Vió el puño, pero estaba muy ebrio para esquivar.
El golpe le dió en el pómulo, su cuerpo recibió el impacto y logró mantenerse en pie. El dolor vino después, se le extendió por toda la cara hasta el cuello. Cuando abrió los ojos veía borroso y con lucecitas. El alivio de que no le dieran en la nariz o en la boca le sacó una sonrisa, muy mal interpretada por el sujeto que lo había golpeado, que lo agarró del cuello de la playera y ya estaba levantando la mano de nuevo.
—¡Suéltalo!
¿Quién había gritado eso? No reconocía la voz de la chica, se supone que todas se habían ido. Entre el ruido, el dolor y toda la conmoción, le dió más risa porque la voz angustiada que no reconoció le sonó a una gallina asustada. Ya estaba acostumbrado a que un novio celoso siempre se le fuera encima protegiendo lo que es suyo, como si la novia fuera un lapicero. "Gajes de oficio," pensó. Pero su oficio no era pasar tiempo en bares con mujeres, sólo le caían muy bien.
Le gustaba que lo golpearan, pero no que lo hiciera un gorila inseguro.
Otro puño llegó directo a la oreja y un pitido lo dejó sordo un momento. Esta vez no pudo con sí mismo y se tambaleó hacía atrás. Expectadores asustados le dieron espacio para que se cayera cómodo sobre las sillas de la barra. El estruendo alteró a más personas. Ya no sonaba la música, el murmullo de voces bajó, supo en ese momento que tenía que salir de ahí, seguro llamaron a seguridad y se iba a meter en problemas, aunque la víctima era él.
Se quedó tirado en el piso. Luego subió ambas manos.
—Me rindo —dijo, esperando que el sujeto enorme dejara de creer que él es una amenaza.
Otro hombre lo levantó como si fuera un muñeco de trapo y lo arrastró a la salida. No sabe quién es, más nunca se iban a ver. Sentía alivio por salir casi ileso y sin explicaciones de ese local.
En el bus de regreso a casa todo el mundo se le quedó viendo. La luz blanca le hacía una sombra terrible en la cara y los moretones se veían más oscuros e inflamados de lo que eran. Algunos pasajeros se preguntaron cómo un muchacho tan guapo terminó golpeado, con la ropa desordenada y oliendo a alcohol. Pero Sebastián podía responder a esas preguntas sin dudarlo, si alguien se le acercara.
Empecemos con que gusta mucho juntarse con mujeres. Aunque él no se considera mujeriego, no espera tener o hacer nada, no se lo paran, aún así le gusta compartir con ellas; y hay hombres que no quieren que sus novias estén con otros hombres.
Sobre el olor a alcohol, efectivamente, no es uno de sus olores naturales. En días de semana huele a trementina, naftalina y nicotina. Los fines de semana huele a hierba. Esta vez, el acohol fue una ocasión especial que terminó mal.
El bus lo dejó a una cuadra de su casa y caminó. Entró por la puerta trasera de una capilla, cruzó un pasillo que lo llevó a la sacristía y saludó a una imagen de la virgen del sagrado corazón de Jesús como si fuera un militar. Se rió solo de su propia tontería. Llegó a unas escaleras que lo llevó a las habitaciones del edificio y encontró la puerta de su cuarto. Iba a cerrar cuando una voz firme lo llamó.
—Sebastián Kharzov. —El aludido se asomó por la puerta y vió una monja vestida totalmente de blanco con un delantal azul, estaba molesta, pero él sabía que también estaba preocupada—. Que sea la última vez que llegas aquí así. La próxima le aviso a Gloria y tendrás que irte. —Sebastián le sonrió, la saludó con la mano y entró a su habitación.
Después de cerrar la puerta se desviste hasta quedarse en ropa interior. Busca en la mesa de noche una plantilla con cuadros de papel, toma uno, lo corta con una tijerita en cuatro partes, se lleva un pedacito a la boca. Cierra los ojos sobre la almohada y se deja relajar con la mezcla de estupefacientes.
Adormilado recuerda varias cosas.
Su mente salta entre pensamientos a una velocidad que a veces podía controlar, y otras veces no. Recuerda que su psiquiatra le había dicho por enésima vez que dejara de usar drogas para dormir (¿ups?). Recuerda su última llamada con Gloria, donde la monja le dijo lo valioso e importante que es para ella. Recuerda que mañana es lunes y tiene un examen de estética (no estudió). Recuerda que dejó una botella de té verde en el casillero de la universidad. Se le olvidó confirmarle a Lucca si iban a entrenar juntos el jueves. ¿Qué será de la vida de Samuel? Le gustaba mucho acostarse con él. Hablando de Samuel, ¿y el resto de los niños del orfanato?
¿Y Andrés?
¿En dónde estaba Andrés?
¿Cumpliría su promesa de verlo de nuevo? ¿La misma promesa que lleva diez años creyendo? ¿Y si en realidad se olvidó de él? ¿Y si se dió cuenta, desde niño, en el desastre que se convertiría? ¿Se habrá dado cuenta de las futuras noches en el hospital, las recetas psiquiátricas, las malas calificaciones y todas las conductas de riesgo?
Imposible.
Tenían nueve años. Ni se daban cuenta de lo que sentían. Andrés lo abandonó y ya, no había más que buscar.
Sebastián empezó a quedarse dormido. Antes de que todo detrás de sus ojos y dentro de su cabeza se apagara, cubierto por un velo negro, un último pensamiento hizo eco, luego se desvaneció en la oscuridad:
"Andrés me hubiera defendido hoy."
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