El sonido de los grillos era lo único que se escuchaba en aquel oscuro lugar, pero era mejor eso a nada. Mirando con cautela sus alrededores, Erdys se movió con rapidez por las calles mientras trataba de usar el mayor sigilo posible. El sonido de sus pasos podía pasar desapercibido en un ambiente poblado, pero en esa negrura silenciosa hacían mucho ruido, quizás demasiado. Aun desconocía la ubicación del Golem que había ido a cazar, pero ella estaba convencida de que todavía se encontraba allí, oculto y esperando.
La luz de la luna era lo único que iluminaba al pequeño pueblo de Hallerton, los focos de los faroles se encontraban apagados, señal de que no había luz en todo el lugar y de que debía ser cauta a la hora de elegir un sitio en donde pasar la noche. Viendo su sombra ser proyectada en las paredes debido a la pálida luz de la luna, agudizó su mirada y trató de encontrar un lugar que poseyera sal o algo cercano a la sal, encontrando una pequeña hilera en una casa de paredes azules. Abriendo la puerta de aquella casa con relativa facilidad, Erdys notó que la gran mayoría de los edificios se encontraban con sus puertas sin cerrojos o algo que las trabara. “Es como si no quisieran que estas estuviesen cerradas” pensó Erdys, notando que posiblemente los pobladores tuviesen miedo a quedarse atrapados en sus hogares o a que no pudiesen entrar cuando estuviesen siendo perseguidos por algo.
Moviéndose con cautela por el oscuro pasillo, se dirigió hacia la cocina solo para encontrar en la sala de estar a toda una familia muerta. Los dos niños junto a la mujer tenían un agujero de bala en la cabeza, espalda y pecho mientras que el padre tenía un agujero de bala en la cabeza. Cerrando sus ojos mientras largaba un suspiro de pesar, Erdys se lamentó por ellos, no se merecían eso. El sofá de color café se encontraba salpicado por la sangre que ya se encontraba seca. Varias fotografías de la familia se encontraban por doquier, ignorándolas para que su estadía en ese lugar de noche no fuese más duro de lo que ya era, Erdys caminó hacia la cocina solo para encontrar lo que suponía que encontraría: un enorme agujero en el centro siendo cubierto por una fina hilera de sal.
Dirigiéndose a las habitaciones que se encontraban en el piso de arriba, Erdys buscó la cama del matrimonio y tras descubrir los cuartos de los pequeños, finalmente la encontró.
Sin saber porqué ni importarle, Erdys volcó un poco de sal en los bordes que separaban el cuarto del pasillo, cerrando la puerta se volcó en la cama y se dispuso a dormir sin importarle más nada hasta que llegara la mañana siguiente.
Durante la silenciosa y oscura noche, Erdys tuvo un sueño muy vívido sobre aquella ocasión, cuando era una pequeña y enfrentó sus más profundos miedos.
Llevaba un vestidito blanco cuando todo ocurrió. Era un día soleado y se encontraba en mitad del extenso y verduzco patio, jugando a ser una espadachín cuando ocurrió. Los gritos de su abuela la sacaron de su concentración y sin soltar el enorme palo, fue corriendo hacia el interior de la mansión. Al llegar se encontró con su abuela tirada en el suelo, inconsciente, con su tasa blanca hecha añicos en el suelo y su té desparramado por toda la alfombra. No lejos de ella se encontraba una enorme araña, la más grande que hubiese visto en toda su vida. Debía medir un metro de largo y casi noventa centímetros de alto. De color castaño claro con manchas negras por todo su cuerpo. Nunca antes había visto algo así y posiblemente no lo volvería a ver, pero con esa profesión una nunca estaba segura del todo. Unos días atrás había oído que un espécimen muy peligroso de Aracnus Titanus se había escapado de su jaula dentro del laboratorio de ciencias de la universidad, laboratorio que estaba a tan solo una hora de viaje en coche, por eso no le extrañó a la pequeña Erdys el ver a aquella criatura, pero si le horrorizó notar que aquella araña se movía con una espantosa lentitud hacia donde estaba su abuela. En un primer momento pensó en correr y pedir ayuda, pero se dio cuenta de que si dejaba a su abuela sola con esa cosa, entonces nunca más la volvería a ver y sus padres la castigarían por años. Después reflexionó y se dio cuenta de que esta era su oportunidad de oro para poder realizar sus sueños cómo cazadora de monstruos. No podía ni debía darse el lujo de huir, no solo por su abuela sino por ella misma también. Tomando con fuerzas el palo, confrontó con la mirada a la araña y se preparó para combatir.
Colocándose en pose de pelea, la pequeña Erdys sintió cómo su roja cabellera se movía a sus espaldas debido al viento, junto a su blanco vestido. Acentuando su feroz mirada, largó un grito mientras alzaba su palo dispuesta a golpear a la enorme Araña. Aquella monstruosidad dejó de moverse con lentitud para comenzar a correr con una velocidad que asombró a la pequeña, paralizándola por un solo instante. Viendo que iba a donde estaba el cuello de su abuela, golpeó las cercanías con su palo, impidiéndole a la criatura continuar su avance y protegiendo a su abuela, a pesar de que el palo por poco no le golpeó en la cabeza. Colocando su pie delante del rostro de su abuela, Erdys logró protegerla sin embargo la araña continuó camino, mordiéndole el talón antes de que Erdys pudiese continuar combate. No sabía qué era lo qué más le había impactado en ese momento, si el dolor de la picadura o el miedo, pero ella largó un pequeño gemido de dolor. Sin embargo no cedió y al ver que la araña se dio vuelta emprendiendo la retirada al sentirse conforme con haber picado a una sola de las que estaba en esa casa, Erdys le gritó enojada:
- ¡Oye! ¡¿A dónde crees que vas?! ¡Aun no he terminado contigo adefesio!
Furiosa corrió a donde estaba la araña y con un fuerte grito, golpeó el estomago de la araña aplastándoselo, de su interior salieron varias arañitas pequeñas que Erdys no tardó en aplastar con asco e ira. Su mirada se veía consternada y parecía que finalmente había entendido que sus deseos no eran un juego sino algo muy serio. Aun así no cedió y mató a cuantas arañas pudo encontrar. Al ver que la Araña madre trataba de volver a escapar, Erdys dio un fuerte salto y con su pie, el cual ya se encontraba hinchado y de color morado, le aplastó dos de sus patas imposibilitándole la capacidad de moverse. Con furia aplastó las otras patas traseras incapacitándole cualquier posibilidad de escapar. Jadeante, asqueada, dolorida, horrorizada y furiosa, Erdys continuó golpeando a la Araña con su palo mientras rugía de ira hasta que esta dejó de moverse y sus padres volvieron a casa solo para llevarla de urgencia al hospital.
Después de ese día, su abuela dejó de cuidarla y uno de sus padres se quedaría en la casa todo el día cuidando de la pequeña heroína que tenía su pie hinchado en reposo mientras comía helado y miraba la televisión todo el día. Fue una buena primera cacería.
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