HABÍA UNA VEZ UNA MUJER QUE VIVÍA CON UN DESCONOCIDO.
SE LEVANTABA Y ESTABA AHÍ.
SALÍA CON SUS AMIGOS Y ESTABA AHÍ.
AL DESAYUNAR CON SU FAMILIA, ESTABA AHÍ.
ELLA DESESPERADA POR DECIR VETE DE AQUI, NO PODÍA.
PORQUE SUS AMIGOS, SU FAMILIA QUERÍAN MÁS AL DESCONOCIDO QUE A ELLA. .
ASÍ QUE CADA MAÑANA QUE SE LEVANTABA Y SE VEÍA EN EL ESPEJO,
MIRABA AL DESCONOCIDO Y NO A ELLA.
CAMINAR POR LAS CALLES Y PRETENDER QUIEN NO ES PARA ENCAJAR ESTABA HACIENDO QUE SU ALMA SE VOLVIERA UNA ABOMINACIÓN CON LOS PESARES DE SU PENSAMIENTO.
SIN EMBARGO, EN LA CALLE UN DÍA ESCUCHÓ A UN HOMBRE PREDICAR LA PALABRA DEL SEÑOR. EL CUAL DECÍA QUE DIOS PODÍA VER DENTRO DE LOS CORAZONES Y DE LAS PERSONAS.
UN PENSAMIENTO SE LE CRUZÓ,
"SI DIOS PUEDE VER LOS CORAZONES DE LAS PERSONAS, ENTONCES ÉL DEBE SABER QUIEN SOY YO DE VERDAD"
EMPEZÓ A ORAR EN CASA Y A LEER LA BIBLIA.
ELLA PENSABA QUE DIOS IBA A VENIR O HABLAR CON ELLA, PERO AL CONTRARIO, ESO NO SUCEDIÓ.
ELLA POCO A POCO EMPEZÓ A SER DILIGENTE CON SU LECTURA Y SUS ORACIONES Y EMPEZÓ A CAMBIAR...
DESPUÉS DE UN TIEMPO, SE VIO A ELLA MISMA EN EL ESPEJO. SINTIÉNDOSE RENOVADA Y FELIZ.
“Pero el SEÑOR dijo a Samuel: No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el SEÑOR mira el corazón”
-Samuel 16:7
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