Aunque fuese un día soleado, el silencio y la oscuridad que se veía en las edificaciones de aquel pueblo lo hacían parecer abandonado. Al principio no notó nada extraño o fuera de lo común, solo un camino solitario y tranquilo como cualquier otro. No fue sino hasta llegar a donde estaba la entrada al pueblo que Erdys comprendió la gravedad del problema: El lugar estaba vacío. Las casas se encontraban con las puertas y ventanas cerradas, algunas parecían estar selladas. Las calles estaban desiertas, sin señales de que hubiese algún alma por el lugar o de que se esperase que algún residente apareciera de un momento a otro. El silencio envolvía aquel pequeño pueblito siendo los pasos de Erdys lo único que se oía por los alrededores. Por un momento pensó en querer llamar a los demás en voz alta, suponiendo que pudiese haber alguien por las cercanías que respondiese a sus llamados y le pidiese que se callara y lo acompañase a donde estaban los demás. Sin embargo reconsideró dicha idea al pensar que posiblemente de haber algo por los alrededores, no quería decir que fuese un amigo o aliado a su causa. Bien podía ser el monstruo, un poblador inocente o el Rabí que controlaba a la criatura con quien Erdys se encontrase primero y sin una idea clara de la situación, sus presas fácilmente podrían manipularla al aprovechar su momentánea ignorancia. Lo mejor era no darles la oportunidad a esos desgraciados de engañarla, si había algo que le diese indicios del paradero de los demás, ella los encontraría en el interior de aquellas casas y edificaciones. Buscando la posada del pueblo, Erdys se preparó para lo que fuera, desde una cálida bienvenida a una feroz emboscada por parte del Golem que acechaba aquel pequeño pueblito.
Aparte del silencio sepulcral que cubría a Hallerton, también había un leve olor dulzón que le provocaba unas pequeñas nauseas junto a otro olor rancio que no era mejor que el anterior pero al menos no era tan fuerte como su compañero. El sonido de unos cuervos largando unos graznidos la sobresaltaron un poco cuando llegó a la Posada, pero no vio ni oyó nada que indicase un ataque inminente. Abriendo la puerta de la posada, no tardó en recibirla un nauseabundo olor de su interior, como si hubiese algo en descomposición en su interior. Una leve humedad cubrió su cuerpo al adentrarse en aquel lugar abandonado, el silencio que rodeaba aquella posada era tan grande que no pudo resistir su necesidad de gritar:
- ¡Hola! ¡¿Hay alguien aquí?!- el eco fue la única respuesta que obtuvo de aquel lugar.
Maldiciéndose a ella misma por haber hecho esa estupidez, Erdys decidió explorar el lugar en silencio y encontrándose en estado de alerta para evitar que sus presas la tomaran por sorpresa. Moviéndose con cautela, Erdys observó al detalle aquella posada.
Se veía sucia, manchas en las paredes y algunos muebles rotos, como si hubiese habido una pelea en su interior. Cuando llegó a la cocina encontró un enorme agujero en el suelo junto a un extenso y oscuro túnel cuyo final no era visible. Alrededor el agujero había una fina línea de sal. Aquello llamó la atención de Erdys. Agachándose, tocó con sus dedos enguantados la sal y la acercó a su nariz esperando percibir algo, sin embargo no encontró nada, solo sal en estado puro. Levantándose del suelo, Erdys se dirigió hacia las habitaciones. El ruido que producían los peldaños al ser usados la sobresaltaban de sobremanera. No le gustaba encontrarse así, pero aquel silencio le era anormal y estaba comenzando a acostumbrarse a él, pequeño detalle que no le agradaba en lo más mínimo.
Cuando llegó al primer piso, aquel nauseabundo olor dulzón se acrecentó y tras observar con cuidado el pasillo de paredes azules y puertas blancas, Erdys pudo deducir que el hedor venía de la última puerta. Sosteniendo con fuerzas su espada, Erdys se acercó de manera sigilosa a donde provenía aquel fuerte olor dulzón y la abrió, encontrándose con el cuerpo muerto y en descomposición de una joven mujer que yacía en su cama. Las moscas volaban a su alrededor mientras los gusanos se comían el resto de su carne. En su mano derecha se encontraba un libro abierto con varias anotaciones y cuyas páginas se veían casi carcomidas.
- Oh Dios mío- susurró con horror Erdys al contemplar aquel cadáver, sintiendo nuevamente aquel olor putrefacto y dulzón, Erdys no pudo contenerse y corrió hacia la ventana que se encontraba al final del pasillo para abrirla de un solo golpe y vomitar
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