto a hablar. La razón de la disputa: aquel extraño poder. Pensó que si su amigo quería verlo, sería por algo importante, y se prometió arreglar las cosas con él.
Elzer lo acompañó al despacho de Crepus en cuanto llegó. Su amigo le pidió que se sentara mientras le servía una copa de su mejor vino. Él también se sentó y dio un trago a su propia copa antes de empezar la conversación. Varka estaba expectante, pero no quiso hablar primero.
—Debes estar preguntándote por qué te he pedido venir. —Varka solo asintió—. Antes de hablarte sobre esto, me gustaría pedirte que seas comprensivo.
—¿Crees que no lo soy?
Crepus lo miró fijamente dejando la pregunta sin respuesta. Varka suspiró y desvió la vista unos instantes antes de volver a hablar.
—Si se trata de tu poder, sabes que no…
—No es eso.
—¿A qué viene tanto misterio entonces?
—La pasada noche encontré a alguien. Un extranjero. —Aquello captó toda la atención de su amigo—. Corrígeme si me equivoco, pero no habéis visto a ningún desconocido por los alrededores últimamente, ¿verdad?
—Así es. Mondstadt no recibe muchas visitas en estos tiempos. Y sabes bien que las que recibe, no son de nuestro agrado.
—No hay necesidad de pensar que este extranjero supone un peligro.
—Pareces muy seguro. ¿Qué sabes de él? ¿Y qué quieres decir con que «te lo encontraste»?
—Casi muere bajo la tormenta. Si no lo hubiera descubierto…
—¿Dónde está?
—Con mi hijo.
—¡¿Y por qué está con Diluc?!
—Porque es solo un niño.
—¿Un niño extranjero? ¿Y sus padres?
—Ni idea. Los hemos buscado, pero no hemos hallado ni rastro.
—Crepus… ¿por qué estás siendo tan cuidadoso? Siento que me estás hablando a medias.
—Porque no quiero que te lo lleves.
—¿Y qué pretendes hacer con él?
—Si no aparecen sus padres, lo criaré como si fuera un hijo más.
—¿Sabes de dónde viene? ¿Su nombre? ¿Edad?
Crepus negó con la cabeza. Estaba convencido de que Varka no aceptaría. Se lo llevaría, lo interrogaría y lo encerraría hasta estar seguro de que no era un peligro para Mondstadt.
—No sabes nada de él y pretendes criarlo como a un hijo… ¿Pero tú te estás oyendo? Sabes que podría ser un espía, incluso un asesino.
—Es solo un niño.
—¡Podría poner en peligro a Diluc!
—Lo tendré vigilado día y noche.
—Crepus, sabes que debo llevármelo. Tenemos que averiguar quién es y por qué está aquí.
—Deja que yo lo haga. Te contaré todo lo que descubra de él.
—Esto no funciona así…
—¿Crees que vas a conseguir mucho de él si lo encierras?
—Mondstadt está en una situación delicada, Crepus. Lo sabes tan bien como yo. Y sabes que el enemigo es capaz de…
—Si. Sé que puede ser un espía, sé que puede ser peligroso, pero también sé que es solo un niño y que necesita que lo salven, no que lo encierren por un delito que no ha cometido.
—Todavía.
Varka suspiró y se apretó el entrecejo. Ambos callaron unos segundos.
—Varka… dale una oportunidad, por favor.
—Si os pasa algo a ti o a Diluc…
—¿De verdad crees que pondría a mi hijo en peligro?
—¿No es lo que estás haciendo?
—Ya te he dicho que estará vigilado.
—Aun así, no puedo permitirlo.
—¿Qué he de hacer para que dejes que se quede?
Varka lo miró, pero no dijo nada, y tampoco hizo falta. Crepus supo enseguida lo que debería dar a cambio. Suspiró y vació su copa de un trago.
—De acuerdo. De todas formas, criar a dos hijos no me dejará mucho tiempo para ser un héroe.
—¿De verdad estás dispuesto a renunciar a tu poder por ese niño?
—Si cumples tu parte del trato y lo dejas en paz, no volveré a usarlo.
Crepus nunca había faltado a su palabra, así que Varka confió en él y no le exigió que le entregara la gema.
—¿Puedo ver al crío?
Crepus asintió y lo invitó a seguirlo.
Salieron fuera de la casa y enseguida escucharon a Diluc reír. Se dirigieron hacia allí y vieron a ambos niños. Diluc le mostraba su tortuga al extranjero, que la miraba como si fuera la primera vez que veía una.
—Vamos, tócala. Le gusta que le acaricien la cabeza.
El niño miró a Diluc primero, después bajó la vista de nuevo y acercó el dedo muy despacio a la cabeza de la tortuga. Pero esta, al ver acercarse el dedo, abrió la boca pensando que era comida y lo mordió. El niño apartó la mano enseguida y se miró el dedo. Era una tortuga pequeña, así que no le hizo daño, pero él ya no quiso volver a tocarla. Diluc, por su parte, empezó a reír a carcajadas.
—Esa no es forma de hacer amigos, jovencito.
Diluc reconoció la voz y miró al lugar de dónde procedía.
