Una vez que los elfos habían capturado y asegurado a John y Ked, bajaron lentamente sus armas, indicando que los prisioneros ya no representaban una amenaza.
—¿Por qué nos hacen esto? —gritó Ked, buscando respuestas entre las miradas frías y el silencio impenetrable de los elfos.
John, igualmente desconcertado, agregó con tono más calmado:
—No entendemos por qué nos detienen. Si nos explicaran, tal vez podríamos cooperar.
Un elfo, con rasgos angulosos y cabellos dorados que caían sobre sus hombros, se adelantó. Su rostro, hermoso, pero marcado por una expresión de enojo y rencor, parecía contar una historia de desconfianza.
—Puede que ustedes dos no sean los culpables directos, pero el simple hecho de ser humanos y estar en nuestro territorio está condenado a la muerte —sentenció el elfo con firmeza.
Las palabras del elfo dejaron a John sorprendido, mientras que Ked parecía encontrar un tipo de alivio en esa revelación, cerrando los ojos en resignación.
Ante la situación tensa, los elfos procedieron a ponerse en marcha con un ritmo constante y decidido. La líder elfa dio órdenes rápidas y precisas, organizando a su grupo para avanzar a través del bosque elfico. A medida que se adentraban en la espesura, las sombras de los árboles danzaban en el suelo, proyectando un escenario misterioso y cautivador.
Mientras los elfos avanzaban con gracia y agilidad entre los árboles, la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando un juego de destellos dorados que adornaba el camino. John y Ked, aún atados y vigilados de cerca, se veían obligados a seguir el paso de sus captores. Cada paso les llevaba más profundamente en el corazón del bosque, donde los sonidos de la naturaleza se entrelazaban en una sinfonía única.
La líder elfa, con su porte majestuoso, guiaba la marcha con determinación. La marca de su liderazgo se manifestaba en cada gesto, desde la forma en que sostenía su arco hasta la firmeza de sus pasos. Los demás elfos, aunque silenciosos, reflejaban una lealtad inquebrantable mientras seguían a su líder hacia lo desconocido.
John, mientras avanzaba entre los árboles altos y frondosos, no podía evitar sentir una mezcla de temor y asombro. La magia del bosque elfico resonaba en cada rincón, y la imponente presencia de los elfos le recordaba que estaba en un mundo completamente ajeno al suyo.
Por otro lado, Ked, a pesar de la resignación inicial, observaba con ojos agudos cada detalle del entorno. Su mirada revelaba una determinación oculta, como si estuviera evaluando las posibilidades de escape o descifrando los misterios que rodeaban su situación.
Mientras avanzaban, la luz del sol comenzó a filtrarse de manera más tenue, indicando que se adentraban en una parte más densa y misteriosa del bosque. La tensión en el aire se intensificaba, y el murmullo de las hojas y el crujir de las ramas contribuían a crear una atmósfera intrigante. Ante la situación tensa, los elfos procedieron a ponerse en marcha con un ritmo constante y decidido. La líder elfa dio órdenes rápidas y precisas, organizando a su grupo para avanzar a través del bosque elfico. A medida que se adentraban en la espesura, las sombras de los árboles danzaban en el suelo, proyectando un escenario misterioso y cautivador.
A medida que se adentraban más en el bosque, la flora adquiría una exuberancia y exotismo notables. Los árboles, con alturas y grandezas que solo podían ser el testimonio de siglos de existencia, se alzaban majestuosos a su alrededor. Las plantas y flores, algunas de las cuales John y Ked nunca habían visto, pintaban un cuadro de colores vibrantes y formas caprichosas.
El bosque se volvía cada vez más fascinante a medida que avanzaban. Los árboles ancianos parecían contar historias silenciosas, y las raíces enredadas se extendían como venas que conectaban el pasado con el presente. Las sombras se intensificaban, y una sensación de misterio envolvía cada rincón del entorno.
Fue en este ambiente cautivador que la marcha continuó, mientras los elfos se sumergían en la penumbra de un bosque que escondía secretos milenarios.
Después de horas de caminar bajo la densa cubierta arbórea y las majestuosas hojas de los gigantescos árboles del bosque elfico, la líder elfa decidió detener al grupo en un claro iluminado por la luz tenue de la luna. El suelo, cubierto por una alfombra de hojas resplandecientes, parecía un reflejo del cielo estrellado sobre ellos.
—Descansaremos aquí y, al amanecer, regresaremos al reino. Estableceremos patrullas de tres personas cada dos horas, y si algo ocurre o los dos prisioneros intentan escapar, despertad al resto. ¿Entendido?
—¡Entendido, capitana! —gritaron los demás elfos con entusiasmo, demostrando su lealtad a la líder elfa.
Mientras la fogata crepitaba en el centro del claro, un guardia elfo que se acercó con una mochila tallada, él vestía una túnica de tono verde profundo, con detalles bordados en hilo plateado que representaban hojas y enredaderas. La tela era suave y fluida, adaptándose a los movimientos del elfo con gracia. A lo largo de la túnica, había inscripciones rúnicas que brillaban sutilmente en la luz de la fogata, sugiriendo una conexión mística con la magia del bosque.
La mochila que llevaba puesta era una obra de arte en sí misma. Estaba elaborada con piel de algún animal del bosque, tratada con maestría para resaltar su textura suave y resistente. En la superficie de la mochila, intrincados patrones geométricos representaban escenas de la naturaleza, desde la danza de las hojas en el viento hasta la imagen de un ciervo saltando entre los árboles. La talla era tan detallada que cada relieve parecía cobrar vida con la luz titílente de la fogata.
En la parte posterior de la mochila, correas de cuero ajustables permitían al elfo llevarla cómodamente. Colgando de la mochila, una borla tejida con hilos dorados y verdes añadía un toque de elegancia. Cada componente de la mochila parecía cuidadosamente elegido, fusionando funcionalidad con estética, y emanaba una sensación de respeto por la naturaleza y la artesanía elfa.
De dicha mochila sacó unas semillas rojizas y las esparció en el suelo. Con una reverencia profunda, comenzó a murmurar palabras antiguas que resonaban en armonía con la magia del lugar.
—Amil, tú elen á quessëlye nwalë ar lúvatalyë, eleitamë ná sinquenta méllye ar cúmatalyë elmenya loika ilquen coarëlyë quetë ilquen. —declamó el elfo, en su idioma, elevando las semillas hacia el cielo estrellado.
La traducción de las extrañas palabras eran las siguientes:
Madre, tú que siempre nos cuidas y acompañas, permítenos alimentarnos de tus frutos y consumir tu poder en este largo viaje que hemos emprendido
Las semillas, como si respondieran a la llamada de la naturaleza, empezaron a germinar y crecer con rapidez sobrenatural. Surgieron árboles rojizos, cuyas ramas se extendieron como brazos acogedores, cargadas de frutas exquisitas que brillaban con la luz de la luna. Los elfos se apresuraron a recolectar las frutas, agradeciendo a la Madre Naturaleza por su generosidad.
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