El espectáculo de la asombrosa manifestación de la naturaleza dejó a John con los ojos bien abiertos, sumido en la maravilla de presenciar la magia pura del bosque elfico. Los árboles emitían destellos mágicos mientras las frutas eran cosechadas, y el aroma dulce y embriagador llenaba el claro, envolviéndolos en una atmósfera de ensueño.
La líder elfa, satisfecha con el ritual, se acercó a los jóvenes prisioneros y como si toda la furia que demostrada en el primer contacto desapareciera, también demostrando su “humanidad”
—Este es el don de la Madre Naturaleza. Cuida de él y él cuidará de ti —dijo con serenidad, como si las palabras fueran susurradas por la brisa nocturna. — Las palabras Elfico antiguo tienen mucho poder en este mundo. —indico con suaves palabras y se marchó.
El grupo elfo se dispersó para descansar, dejando a John y Ked en el claro lleno de magia y misterio. A medida que la fogata iluminaba la noche, los elfos compartían historias antiguas y cantos que resonaban en armonía con la naturaleza circundante, creando un ambiente de conexión mística con el bosque elfico. El claro se transformó en un santuario de la Madre Naturaleza, donde la magia y la realidad se entrelazaban en un delicado equilibrio.
La oscura noche se cernió sobre el campamento, envolviéndolo en un manto de sombras frías y silenciosas. A medida que las estrellas se desplegaban en el cielo, los elfos, con ojos llenos de rencor, velaron el sueño del cautivo dúo humano.
Al primer destello de luz matutina, los elfos despertaron con la misma frialdad que la noche. Se movieron con una sincronización asombrosa, forjando armas y creando flechas con las ramas robustas del bosque. Cada acción demostraba una unidad inquebrantable y lealtad incondicional a su líder elfa.
Un elfo, ocupado cerca de la fogata mientras preparaba el desayuno, se acercó a Ked y John con una sonrisa aparentemente amistosa. Sostenía recipientes rebosantes de comida caliente, pero en lugar de ofrecer un gesto de camaradería, los arrojó violentamente sobre ellos. El acto desencadenó risas y burlas entre los elfos circundantes, quienes observaban con ojos llenos de desprecio.
—¡Esto les pasa por ser humanos! —espetó uno de los elfos con desdén, resaltando la profunda animosidad hacia los prisioneros.
La furia de Ked estalló en un grito lleno de rabia mientras amenazaba a los elfos con represalias. Sin embargo, la impotencia se apoderaba de él al comprender que, como prisionero, sus palabras resonaban como ecos frustrantes en el denso bosque elfico. Aunque sus ojos ardían con la llama de la venganza, la realidad de su cautiverio lo envolvía como una corriente de agua helada, haciéndole consciente de la limitación de sus acciones.
La líder elfa, testigo de la escena, dijo:
—Dejen de hacerse los bufones y prepárense para partir. No tenemos tiempo que perder —ordenó, poniendo fin a la confrontación.
El campamento se puso en marcha, avanzando a través del bosque denso y exótico. Mientras avanzaban, el rencor de los elfos resonaba en cada rincón, convirtiendo la jornada en una travesía plagada de hostilidad y secretos oscuros.
Atravesaron el espeso bosque hasta alcanzar un lugar donde la naturaleza misma parecía doblegarse ante la grandiosidad de un árbol ancestral. Sus ramas se alzaban majestuosamente hacia el cielo, formando una estructura colosal que sostenía una puerta de piedra imponente, de más de 15 metros de altura. El impacto de esa visión dejó a John y Ked boquiabiertos, maravillados por la magnificencia de la madre naturaleza en su expresión más imponente.
—¡Abren la puerta! —exigió la líder elfa, cuya voz resonó con una autoridad que imprimía respeto incluso en la majestuosidad del entorno.
Los elfos, como si fueran extensiones vivientes del bosque, obedecieron con gracia y maestría. Utilizando la magia que fluía en sus venas y la conexión innata con la naturaleza, los elfos canalizaron su energía hacia la puerta de piedra. Una vibración mística recorrió el aire, y la puerta, antes inmutable, comenzó a ceder lentamente.
El sonido de engranajes chirriantes se mezclaba con el susurro del viento entre las hojas, creando una sinfonía única. La puerta de piedra, en cuya superficie se tallaba una impresionante representación del Árbol de la Vida con ramas entrelazadas en diseños intrincados, comenzó a abrirse lentamente.
La majestuosidad de este espectáculo dejó a John completamente maravillado, y un sentimiento de reverencia se apoderó de él ante la belleza y el profundo simbolismo que se desplegaban ante sus ojos. El Árbol de la Vida esculpido en la puerta no solo era una obra de arte, sino también un recordatorio tangible de la conexión entre todas las formas de vida en ese reino mágico.
Una vez que la puerta se abrió completamente, los elfos empezaron a adentrarse en el lugar. Mientras John y Ked cruzaban el umbral, se percataron de una ciudad que parecía haber emergido directamente de los sueños más mágicos y encantados. Entre los gigantes árboles que se alzaban con majestuosidad, la ciudad elfa se desplegaba como un reino encantado entre la frondosa vegetación del bosque.
Los suelos, meticulosamente pavimentados con piedra pulida, relucían bajo la luz del sol filtrándose entre las ramas. Las casas, algunas de madera en armonía con la naturaleza y otras esculpidas en piedra, se entrelazaban perfectamente con el entorno. Las construcciones, adornadas con intrincados detalles, emanaban un aire de magia y antigüedad que evocaba la esencia misma del reino elfico.
A medida que avanzaban por la ciudad, John no podía evitar dejarse envolver por la maravilla de ese lugar, sintiendo como si hubiera ingresado a un rincón secreto del bosque donde la magia fluía como un río invisible. Las hadas, pequeñas criaturas luminosas, danzaban entre las ramas y flores, aportando un toque de ensueño a la vida cotidiana de los elfos.
John, maravillado, no podía contener su asombro al ver a estas criaturas mágicas que parecían haber cobrado vida de las páginas de los cuentos de hadas que su madre le narraba en la infancia.
—¡Mira, Ked! ¡Son hadas de verdad! —susurró John con éxtasis.
Ked, aunque admiraba la belleza del entorno, mantenía su cautela ante la situación desconcertante en la que se encontraban.
—Sí, John, son hermosas, pero no olvides que estamos en una situación peligrosa aquí. Tenemos que descubrir por qué estamos en esta ciudad y qué planean los elfos. —Ked trató de mantener su enfoque en el objetivo, aunque no podía evitar sentirse intrigado, ya que él no podía ver a dichas hadas.
La ciudad elfa, con sus callejones envueltos en un halo mágico, seguía despertando la admiración de John, pero también sentía una creciente sensación de inquietud mientras se sumergían más profundamente en este reino de maravillas
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