El alienígena se detuvo sin completar la frase y se quedó con la boca abierta. Dio la impresión de estar desconcertado. Después, miró hacia un costado, como si estuviera aguardando una instrucción por parte de alguien que se encontraba fuera del campo de visión de la cámara. Tras unos instantes, asintió y volvió a mirar al frente.

—Os traigo… —La voz del alien se había vuelto titubeante—. Os traigo un mensaje de paz y amor.

El extraterrestre se quedó callado. Y así permaneció durante varios segundos, sin moverse de su sitio ni realizar ningún tipo de gesto.

Luego, una expresión que en un rostro humano se interpretaría como de enojo se comenzó a dibujar en su cara.

A continuación agitó sus brazos con fuerza, giró con rapidez la cabeza hacia un lado y su voz se volvió a oír:

—¡Menuda chorrada! ¿De paz y amor? ¿En serio esto es lo que la Agencia consideró más importante? ¡Un mensaje de paz y amor! ¿No había algo más obvio, o más vacío de significado? ¿Era necesario decirles esto? ¿Palabras bonitas pero huecas? ¿Son tan tontos que tenemos que venir desde la otra punta de la galaxia a decirles que se porten bien unos con otros? —El volumen de la voz del alien fue aumentando con cada frase que pronunciaba hasta que acabó expresando su evidente cabreo a gritos—. ¡Menuda birria de encargo! ¡¿Para esto me esforcé en sacar la licencia?! ¡Podíamos haberles dicho algo que de verdad les resultara útil! ¡Podíamos haberles contado cómo prolongar sus vidas, cómo construir vehículos eficientes para viajar por el espacio, darles información sobre la física del universo o mil cosas más! ¡Pero no! Venimos hasta aquí, les decimos que no son los únicos habitantes de la galaxia y les hablamos de paz y amor. Y luego, ¡hala!, ya se las apañarán ellos solitos. ¡Menuda broma!

En la terraza de la casa de Samita todo el mundo se quedó en absoluto silencio. No daban crédito a las imágenes que se estaban retransmitiendo y no sabían cómo reaccionar ante el comportamiento que estaba mostrando el alienígena.

Hasta que desde uno de los extremos de la mesa se comenzaron a oír unas risas. Casi todos los presentes se volvieron para averiguar su origen y descubrieron que era Samita quien se estaba riendo a carcajadas. Al principio la miraron perplejos pero enseguida la risa se contagió entre la mayoría de sus familiares.

—¿Qué está pasando, abuela? —dijo Vanathi.

Samita oyó la pregunta de su nieta pero fue incapaz de contestar. Ni el mejor chiste que hubiera escuchado en su vida le había hecho reírse tanto como el espectáculo que acababa de presenciar.

Mientras tanto, se seguían oyendo los lamentos y exabruptos del extraterrestre. En contraste con la profunda tranquilidad que había exhibido cuando inició su discurso, al final había perdido por completo el control de sus emociones.

—¡Xnetrich! —se oyó de repente la voz de otro alien que no aparecía en pantalla.

—¡Xnetrich! —retumbó la voz de Zladrech en el interior de la cabina de la nave. El interpelado no le hizo caso, así que lo llamó por segunda vez—. ¡Xnetrich!

—¡¿Qué?! ¿Qué ocurre? —respondió el piloto sin que se rebajara ni un ápice su enfado.

—¿No te has olvidado de algo?

Xnetrich miró hacia su supervisor y dijo:

—¿Olvidarme? No, no creo. He pronunciado hasta la última palabra de ese estúpido discurso tal y como estaba escrito en el plan de la misión.

—No me refería a eso.

—Ah, ¿entonces a qué lo hacías?

Zladrech señaló hacia la consola de comandos, en particular hacia uno de los indicadores luminosos.

—¿No te dice nada esa lucecita de ahí?

—¿Qué? —preguntó Xnetrich y comenzó a llevar su mirada hacia el panel. Enseguida se dio cuenta de lo que el supervisor le estaba intentando decir. Comenzó a temblar y su piel sufrió un súbito cambio de color: abandonó el gris por un irregular verdoso—. ¡No puede ser! ¡Oh, no! ¡No puede ser!

—Oh, sí, sí que es —dijo Zladrech haciendo un considerable esfuerzo para contener una carcajada—. No has cortado la transmisión…

Xnetrich apoyó las manos sobre la consola y acto seguido inclinó la cabeza.

—… y los humanos han oído todas las quejas e improperios que has estado soltando en estos últimos instantes. ¡Te has estrenado por todo lo alto!

—¡No, no, no! ¡Maldición! ¿Pero cómo he podido cometer un fallo tan tonto? —Xnetrich se apartó de la consola y se sentó en el suelo de la cabina, llevándose las manos a la cabeza—. Acabo de destrozar mi carrera. Y delante de toda una civilización que hasta ahora no tenía ni la más remota idea de nuestra existencia.

—Una cosa está clara: has hecho historia, has conseguido que los humanos nunca se vayan a olvidar de ti. Por otra parte, sí, creo que esto va a ser difícil de limpiar de tu currículum. Aunque no te preocupes: he presenciado primeras misiones con peores resultados que ésta —dijo Zladrech mientras se acercaba al panel de control y pulsaba el botón que ponía fin a la transmisión.

—¿Peores? ¿Es eso posible? —preguntó el alien novato con su ego devastado.

—Has hecho mucho el ridículo, sí. Pero piensa que al menos no has destruido ningún planeta.

Xnetrich no supo adivinar si su maestro hablaba en serio o en broma. De todos modos, ninguna opción le sirvió de consuelo.