Una vez que llegaron al cuarto que el anciano utilizaba como oficina, cerró la pesada puerta de madera tallada, sumiendo la habitación en un silencio solemne. La sala estaba iluminada por la luz suave que se filtraba a través de las ventanas cubiertas por cortinas de terciopelo rojo, creando una atmósfera misteriosa y acogedora a la vez.
El anciano se sentó en una silla de respaldo alto, colocada junto a un escritorio de madera maciza tallada con intrincados diseños de árboles y símbolos élficos. Sobre el escritorio, una pila de libros antiguos reposaba en desorden, sus cubiertas gastadas revelaban el paso del tiempo y el conocimiento acumulado a lo largo de los siglos. El contenido de esos libros estaba escrito en un idioma desconocido para John y su amigo, añadiendo un aura de misterio al ambiente.
—Díganme, ¿cuál es vuestro nombre? —el anciano preguntó, con voz profunda, su mirada penetrante fijada en John.
—Yo... soy John, señor. —respondió, sintiéndose abrumado por la presencia del anciano.
—Entonces, tú eres el nuevo poseedor de las "Vidas", ¿verdad? —el anciano inquirió con calma, su rostro arrugado pero sereno.
—¿Cómo lo sabes? —John se sorprendió al ver lo casual que era el anciano al abordar un tema tan extraordinario.
—He vivido más de 1500 años en este mundo, joven. Para alguien de mi edad, reconocer algo tan peculiar como tú es fácil. —el anciano explicó, con una sonrisa sabia, su mirada reflejando una profundidad de experiencia insondable.
—Un momento, ¿qué son exactamente las "Vidas"? —Ezequiel intervino, mostrando su curiosidad.
—Las "Vidas", hmm... Incluso yo no sé exactamente qué son. Solo sé que he luchado junto a, y contra, un portador de ellas en el pasado. —el anciano respondió, su tono lleno de reverencia hacia el misterio que rodeaba a ese poder ancestral.
El anciano tomó un libro antiquísimo, cuyas páginas amarillentas y desgastadas hablaban del paso de los siglos, de entre la montaña de tomos que adornaban su escritorio de roble macizo. Con cuidado, lo depositó frente a él y lo abrió con reverencia, revelando un mundo de conocimiento antiguo que resonaba con el peso de la historia.
—El primer portador surgió hace más de 5000 años, en medio de la guerra santa que sacudió nuestra tierra y puso fin a la era de los héroes —anunció el anciano, su voz cargada de nostalgia por un tiempo olvidado.
—La era de los héroes... ¿Por qué se les llama así? —inquirió John, con los ojos brillantes de curiosidad.
—La historia de los héroes es una narrativa compleja, llena de tragedia y heroísmo. Se dice que un invierno implacable cubrió el mundo, sumiendo a la tierra en la oscuridad y el frío durante dos siglos. Los humanos, en su arrogancia, cometieron actos que avergonzaron al sol mismo, obligándolo a ocultarse tras el manto de la noche. La hambruna y el frío eran tan severos que los niños nacian congelados de sus madres, ellas tambien preferían que sus hijos no nacieran a enfrentarse al cruel invierno que asolaba la tierra —el anciano relataba con pasión y tristeza, como si estuviera reviviendo aquellos oscuros días.
—¿Y quiénes eran estos héroes? —preguntó Ezequiel, cautivado por la historia que se desplegaba ante él.
—Los héroes eran aquellos valientes que desafiaron a los dioses y se alzaron en armas en la guerra santa. Durante un año, el cielo fue testigo de una batalla titánica entre los mortales y los inmortales, una lucha que sacudió los cimientos del mundo. La muerte del portador de las "Vidas" marcó el fin de esa era tumultuosa, dejando un legado de sacrificio y heroísmo —el anciano hablaba con una mezcla de respeto y tristeza por aquellos tiempos perdidos en la bruma del pasado.
