Después de esa extraña despedida, todo a su alrededor comenzó a resquebrajarse y desmoronarse. John se encontraba flotando en la inmensidad del universo, rodeado de un mar de luces brillantes que no podía comenzar a comprender. Cada luz era un mundo en sí misma, un faro en la oscuridad del espacio.
Viajó a través de galaxias, cada una con millones de estrellas y planetas. Vio nebulosas de colores vibrantes, donde nacen nuevas estrellas, y agujeros negros, donde todo, incluso la luz, desaparece.
Pasó por sistemas solares con planetas de todos los tamaños y colores. Algunos eran azules y verdes, llenos de vida, mientras que otros eran rojos y marrones, desolados y vacíos.
Vio cometas con colas brillantes que se extendían por millones de kilómetros, y asteroides girando en el vacío del espacio. Vio estrellas enanas blancas, frías y muertas, y gigantes rojas, calientes y llenas de energía.
Viajó a través de campos de asteroides, esquivando rocas espaciales del tamaño de montañas. Pasó por el centro de las galaxias, donde las estrellas son tan densas que el cielo nocturno parece un lienzo salpicado de pintura blanca.
Y luego, el viaje se aceleró. Las estrellas se convirtieron en rayas de luz mientras viajaba a velocidades inimaginables. El universo se convirtió en un borrón de luz y color.
Finalmente, y de manera abrupta y veloz, el viaje terminó. John se encontró flotando sobre su propio cuerpo, viendo su forma yacente desde arriba. Podía ver cada detalle, cada herida, cada gota de sangre.
Y luego, volvió a su cuerpo. Sus ojos se abrieron y se encontró bajo un cielo azul, con su casa a su derecha. Él, asustado y muy confuso por todo lo que vio, con cuidado, se levantó del lugar donde había caído herido por las flechas. Sus pasos lo llevaron hacia su casa, donde descubrió el cuerpo sin vida de su madre en el suelo. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras la desesperación se apoderaba de su corazón. Sus manos temblorosas acariciaron el rostro inerte de su madre, deseando que todo fuera solo una pesadilla.
La imagen de su madre, que siempre había sido un faro de amor y apoyo, ahora yacía en silencio, privándolo de su abrazo y sus palabras tranquilizadoras. John comenzó a cavar una tumba cerca del árbol bajo el cual solían jugar juntos cuando era niño. Cada palada de tierra era como un golpe en su corazón, una dolorosa confirmación de la pérdida irreparable que había sufrido.
Luego de enterrar a su madre, John se dirigió al pueblo para visitar la tumba de su hermana, quien también había perdido la vida a manos de esa lanza lejana. Cada paso que daba resonaba con la tristeza que lo envolvía. Las calles del pueblo, una vez bulliciosas y llenas de vida, ahora estaban marcadas por la sombra de la tragedia.
En su camino hacia la tumba de su hermana, John se encontró con los cuerpos de las personas que habían perecido, un sombrío testimonio de la desesperación que había consumido la aldea. A su derecha, vio a un anciano, con su guitarra aún en mano, cuyas huellas de uñas quedaron marcadas sobre la madera del instrumento. En su mano derecha, mostraba signos de abrasión por el apasionado rasgueo de las cuerdas.
John tomó la guitarra y recordó cómo el anciano le había enseñado a tocarla cuando era niño. Con lágrimas en los ojos, decidió dedicar una última canción al difunto, una canción que había sido la luz de su juventud y la inspiración detrás de su deseo de luchar.
La canción se titulaba “El viento soplará…”
La música narraba la historia de un granjero que había dedicado su vida al trabajo en su humilde tierra. Sin embargo, un día, sintió un llamado más profundo en su interior. Se cansó de que su pueblo fuera ignorado y decidió tomar acción. Empuñó su rastrillo y luchó con todas sus fuerzas contra los reinos, enfrentándolos solo en una lucha desigual. Su motivo era claro: quería que el viento finalmente soplara a favor de su pueblo. Las últimas palabras del granjero fueron: “Algún día el viento soplar a nuestro favor. Así que nunca dejen de luchar por lo que creen correcto…”
Mientras cantaba alrededor del pueblo y se dirigía al lugar donde había perecido su hermana, John observaba los cuerpos de aquellos que habían intentado escapar desesperadamente, pero que lamentablemente no lo lograron. Cada rincón del pueblo resonaba con la tristeza y el horror que habían vivido sus habitantes.
Finalmente, al llegar al lugar donde debería haber yacido su hermana sin vida, John quedó estupefacto al encontrar una lanza clavada profundamente en un tronco, sin rastro de sangre ni señales de Cleir. La desesperación que habían enfrentado era palpable en cada rincón de su pueblo devastado, y John sintió que el peso de su pena se hacía aún más abrumador.
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