Otros se hubiesen asustado al oír a su superior hablarle así, otros se habrían levantado de inmediato y le hubiesen pedido disculpas hasta el cansancio mientras se ponían de rodillas delante de ella, pero Agath Baskmeth no era cualquier otra mujer guerrera del Nilo. Ella era diferente y la Matrona lo sabía. Sí no la hubiese conocido desde que era pequeña entonces difícilmente hubiese creído la idea de que, en el fondo, ella quería morir; pero no se lo haría tan fácil, para nada. La Matrona tenía mejores planes para la mejor Doncella Del Nilo dentro de su unidad, por eso decidió dejar pasar aquel inútil acto de rebeldía que no llevaría a nada y le encomendó su misión.
- Necesito que vengas aquí de inmediato- le ordenó con un tono estricto, añadiendo de manera afable- tengo una misión para ti
La apatía de Agath desapareció y en su lugar se mostró un creciente interés, levantándose de su asiento se acercó a ella. La Matrona sabía que Agath siempre buscaba morir en las misiones que le encomendaba, siendo aquella actitud temeraria la que permitía que se cumplieran de manera eficiente debido a que Agath no buscaba una muerte simple, como ser mordida por una víbora o ser picada por un escorpión, no, ella buscaba una muerte grandilocuente de la cual se hablara durante años hasta que su nombre fuese olvidado. La Matrona también sabía algo más de Agath, algo que ella deseaba más que una muerte heroica y por eso, con un tono aun más agradable, finalizó diciéndole:
- Que incluye a un hombre muy apuesto y atractivo en ella
No se debía decir más, Agath ya estaba más que interesada en la misión. Dejando toda su rebeldía hacia un lado, la joven Doncella Del Nilo le pidió:
- Por favor, dime de qué se trata
- Tienes que escoltar a un apuesto muchacho hacia su reino- le contestó aquella mujer anciana que llevaba un vestido blanco junto a un velo blanco con decoraciones doradas que cubría su cabellera blanca
Se encontraba sentado en la montura de su fiel camello, de cabello negro y ojos castaños, aquel muchacho de musculoso cuerpo cuya única vestimenta era una túnica blanca que cubría su bajo vientre esperaba con ansias a que la mujer que lo escoltara hasta el lejano reino de Sakuria apareciera. La distancia que había de Pi Ramses hasta Sakuria era considerablemente largo debido a que se debía pasar por el extenso desierto del Sahara, el reino de Jerusalén y los límites del imperio Persa para finalmente llegar al Peloponeso. Un recorrido como este solo podía ser realizado con un ejército a su lado y el motivo de aquel viaje era muy importante: aquel muchacho era un mensajero del rey que tenía una importante noticia que dar.
Recientemente había espiado a varios sospechosos de ser enemigos de la corona y descubrió un importante complot en contra del príncipe que sería coronado en poco tiempo. Pudiendo matar a algunos conspiradores, aquel joven mensajero que respondía bajo el nombre de Alexandros consiguió darle un poco más de tiempo al príncipe, por desgracia el asesino ya se encontraba en camino hacia su destino, siendo respaldado por varios lacayos que matarían a Alexandros ni bien lo vieran. Encontrándose en clara desventaja, el valiente mensajero informó de esto al Faraón quien aceptó su propuesta de enviarlo de vuelta a casa por medio de una escolta, solo que no sería un pequeño ejército el que lo acompañaría sino una de las más temibles fuerzas de combate de todo Egipto: Una Doncella del Nilo.
La reputación de las Doncellas del Nilo era demasiado conocida desde el alto y bajo Egipto hasta la lejana India. Llamadas las hijas de Seksmeth, aquellas feroces mujeres poseían una fiereza sin igual. Desde una vista de lince con la que eran capaces de acertarles con sus lanzas a un águila en pleno vuelo hasta un estilo de combate exótico que les fue enseñado por misteriosos sacerdotes provenientes del lejano oriente, huyendo de la tiranía de un emperador extremadamente poderoso que asolaba sus tierras. Nadie, absolutamente nadie en su sano juicio, quería enfrentarse a las Doncellas del Nilo. Una sola de ellas era capaz de acabar con un ejército tan o más grande que el del mítico rey Jerjes primero de Persia.
Alexandros sabía que no podía ir en barco hasta su tierra natal debido a que lo lacayos de aquel asesino lo estarían esperando, por eso supuso que lo mejor era ir a pie. La ceremonia de coronación se realizaría dentro poco, pero aun tenían tiempo porque el príncipe, por fortuna, estaba lejos todavía y nadie sabía en donde se encontraba, nadie excepto Alexandros quien tenía que darle al rey la noticia cuanto antes o la vida del príncipe sería segada antes de que pudiesen hacer algo para evitarlo.
El sonido de un carro lo sacó de sus pensamientos y vio como una hermosa mujer de larga cabellera negra, ojos azules y una armadura ligera de color azul se acercaba a él mientras iba en un carro de color blanco que era tirado por dos caballos.
Deteniéndose delante de él, aquella Doncella lo miró con detenimiento y tras esbozar una sonrisa seductora, le dijo:
- El joven mensajero Alexandros, supongo
- Sí, ese soy yo- asintió Alexandros sorprendido ante la belleza de aquella mujer- ¿Y usted es…?
- Mi nombre es Baskmeth, Agath Baskmeth. Doncella guerrera del Nilo y su escolta hasta Sakuria- se presentó aquella hermosa mujer sin dejar de mirarlo con un incomodo agrado. Mirando hacia adelante, le preguntó- ¿Vamos?
- Sí, por supuesto- asintió Alexandros poniéndose en marcha
- Este será un laaaargo recorrido- rió Agath dando inicio al viaje.
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