—Mis abuelos solían contarme historias sobre esos tiempos cuando era niño, pero siempre pensé que eran solo cuentos de hadas —comentó Ezequiel, con una expresión pensativa en su rostro.
—Aunque hoy en día es fácil descartarlas como meras leyendas, es importante recordar que cada mito tiene sus raíces en la verdad —añadió el anciano, su mirada perdida en el eco del pasado.
—¿Cómo fue pelear contra un portador? —John preguntó, sus ojos brillaban con una curiosidad insaciable, ansioso por sumergirse en las profundidades de la historia del anciano.
El anciano, con un gesto sereno, pero cargado de la pesada carga del recuerdo, asintió con comprensión ante la pregunta del joven.
—Permíteme responder la primera pregunta primero —el anciano exhaló un suspiro de paciencia ante la impaciencia de John, mientras su mirada perdida en el horizonte evocaba imágenes de batallas pasadas y victorias amargas.
—Oh, lo siento, continúa... —John se disculpó, consciente de haber interrumpido el flujo de la narración con su propia inquietud.
—El segundo portador apareció hace 4000 años y murió como prisionero de guerra. El tercero, aproximadamente hace 3000 años, se entregó al reino del norte para ser sujeto de experimentos. El cuarto hace unos 1900 años, murió a causa de una enfermedad contagiosa que volvía la piel negra antes de causar la muerte. Y el quinto, hace 1200 años, lo enfrenté en la batalla conocida como “La caída de Camelot”. Era un formidable oponente, como si una bestia todopoderosa habitara en su cuerpo —el anciano compartió sus recuerdos con una mezcla de tristeza y resignación, mientras el eco de las batallas pasadas resonaba en cada palabra pronunciada.
—¿La gran Fortaleza “Camelot” existió realmente? —Pregunta Ked, exaltado.
El anciano cerró los ojos por un instante, sumergiéndose en los recuerdos de tiempos olvidados, donde la grandeza de Camelot aún brillaba en el horizonte como una estrella fugaz.
—La caída de Camelot... —susurró el anciano con reverencia, como si pronunciar esas palabras invocara los ecos de una tragedia antigua. —Fue una batalla épica que marcó el fin de una era de esplendor y caballerosidad. La gran fortaleza de Camelot, con sus torres altas como el cielo y sus muros impenetrables como la voluntad del Gran Rey Arturo, se alzaba como un bastión de esperanza en un mundo envuelto en sombras.
El anciano suspiró, recordando los días de gloria en los que Camelot brillaba como un faro de justicia y nobleza.
—Mi madre siempre me contaba historias heroicas del Rey Arturo antes de dormir, nunca pensé que fueran ciertas. —indicó John con nostalgia y tristeza.
—El Gran Rey Arturo... —susurró el anciano con reverencia, como si el simple nombre evocara la imagen de un héroe caído. —Era un líder legendario, valiente y justo, que gobernaba con sabiduría y compasión. Éramos grandes amigos, él y yo, compañeros de armas en incontables batallas y defensores de la justicia en un mundo lleno de peligros y desafíos.
El anciano bajó la mirada, un destello de tristeza cruzando sus ojos centenarios mientras recordaba la pérdida del Gran Rey Arturo y la caída de Camelot.
—Pero incluso las fortalezas más poderosas y los reyes más nobles no pueden resistir el paso del tiempo y el embate de las fuerzas oscuras que acechan en la oscuridad —continuó el anciano, su voz resonando con un tono de melancolía y pesar. —Y así, en aquella fatídica batalla, Camelot y el Gran Rey Arturo desaparecieron en el torbellino de la historia.
El anciano dejó escapar un suspiro, como si el peso de los siglos se apoyara sobre sus hombros encorvados.