—¡Varka! —Salió corriendo hacia allí y se detuvo de golpe antes de chocar contra él. Entonces hizo el saludo típico de los Caballeros de Favonius.
Varka rio y le revolvió el pelo.
—¿Has venido a llevarte a Capitán? —preguntó Diluc.
—¿Capitán?
Diluc se giró y señaló al niño, que los miraba notablemente preocupado.
—No habla, así que le puse un apodo.
—Ya veo… —Varka sostuvo la mirada asustada del niño—. ¿Qué le ocurre en el ojo? —le susurró a Crepus.
—No lo sabemos. Adelinde dice que no se dejó quitar el parche.
—¿Y es cierto que no habla?
—Todavía no ha dicho una palabra, pero sabemos que entiende nuestra lengua.
—¿Estás convencido de hacerte cargo de él?
Crepus asintió y Diluc interrumpió la conversación tirando de la chaqueta de Varka.
—¿Te quedarás a comer? Hace tiempo que no vienes a casa.
Varka sonrió y miró a Crepus. Este suspiró y cerró los ojos en señal de aprobación.
—Será un placer. —Varka volvió a revolverle el pelo—. Ahora vuelve con Capitán, tu padre y yo debemos hablar de negocios.
—Estás haciendo un buen trabajo con Diluc —dijo Varka una vez de vuelta en el despacho de Crepus—. Y me alegra que ahora vayas a pasar más tiempo con él.
—No necesitas recalcarlo. —Crepus acercó la botella de vino a su amigo. Este levantó la copa—. Pienso cumplir con mi palabra.
—No lo veas como chantaje. Me preocupa lo que pueda hacerte esa gema.
—Qué bien por ti. Ya no tendrás que preocuparte más. —Lo dijo calmado, pero se notaba el enfado en el timbre de su voz.
—Crepus…
Crepus miró por la ventana. No muy lejos de allí se veía a Diluc intentando que el niño volviera a tocar la tortuga. Varka se acercó a él y le puso la mano sobre el hombro. También miró a los niños.
—No quiero seguir así… —susurró Varka. Crepus lo miró interrogante—. Sabes lo que siento por ti, y me parte el corazón que discutamos cada vez que hablamos.
—¿Acaso es mi culpa?
—Puede que no pensemos igual, pero solo quiero que tú y Diluc estéis a salvo. ¿Por qué te molesta eso?
—Te equivocas. Lo que me molesta es que no puedas entender mi deseo de proteger Mondstadt. Tú, el Gran Maestro de los Caballeros de Favonius, el Caballero de Boreas… Deberías entenderlo mejor que nadie.
—Hay muchas maneras de proteger Mondstadt, y una de ellas no debería ser a costa de tu vida.
—¿Por qué? ¿Porque no pertenezco a la Orden?
—No quería decir eso.
—Tú también arriesgas tu vida.
—No es lo mismo. Mis hombres cuidan de mí y yo de ellos. ¡Tú luchas solo!
Crepus lo miró a los ojos. Su enfado iba en aumento, pero se contuvo de decir algo más y se aparto de él. Sin embargo, Varka lo detuvo agarrándolo del brazo.
—Lo siento… He venido dispuesto a arreglar las cosas, pero parece que no podemos dejar de discutir.
—Sí… Tal vez nos llevaríamos mejor si dejáramos de hablar.
—Eso no. Crepus —lo obligó a mirarlo—. Ya me alejé de ti una vez y no pienso volver a hacerlo.
Crepus agachó la vista y recordó el día de su boda. Varka, su mejor amigo, aceptó ser su padrino, pero al día siguiente, se marchó de Mondstadt en una expedición. De vez en cuando recibía alguna carta suya, pero cada vez eran menos.
Varka regresó para el nacimiento de Diluc, aunque no se quedó mucho tiempo. Cuando Crepus le preguntó por qué estaba tan distante con él, su amigo solo sonrió y le aseguró que eran imaginaciones suyas.
Después de eso, raramente recibía correspondencia de él, y no fue hasta unos años más tarde que pudo verlo de nuevo. Su esposa acababa de morir a manos de unos bandidos y Varka se convirtió en su mayor apoyo. Se hizo cargo de Diluc cuando Crepus apenas podía salir de la cama, e hizo lo imposible para sacarlo de su estado depresivo.
Tiempo después, en un momento de debilidad, Crepus lo besó y Varka lo correspondió. Fue entonces cuando su amigo le reveló los sentimientos que había estado ocultando todos esos años y la verdadera razón de sus expediciones, asegurándole que ni el tiempo ni la distancia habían conseguido disminuir sus sentimientos por él.
—¿Por qué te empeñas tanto? —murmuró Crepus, aún cabizbajo—. Sabes que no puedo corresponderte.
—No por eso voy a dejar de protegerte.
Crepus no solo le había pedido ir para hablar del niño extranjero. También quería compartir información que había conseguido en la última semana, que bien podría ser de importancia para los protectores de Mondstadt. Hablaron largo y tendido sobre aquello hasta que Adelinde les informó de que la comida estaba servida.
Durante la cena, Varka intentó sutilmente sacarle información al niño, pero este seguía sin decir palabra. Al final, Varka se rindió y volvió a casa confiando en que Crepus compartiera cualquier información con él.
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