Una vez que todos entraron por completo, se podía observar que cerca de la escultura había un hombre que aparentaba unos 30 años, rodeado de Elfos con armaduras plateadas y espadas sin hojas, solo con la empuñadura sujeta al cinturón. El hombre, vestido con ropas largas y sueltas de color blanco, no portaba armas ni armaduras.
Ked y John se dieron cuenta de que estaban siendo llevados hacia ese hombre, ya que la caminata se dirigía hacia esa dirección. Al llegar, todos los Elfos, incluidos los caballeros, se arrodillaron en señal de respeto hacia el individuo de ropas blancas. Luego de ello, la líder elfa se levantó, dio dos pasos al frente y anunció con firmeza:
—¡Aquí la capitana Angeline Paz de la vigésima tercera brigada de exploración reportándose!
El hombre, sentado en un majestuoso trono tallado en madera de árboles ancestrales, con incrustaciones de piedras preciosas que emitían un suave resplandor, observó con desinterés a los recién llegados.
—Hmm... ¿Fueron los últimos en regresar? ¿Sucedió algo en la exploración? —preguntó con voz grave y serena, mientras acariciaba el reposabrazos de su trono.
La sala del trono era un espectáculo para la vista. Las paredes estaban decoradas con intrincados relieves que contaban la historia milenaria de la ciudad Élfica. Grandes ventanales de cristal tallado permitían la entrada de la luz del sol, creando patrones de colores danzantes en el suelo de mármol blanco pulido. Un gran tapiz tejido a mano con hilos de oro y plata colgaba del techo, representando la alianza entre Elfos y humanos.
El Rey, con su mirada fría y altiva, observó a Ked y John con un dejo de superioridad en sus ojos. Un aura de poder y sabiduría parecía emanar de él, llenando la sala con su presencia majestuosa y soberbia.
—¡Informo, mi Rey! De camino al reino nos encontramos con estos dos humanos merodeando por nuestros territorios del norte. —declaró la capitana Angeline con firmeza, manteniendo la cabeza erguida en señal de respeto.
El hombre asintió, con gesto pensativo, su semblante arrogante, reflejando su creencia en su propia grandeza.
—Interesante... Llévenlos a la sala de tortura…—murmuró finalmente el Rey, su voz resonando con autoridad mientras se recostaba con indiferencia en su trono.
Al escuchar las palabras del Rey, el ambiente en la sala del trono se volvió aún más tenso. Los Elfos presentes intercambiaron miradas preocupadas, mientras los caballeros plateados se pusieron en alerta, listos para seguir las órdenes de su soberano.
—¿Sala de tortura? ¿Acaso no crees que es un castigo demasiado severo para unos simples humanos merodeando por nuestros territorios? —intervino la capitana Angeline, con una leve tensión en su voz.
El Rey, con una sonrisa maliciosa, ignoró la objeción de la capitana y reafirmó su orden con un gesto imperioso. Sin embargo, antes de que los caballeros pudieran mover un músculo para obedecer, una voz resonante y llena de autoridad resonó en la sala.
Un silencio repentino cayó sobre la estancia cuando un anciano elfo, envuelto en un manto de elegancia y poder, hizo su entrada. Cada paso del anciano resonaba como un trueno en la sala, marcando su presencia con una majestuosidad que eclipsaba incluso al Rey en su trono.
Los Elfos presentes se apartaron respetuosamente a su paso, reconociendo la autoridad innegable que emanaba del anciano. Los caballeros plateados, desconcertados por la llegada del nuevo personaje, se mantuvieron en silencio, observando con atención cada movimiento.
El Rey, sorprendido por la inesperada intrusión, se enderezó en su trono con una mezcla de incredulidad y resentimiento.
—¿Quién osa interrumpir nuestras deliberaciones? —exclamó el Rey, su voz cargada de indignación.
El anciano, con una serenidad que contrastaba con la ira del Rey, se detuvo frente al trono, sosteniendo su bastón con firmeza.
—Veo que la sabiduría del tiempo ha abandonado tu juicio, hijo mío. ¿Por qué estás intentando torturar a mis invitados? —inquirió el anciano con un tono que dejaba claro que no toleraría ninguna excusa.
El Rey, aunque visiblemente molesto por la intervención del anciano, se vio obligado a contener su ira ante la presencia imponente de su progenitor.
—Padre, estos humanos merodeaban por nuestros territorios. ¿Cómo puedo confiar en ellos? —respondió el Rey, tratando de mantener su compostura ante la mirada penetrante de su padre.
El anciano, sin inmutarse ante la justificación de su hijo, inclinó la cabeza con tristeza.
—George, has olvidado el sacrificio y la paciencia que nos llevó a alcanzar la paz entre nuestras razas. No permitiré que tus impulsos destruyan lo que tanto nos costó construir —sentenció el anciano, su voz resonando con una autoridad que no admitía réplica.