—Ahora, Camelot y el Gran Rey Arturo son meras leyendas, historias olvidadas en el torbellino del tiempo —murmuró el anciano con tristeza, sus palabras resonando con un eco de melancolía en la sala silenciosa. —Poca gente conoce la verdad detrás de aquellos tiempos de gloria, y aún menos creen en la magia y el heroísmo que una vez llenaron el mundo.
El anciano miró fijamente a la distancia, perdido en los recuerdos de un pasado que se desvanecía lentamente en la neblina del olvido.
—Vivir tantos años... —susurró el anciano, su voz, apenas un murmullo en el aire cargado de nostalgia. —Es una bendición y una maldición al mismo tiempo. Recordar cada victoria y cada derrota, cada amor perdido y cada amigo caído... Es un peso que uno lleva en el corazón, una carga que se vuelve más pesada con cada siglo que pasa.
El anciano cerró los ojos, dejando que la oscuridad lo envolviera como un manto, mientras reflexionaba sobre los altos y bajos de una vida eterna llena de experiencias y lecciones aprendidas.
—¿Entonces, soy el sexto portador? ¿Y qué deseas de mí? —John preguntó, sintiéndose abrumado por la revelación, mientras sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y curiosidad.
El anciano asintió, con solemnidad, su mirada penetrante, revelando una determinación que irradiaba un aura de misterio.
—Exactamente, quiero ser tu guía, tu mentor en este viaje hacia el dominio de tus habilidades. Con todo lo que he acumulado a lo largo de los siglos, puedo ofrecerte un conocimiento que trasciende las barreras del tiempo —ofreció el anciano con sinceridad, sus palabras resonando con una sabiduría milenaria.
Ezequiel intervino con convicción, agregando un tono de urgencia a la conversación.
—Creo que deberías considerarlo, John. No estás en posición de rechazar la oportunidad de entrenar con el tercer hombre más poderoso del continente. —instó Ked, su voz impregnada de convicción y sabiduría.
John miró a Ezequiel con asombro, sus pensamientos girando en torno a la magnitud de la oferta que se le presentaba.
—¿Eso es verdad? —inquirió John, buscando confirmación en los ojos de su amigo.
—Sí, además, recibir instrucción del anciano podría ser beneficioso para ti en más de un sentido. —Ezequiel asintió con seguridad, respaldando la propuesta con un gesto de confianza.
—Dado que Ezequiel me lo recomienda, supongo que no tengo más opción que aceptar. —John accedió con humildad y gratitud, reconociendo la oportunidad que se le presentaba.
El anciano asintió, con aprobación, su expresión, revelando una satisfacción contenida ante la decisión de John.
—Muy bien. Será un honor ser tu guía en este viaje hacia el dominio de tus infinitas habilidades. Mañana por la mañana, espero verlos en la sala central del castillo para otorgarles vuestras medallas de discípulos. Por ahora, permitidme dejar que los sirvientes fuera de la oficina los guíen hacia vuestras habitaciones. —el anciano indicó con calma, poniendo fin a la conversación.
John y Ezequiel asintieron en señal de acuerdo, agradecidos por la oportunidad que se les brindaba.
Cuando abandonaron la oficina, una sombra emergió de entre las tinieblas, su presencia envuelta en un misterio que parecía trascender las palabras.
—¿Es él? ¿El sexto portador de las leyendas? —inquirió la sombra con una voz grave y profunda.
El anciano asintió, con solemnidad, su mirada perdida en el horizonte distante.
—Sí, parece que se avecina una época turbulenta. Una época de leyendas y misterios por desvelar —respondió el anciano con una nota de temor palpable en su voz, sus ojos reflejando la incertidumbre que anidaba en su alma.
La sombra se desvaneció en la oscuridad, dejando tras de sí un eco de incertidumbre y anticipación en el corazón del anciano. El anciano sabía que cada vez que un portador surgía, significaba que tiempos difíciles se cernían sobre el mundo, y esto para él era una advertencia de los desafíos que estaban por venir.
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