Shin se acercó y vio a su pequeño Golfy. La gata, viendo a su dueño, saltó de la cama y le maulló de lo contenta.
— No subas a la cama que lo puede despertar.
Para las 8 de la noche, tocaba el cambio de enfermeras. La nueva enfermera era una joven alta con gesto serio. Ella saludaba de manera respetuosa y luego se dirigía a su compañera. En ese breve momento que ambas se ponían al corriente, sobre los cuidados del paciente, dejaron la habitación.
Shin se sentó al filo de la cama y se acercó a verle el rostro de Luly. Aliviado de escuchar su respiración, sonrió. Acarició su cabello y de un susurró se disculpó. En la intervención, decidieron que lo mejor era cortar la cabellera extra. Aún así, para Shin, Luly lucía adorable. ¿Adorable? Que clase nuevos pensamientos estaba teniendo. Tenía que callarlos. El joven que duerme tan pacíficamente en su cama, es su estudiante y lo único que puede sentir es respeto. Y un extraño extremado cuidado. Shin negó todo sentimiento nuevo.
Entonces salió para darle aviso a Shin y dejarlos hablar.
Shin se dedicó a explicarle todo lo sucedido. Cuando le dijo que los médicos no pudieron regresar su cola al lugar, Luly empezó a llorar. Al parecer recordó el momento en las aulas abandonadas. La respiración fue agitada y luego sintió un nudo en la garganta. Shin le pidió que respirara de manera larga y pausada. Continuó frotando su pecho hasta que Luly se calmó. Le ofreció un poco de agua pero no supo como dárselo. Luly no podía levantarse por la costura.
El profesor Shin no tenía la intención de dejarle volver a la universidad, no hasta que estuviera recuperado. También tenía otra razón que no se la dijo en ese momento. Una razón un tanto egoista.
Shin sabía que Luly se estaba conteniendo en dudas y preguntas, pero no las hacía por temor. Entonces pensó en dejarlo dormir y volver en la mañana para continuar su charla. Luly volvió a recostarse en aquellas suaves sábanas.
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