—¡Hermano, ayúdame! ¡Por favor! No quiero… No quiero morir… —las palabras de un niño resonaban en la oscuridad, envolviendo al joven rey en un torbellino de angustia y dolor.
La escena se desenvolvía en una penumbra densa, una reminiscencia sombría de los recuerdos del rey en su juventud. El joven monarca, con una mirada cargada de culpa, se encontraba frente a una figura conocida: un niño de cabellos cenicientos y orejas puntiagudas, con los ojos llenos de desesperación y las manos extendidas en busca de ayuda. El rey, atormentado por el peso de sus acciones pasadas, intentaba no acercarse al niño, pero sus piernas parecían estar siendo controladas por sus recuerdos.
—¡Hermano! Por favor… —el susurro del niño se entremezclaba con el sonido de del metal de una espada siendo arrastrada.
De pronto, el joven monarca, intentando pelear contra sus recuerdos sin éxito, clava una espada en la boca del niño.
Las súplicas y el llanto se desvanecía en el aire, ahogado por el sonido de un metal, cortando la carne y hueso, como si de pluma tratara, seguido por el impacto sordo de un cuerpo cayendo al suelo. El joven rey, con el corazón roto, observaba impotente mientras el niño caía en la oscuridad, consumido por la penumbra que rodeaba el recuerdo.
De repente, una voz atravesaba la niebla de la memoria, llamando al rey de vuelta a la realidad.
—¡Mi rey! ¡Mi rey, despierte! —la voz de la mujer rompía el hechizo de los recuerdos, arrancándolo bruscamente de su ensimismamiento.
El rey emergía del trance con el corazón palpitando, desbocado, las lágrimas aún resbalando por sus mejillas. Con manos temblorosas, se secaba el rostro, luchando por apartar los recuerdos dolorosos que lo habían atrapado en su mente.
—Mi rey, ¿se encuentra bien? —la preocupación se reflejaba en los ojos de la mujer que lo había sacado de su ensoñación, pero el rey asentía con un gesto cansado.
—¡Sí! Simplemente… Simplemente, fue un mal sueño. —susurraba, tratando de ahogar el dolor que amenazaba con ahogarlo una vez más.
Una hora después, la sala del trono estaba llena de tensión y expectación. El rey se sentaba majestuoso en su trono, mientras los señores, con expresiones serias, ocupaban sus lugares frente a él a la derecha. Del lado izquierdo, los caballeros, junto con los capitanes de las facciones y Ked y John, se alineaban, sus rostros marcados por la seriedad y la determinación.
El silencio se rompió bruscamente cuando el rey ordenó traer a la mujer. En pocos minutos, la figura temblorosa fue llevada al centro de la sala, sus gritos desgarradores llenando el espacio con una angustia palpable. Los elfos presentes se estremecieron al verla, sus miradas reflejando el miedo y la confusión al presenciar el cambio en la piel de la mujer, que pasó de un tono claro a uno oscuro, un fenómeno nunca antes visto en su raza.
—¡Es una posesión demoníaca! ¡Hay que matarla antes de que sea demasiado tarde! —gritaban algunos de los presentes, el pánico palpable en sus voces.
El rey, sin embargo, mantuvo la calma y la compostura, su mirada firme mientras observaba la escena con atención. Reconoció la habilidad de Eldran y el rápido accionar de Ezequiel y su compañero, aunque lamentó profundamente las heridas sufridas en el proceso.
—Felicito a Eldran por su magnífico hechizo de atadura y a los jóvenes Ezequiel y su amigo por su valiente acción y rápida contención, aunque lamento sinceramente sus heridas —declaró el rey con solemnidad, su voz resonando en la sala con autoridad.
Eldran, con una sonrisa autosuficiente, aprovechó la oportunidad para resaltar la “ineptitud” de los jóvenes, insinuando que su entrenamiento no había sido suficiente. Sin embargo, el rey no permitió que su crítica pasara desapercibida, ya que significaría ofender directamente al anciano, quien era el maestro principal de los jóvenes.
—Silencio, Eldran —ordenó el rey, con firmeza, su mirada penetrante. —Debes recordar que estos jóvenes aún están en proceso de aprendizaje. No tienen la misma experiencia ni poder que tú.
Las palabras del rey resonaron en la sala, instando a todos a reflexionar sobre la importancia del entrenamiento y la preparación adecuada. Ked, frustrado por la situación, asintió con resignación junto a John, conscientes de que aún tenían mucho que aprender en su camino hacia la madurez y la maestría.
El rey se puso de pie, su figura imponente proyectando una sombra sobre la sala del trono. Su mirada recorrió a cada uno de los presentes, su expresión grave y determinada.
— ¡Mis señores! —anunció con voz firme, haciendo que todos los presentes se volvieran hacia él con atención.— Lo que ven aquí es más que una simple posesión. Esta mujer está bajo el influjo de una magia oscura, una fuerza antigua y maligna que ha resurgido de las sombras del pasado.