El Rey, consciente de que no podía desafiar la voluntad de su padre, bajó la mirada con resentimiento, reconociendo su error con una mezcla de frustración y resignación, ya que, a pesar de ser el rey, en el reino elfico los ancianos son más importantes que los reyes.
El diálogo resonaba en el majestuoso salón del trono, donde los altos techos abovedados se alzaban sobre columnas esculpidas con intrincados diseños elficos. Las paredes, adornadas con relieves que contaban la historia de la alianza entre Elfos y Humanos, reflejaban la grandeza y la historia de la ciudad Élfica.
El Rey elfo, con gesto impasible, pero con una chispa de incredulidad en sus ojos, respondió con voz firme:
—Sí, padre. Soy testigo del arduo esfuerzo de ambas razas.
El anciano frunció el ceño, su descontento cada vez más evidente.
—Entonces, si sabes cuántas dificultades pasamos, ¿por qué estás tratando de torturar a un príncipe? —inquirió, elevando la voz para enfatizar sus palabras.
El Rey elfo pareció desconcertado por un momento, pero pronto recuperó su compostura regia. Sin embargo, su sorpresa interna era palpable, aunque su rostro permanecía inexpresivo.
—¿Príncipe? —exclamó, incapaz de ocultar su asombro.
Ked, con determinación y orgullo, avanzó hacia el centro del salón y se presentó con solemnidad:
—Mi nombre es Ezequiel Lein de Avalor, hijo del rey George de Avalor y la reina Katherine Panthom, próximo sucesor del Mercado Continental y heredero al trono del reino de Avalor. —sus palabras resonaron en el salón, llenas de autoridad y dignidad.
La sorpresa se extendió entre los presentes como un rumor sutil, mientras el anciano observaba la reacción de su hijo con un gesto serio pero orgulloso.
El Rey elfo, tras un gesto soberbio, giró sobre sus talones y se retiró sin decir una palabra, dejando a todos en la sala en un silencio incómodo.
El anciano ordenó a los Elfos que liberaran a los dos humanos y que los trataran con la mayor cortesía posible. Luego, con paso decidido, condujo a John y Ked hacia su oficina, mientras los protectores preparaban sus habitaciones.
El anciano elfo, con una mirada sabia que reflejaba siglos de experiencia, se dirigió a los jóvenes con serenidad en su voz:
—Se quedarán aquí por dos años, hasta que la Brecha de teletransporte se abra nuevamente hacia el reino de Avalor —anunció, sus palabras, resonando con la autoridad de alguien que conocía los caminos del mundo.
John, con una chispa de preocupación en sus ojos, no pudo contener su sorpresa:
—¿Dos años? —inquirió, con un dejo de incredulidad en su tono, mientras buscaba el apoyo de su amigo Ked, quien permanecía en silencio, absorbido por sus propios pensamientos.
Ked, aunque joven, mostraba una inteligencia que iba más allá de su edad, y sus palabras revelaban una comprensión profunda de la situación:
—Sí, dos años. Es un tiempo considerable, pero quizás necesario dadas las circunstancias —comentó, evaluando las posibilidades con cautela.
El anciano asintió con aprobación ante la actitud reflexiva del joven príncipe y continuó con su explicación:
—Si desean emprender el viaje a pie, son libres de hacerlo. Sin embargo, les advierto que el camino será arduo y peligroso. Podrían enfrentarse a bandidos y otras amenazas en el camino, lo cual podría prolongar considerablemente su viaje.
John consideró la advertencia del anciano con seriedad, mientras Ked buscaba una solución más práctica:
—¿No hay alguna forma de financiar nuestro viaje y que mi padre les devuelva el favor? —preguntó, mostrando una vez más su astucia y determinación.
El anciano suspiró, consciente de las limitaciones de su posición:
—Lamentablemente, no podemos comprometernos de esa manera. Nuestra neutralidad es crucial para mantener la paz con otras ciudades elficas. Sin embargo, les ofrecemos un refugio seguro aquí en el palacio.
Ked asintió con resignación, aceptando la realidad de la situación:
—Entiendo. No queremos causar problemas. Apreciamos su hospitalidad y estamos dispuestos a quedarnos aquí el tiempo necesario.
El anciano asintió con gratitud y señaló hacia la oficina, invitándolos a seguirlo:
—Mientras tanto, hay un asunto que me gustaría discutir en privado. Por favor, acompáñenme a mi oficina.
El camino hacia la oficina del anciano estaba adornado con tapices élficos y antiguos artefactos que contaban la historia de la ciudad. El aire estaba impregnado con un aura de misterio y solemnidad, mientras los pasillos se extendían ante ellos, revelando la grandeza y la historia de la civilización Élfica.
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