Un murmullo de asombro y temor se extendió entre los señores y caballeros, sus rostros reflejando la incredulidad y el desconcierto ante tales revelaciones. La idea de que la magia oscura, asociada durante mucho tiempo con cultos malévolos y tiempos oscuros, estuviera presente una vez más les llenaba de inquietud y miedo.
El rey, consciente del impacto de sus palabras, continuó con solemnidad:
— Esta es una fuerza que creíamos erradicada hace siglos, pero que ahora ha resurgido con una fuerza renovada. Debemos actuar con precaución y determinación para contener su avance y proteger a nuestro reino.
Una sensación de urgencia se apoderó de la sala, cada uno de los presentes comprendiendo la gravedad de la situación. Las preguntas se acumulaban en sus mentes, pero sabían que no era momento de buscar respuestas, sino de actuar con rapidez y decisión.
El rey hizo una pausa en su mirada, recorriendo a los presentes con firmeza antes de continuar:
— Esta mujer será entregada al departamento de investigación, quienes se encargarán de estudiar su caso y buscar una solución. Pero mientras tanto, debemos redoblar nuestros esfuerzos en materia de seguridad y vigilancia. No podemos permitir que esta amenaza se extienda y ponga en peligro a nuestro reino.
Sus palabras resonaron en la sala, infundiendo un sentido de determinación y propósito en los corazones de todos los presentes. Sabían que enfrentaban un enemigo formidable, pero también confiaban en la fortaleza y liderazgo de su rey para guiarlos hacia la victoria.
— En este momento, declaro alerta roja para el reino —proclamó el rey con autoridad, su voz resonando con fuerza en la sala. Era un llamado a la acción, un recordatorio de que juntos podían superar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia la seguridad y la prosperidad.
El sonido repentino de las puertas abriéndose bruscamente resonó en la sala del trono, interrumpiendo el ambiente solemne con un estruendo inesperado.
—¡Prum! —retumbó el eco mientras las puertas se abrían de par en par, revelando a un hombre desesperado que irrumpió en la sala con urgencia.
—¡Mi rey! —exclamó, con la respiración agitada y la mirada llena de angustia—. Hemos recibido más de veinte informes sobre personas en el mismo estado que esa mujer.
El rey frunció el ceño, una expresión de incredulidad y preocupación cruzando su rostro.
—¿Qué dices? —inquirió, con voz firme, su mirada buscando respuestas en los ojos del mensajero.
—Es verdad, mi rey. Además, se han reportado varias muertes en un lapso de apenas diez minutos.
Un silencio tenso se apoderó de la sala mientras todos absorbían la gravedad de la situación. La noticia de más casos similares a los de la mujer desataba una sensación de alarma y urgencia entre los presentes.
El rey se levantó lentamente, su corazón latiendo con fuerza bajo el peso de la responsabilidad que llevaba sobre sus hombros. Mientras miraba a los presentes, su mente se llenaba de dudas y temores, pero sabía que debía mantenerse firme frente a su gente. Con cada palabra que pronunciaba, podía sentir la mirada penetrante de los señores y caballeros sobre él, evaluándolo en busca de debilidades. Pero no podía permitirse flaquear; el destino de su reino dependía de su liderazgo y determinación.
—¡Todos los caballeros, movilícense! Su prioridad es capturar a estos individuos y traerlos con vida, pero si es necesario, no duden en usar la fuerza letal —ordenó con firmeza.
Los caballeros respondieron al llamado con un vigor renovado, preparándose para salir en busca de los peligrosos individuos que amenazaban la seguridad del reino.
Ked y John intercambiaron miradas, sus rostros tensos pero determinados. Con un asentimiento casi simultáneo, se comprometieron a unirse a la batalla junto a los demás caballeros.
El rey se acercó a los jóvenes con una expresión de preocupación en su rostro.
—Ustedes dos, tengan cuidado. No puedo prohibirles que vayan a la pelea, pero espero que se protejan. No quiero tener que responder ante mi padre por una imprudencia —advirtió, su tono cargado de preocupación.
Los jóvenes asintieron, comprendiendo la gravedad de la situación y la importancia de mantenerse seguros en medio del caos.
Con un gesto de despedida, se apresuraron a seguir a los caballeros, listos para enfrentar los desafíos que les aguardaban.
El rey observó cómo se alejaban, su mirada perdida en el horizonte mientras reflexionaba sobre el inicio de lo que prometía ser una batalla ardua y peligrosa.
—Esto es demasiado pronto, pero supongo que aquí comienza, Edward… —murmuró para sí mismo, con un dejo de resignación en su voz, mientras su mente se preparaba para los desafíos que le aguardaban en los días venideros.
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